El día en que vimos cómo mataron a “Paco” Bauducco

Se cumplen hoy diez años de la jornada del juicio “Videla – Menéndez” en que el testigo Carlos Higinio Ríos -ex dirigente del Sindicato de Perkins; ex dirigente del Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación de Córdoba (Cispren-CTA)- aportaba el testimonio clave para la reconstrucción del asesinato de Raúl “Paco” Bauducco, el militante revolucionario y estudiante de la ECI cuyo nombre preside la sala del Honorable Consejo Consultivo de la FCC-UNC. La narración complementaria de varios ex presos políticos derivó en condenas para los responsables de éste y otros 30 fusilamientos cometidos por la dictadura en 1976.

Por Alexis Oliva

Mañana del 5 de julio de 1976. Patio 2 de la Unidad Penitenciaria 1 (UP1) de barrio San Martín en Córdoba capital.

El cabo del Ejército Miguel Ángel Pérez cruza el patio y se cuadra frente a su superior, el teniente Enrique Pedro Mones Ruiz.

—Mi teniente, el prisionero no se quiere levantar.

—Ejecútelo.

—Mi teniente, lo voy a ejecutar.

El cabo Pérez da una marcial media vuelta, regresa sobre sus pasos, apunta con su pistola a la cabeza del preso político Raúl “Paco” Bauducco y cumple la orden.

Como si estuvieran viendo esta tremenda escena, quienes asistían el 11 de agosto a la audiencia 17 del juicio a Jorge Rafael Videla y otros 31 imputados, por los crímenes cometidos durante 1976 en la cárcel cordobesa de barrio San Martín, fueron transportados a aquel frío patio por el relato intenso y preciso del testigo Carlos Higinio Ríos, ex preso político y dirigente sindical, entonces del gremio de Perkins y tiempo después de recuperar la libertad del Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación.

Centrado en el alevoso asesinato del estudiante de Ciencias de la Información y militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT-ERP) –“octavo  hecho” de esa megacausa–, su aporte se completaría después, al dibujar el patio, los pabellones, la entrada y las posiciones de los soldados, prisioneros y personajes principales del crimen, en un croquis que uno de los fiscales se esforzó por reproducir en sus apuntes.

Aquella mañana, Ríos vio y escuchó con todo detalle las circunstancias del homicidio de Bauducco, por la posición estratégica en que se ubicaba, en el primer piso del pabellón 9, trepado a una ventana en la que faltaba un pedazo de las tablas con que habían tapado las celosías y con la tranquilidad de que no podían verlo quienes estaban en el patio.

Desde allí, pudo observar junto a Marcelino Pérez –dirigente peronista, ya fallecido– cómo los militares montaban un operativo de seguridad “con soldados apostados con fusiles FAL y FAP” en el patio de la prisión, a donde hicieron salir desnudos o a medio desnudar a los presos políticos de los pabellones 6 y 8, para someterlos a “una paliza terrible y movimientos vivos”.

“La requisa era una excusa. Los sacaron al patio y los molieron a palos”, aseguró Ríos. Ese día la saña se concentró en Paco Bauducco, quien ya tenía lesionado un homóplato a raíz de una paliza sufrida en la D2: “El compañero tocaba la guitarra y decía: ‘Esta no me sale bien, porque desde que me quebraron el homóplato me cuesta’”. “Le pegan un montón de palos y uno le pega en el homóplato. Después le pegan otro palo en la cabeza y queda tirado al lado de un canalón”, narró Ríos.

Entonces, el cabo le ordenó levantarse, pero al prisionero no le quedaban fuerzas. Tras la venia del teniente, el suboficial concluyó su tarea criminal: “Le apunta y le hace señas de que se levante con la pistola. El compañero le levanta la mano así… como que no podía. Y el cabo le pega un tiro en la cabeza. Yo no quería creer lo que estaba viendo, pensé que era un simulacro de fusilamiento. Y el compañero que estaba viendo conmigo me dice: ‘No, lo mató, Negro, lo mató… Mirá las convulsiones que tiene en las piernas’”.

“Al rato, el director del penal entra al patio, se acerca a donde estaba el compañero tirado y se agarra la cabeza. Lo alzan de los pies y las manos y veo que la parte de atrás de la cabeza prácticamente no existía y chorreaba sangre. Lo ponen en la camilla y se van, se lo llevan…”, alcanzó a completar el testigo antes de que se le nublara la vista y la emoción lo obligara a beber un trago de agua.

“Después del disparo, me quedó una imagen: se levantaron todas las palomas que había en el patio y casi oscureció. A eso lo llevo en la mente…”. La evocación estremeció al auditorio y coronó un testimonio sólido, que incriminó directamente a los dos ex militares imputados con una serie de datos que también pudieron sobrevivir 34 años en la mente del testigo.

El rompecabezas de la memoria

En el patio, al lado de Bauducco, estaba Humberto Vera. Así rememoró el momento del crimen: “Era una mañana fría, que nos sacan al patio. (…) En el pasillo había una fila de soldados y suboficiales que nos golpeaban con los bastones, hasta que llegamos a la posición contra la pared del mismo pabellón 6 y nos hicieron que nos saquemos la ropa. Yo fui a parar a la altura de los arcos de una canchita de fútbol. Me desnudo, me pongo contra la pared, y Bauducco queda al lado mío. El estaba arrodillado y Pérez le preguntaba el nombre, le preguntaba cosas, si era estudiante y le decía que se desvistiera. Bauducco no contestaba nada y yo pensé que estaba lastimado o se hacía el lastimado. Pérez se va y yo le digo: ‘Paco, levantate’, pensando que se estaba haciendo el sonzo. Yo pensé eso porque estaba con los ojos abiertos, arrodillado y con unos pantalones gruesos de lana. Vuelve Pérez y le pregunta si sabía rezar. Bauducco estaba con las manos levantadas así y Pérez le pegaba con la pistola en las manos. Bauducco le dijo: ‘Ya me voy’. Eso escuché yo. ‘Ya te vas a ir lo mismo’, dijo Pérez. Y ahí le pegó un tiro. Bauducco cayó sobre la alcantarilla y se sentía el gorgoteo de la sangre cayendo a la alcantarilla y Pérez se fue como si no hubiera hecho nada (se emociona, lagrimea, hace una pausa). Después del disparo, cae la cabeza y le salía humo de entre los pelos. (…) Después vino un camillero y me pidió que me corriera, para sacar el cadáver de Bauducco, y cuando se lo llevaban vi que se le movían los pies”.

Ese mismo día, en el pabellón 14, Gloria Di Rienzo tuvo una ingrata tarea: “Raúl Augusto Bauducco era el esposo de una compañera alojada con nosotras, Doris Caffieri. Ese día viene Dorita muy alterada, me pide que la acompañe porque desde la ventana de la celda podía ver un preso común en el otro pabellón, que le estaba diciendo algo. ‘Me parece que dice algo de mi compañero’. La acompaño y efectivamente el preso le dice que habían matado a Bauducco en el patio de la cárcel. Lógicamente, era imposible que supiera que le estaba dando la noticia a su propia esposa, pero así fue.  El dice: ‘Mataron a un preso… mataron a Bauducco’. Yo no estaba con ella, ella recibe la noticia y me llama. Entonces, ahí yo verifico que efectivamente el nombre que estaban diciendo era el de su esposo”.

—¿Cómo pudo saber esto? –preguntó el juez.

—Porque yo conocía el idioma de las manos. Y estaban dando el nombre de Bauducco –aclaró la testigo, que al finalizar reprodujo el abecedario de señas completo.

En su declaración, Doris Caffieri confirmó el relato de su compañera y reprodujo el diálogo con señas que mantuvieron con el preso común:

—¿Cómo están?

—Bien. Y los muchachos, ¿cómo están?

—Están mal… mataron a uno.

—¿A quién mataron?

—Gustavo Bauducco.

“El shok fue muy grande porque no se llamaba Gustavo, sino Augusto, pero no había muchas opciones –explicó Caffieri–. Siempre tuve la esperanza que fuera una equivocación. Pero a los dos días, las celadoras empezaron a hacerme sugestivamente preguntas que me indicaban que querían saber si yo sabía que él había muerto: ‘¿Tu marido no conoce al nene?’. Yo tuve la esperanza de que hubiera una equivocación. Cuando me llaman a declarar, me leen los datos de la causa y faltaba mi marido, no lo nombraron. Me dan el sobreseimiento, pero me dejan a disposición del Poder Ejecutivo. Estaba el abogado (Luis) Molina y personas del juzgado. Yo pensé que mi marido también tenía que estar sobreseído y pregunté. Me dicen que él le había querido arrebatar el arma a un militar y éste en defensa propia lo ultimó. Entré en un ataque de rabia y les dije: ‘Ustedes son la Justicia, son la única esperanza que tenemos, y vienen a decirme que mi marido, al que conozco porque vivía con él, era una persona tan imbécil, que nunca manejó un arma y le iba a querer arrebatar un arma a un militar aquí. No les da vergüenza ser la Justicia’. Le dije a la celadora que me retirara porque no podía estar frente a esas personas que me daban asco”.

Cae el pacto de silencio

34 años después, el ex cabo Miguel Angel Pérez, autor material del homicidio, desmintió aquella versión oficial, dando esta vez un tiro de gracia al pacto de silencio ya malherido por el descargo de quien fuera su superior: “Voy a narrar la muerte de Raúl Augusto Bauducco. Lo escribí porque estoy muy nervioso y nunca quise recordar nada de esto. No podía ser que se escape un tiro en la cárcel, quedaba mejor decir que Bauducco me quería arrebatar el arma, cosa que no fue así. Por eso negué el accidente. Aquel fatídico 5 de julio, nos llevan a hacer una requisa. Era la primera vez que iba a tomar contacto con ‘delincuentes subversivos tremendamente peligrosos’. El día que ordenan la requisa en el patio, (el entonces teniente) Mones Ruiz nos explica de qué se trataba. Nos dice que había que darle apoyo a Gendarmería que eran los que hacían el operativo. Era la primera vez que teníamos delincuentes terroristas tan cerca. Después supe que se trataba de presos políticos. Hago responsable de arruinarme la vida a los 20 años al Ejército Argentino, por haberme mandado a la cárcel, que no era un destino militar. Yo tenía dos meses de cabo, no tenia experiencia. Ellos sabían las limitaciones de un cabo nuevo. Le arruinaron la vida a mi familia, y después de 30 años me privan de la libertad (…) Escuchando las declaraciones del señor Mones Ruiz le digo que la responsabilidad no se delega ni se comparte, se asume. El cabo no es culpable de todo”.

Justamente, el responsable de la requisa, Enrique Mones Ruiz, procurando contrariar a numerosos testigos que lo vieron en la puerta del pabellón y en el patio, había insistido –tanto en la sala de audiencias como en la inspección en el penal– en que justo en el momento del homicidio debió retirarse con un preso que debía declarar en la oficina de Judiciales: “Yo los recibo en este lugar (el patio) y mi sección reforzaba a la Gendarmería. Me retiro con un detenido que estaba apoyado en esa misma pared, aproximadamente entre 20 y 25 minutos. (…) La orden era que toda vez que un detenido especial fuese interrogado por un magistrado de la justifica federal o militar debía hacerlo frente a un oficial del Ejército. (…) Me voy, vuelvo, ingreso y lamentablemente veo una persona tirada en el piso. Lo recibo, firmo el recibo y me hago cargo del cuerpo. (…) Antes de entrar, veo que lo sacan al cabo Pérez con una crisis de nervios…”.

Ante esto, el fiscal Maximiliano Hairabedián le señaló la contradicción entre su primera versión -Baducco intentó arrebatar el arma a Pérez- y la segunda -al cabo se le escapó un tiro-.

—Si ese día ya le habían dado la versión del accidente, ¿por qué reprodujo la del arrebato?

—Cuando me trasmiten la versión mendaz del arrebato, no excluye la versión del accidente.

—¿Y cómo se compatibiliza la versión del disparo accidental con dos maniobras mecánicas muy concretas: montar el arma y quitar el seguro?

—Las armas no estaban cargadas. Tenían el cargador con proyectiles, pero con el seguro.

—Por eso, ¿cómo se compatibiliza?

—Honestamente, no puedo decirle.

—¿A qué distancia fue el disparo?

—Me parece que muy cerca. Yo vi el cuerpo y me dio esa impresión.

Al finalizar Mones Ruiz, el testigo Gerardo Otto, intervino generando una suerte de espontáneo careo en el patio de la prisión:

—La realidad no tuvo nada que ver con el operativo manso y tranquilo que describe el imputado. Fuimos sacados por el túnel a los golpes por el personal a cargo del imputado y puestos contra estas paredes. Y hasta les hizo una arenga mentirosa a los soldados. El señor dijo que nosotros éramos asesinos y violadores de niños. Incluso, uno de los soldados se violentó. Disculpen, pero no quiero que quede ante el Tribunal y la prensa una versión mendaz del imputado.

Ojos, oídos y memoria contra la impunidad

Diez años después de ese juicio, el hombre que aportó el “testimonio clave” del caso Bauducco, recuerda: “Antes de ese 11 de agosto de 2010, fueron días de mucha adrenalina, más allá de que estaba acompañado por el grupo de psicólogos y cuidado por el de protección de testigos que se había creado después de lo que pasó con Julio López. Cuando llegó el día y entré a la sala de audiencias, el juez (Jaime) Díaz Gavier me preguntó si reconocía a los acusados. Entonces, me levanté de la butaca, fui hasta la primera fila y los señalé con mi dedo índice: ‘Este es Menéndez, este Pérez, este Mones Ruiz y este Videla’. Así, con el apellido a secas. Me acuerdo que me miraban fijamente y yo también a ellos”.

“Al principio, estaba bastante nervioso –cuenta Carlos Ríos–, pero a medida que declaraba me fui soltando, hasta que llegué al momento en que el cabo Pérez le pega el tiro al compañero Paco, y ahí me quebré y tuve que tomar un vaso de agua. Cuando conté que Mones Ruiz le impartió la orden, creo que los defensores no se lo esperaban. A tal punto que desde el público saltó la mujer de Mones Ruiz gritando: ‘¡Callate, hijo de puta!’, hasta que Díaz Gavier la hizo sacar”.

Luego de su experiencia como testigo, Ríos siguió asistiendo a los juicios de lesa humanidad, como a la Megacausa La Perla, para acompañar el reclamo de justicia por sus compañeros desaparecidos del gremio de Perkins –Pedro Ventura Flores, Adolfo Ricardo Luján, Hugo Alberto García, José Antonio Apontes, Víctor Hugo González, Abel Pucheta y César Jerónimo Córdoba–, y como dirigente del Cispren con la pancarta con el retrato del periodista y camarógrafo Luis Carlos Mónaco –secuestrado y desaparecido junto a su esposa Ester Felipe–, quien hubiera sido su compañero en los Servicios de Radio y Televisión de la UNC.

“Yo nunca había ido a declarar antes porque no tenía confianza en la Justicia y tenía cierto temor. Cuando los derechos humanos fueron prioridad y política de Estado, eso me animó a mí y a muchos compañeros a relatar lo que pasó. Hoy siento la paz interior de haber contribuido en algo para que se hiciera justicia, por Bauducco y por los otros 30 fusilados de ese campo de concentración que fue la UP1. Ellos y los compañeros desaparecidos de Perkins son mi aliento para seguir en la militancia”, concluye Ríos.

Epílogo

-Luego de 63 audiencias, el 22 de diciembre de 2010, los jueces del Tribunal Oral Federal Nº 1 de Córdoba, leyeron la sentencia del juicio Videla-Menéndez. Con 16 condenas a prisión perpetua, 7 a penas de entre 6 y 14 años de prisión y 7 absoluciones –el total de absueltos en el país en 2010 fue 9–, el fallo generó sensaciones contradictorias, anuncios de apelaciones y debate político.

-Entre los condenados a perpetua estuvieron los responsables de la ejecución de Raúl “Paco” Bauducco, Enrique Pedro Mones Ruiz y Miguel Ángel Pérez, en ambos casos por “imposición de tormentos agravada por la condición de perseguido político de la víctima (veintiocho hechos en concurso real) y homicidio calificado por alevosía y por la pluralidad de partícipes (un hecho)”.

-Durante su alegato final, el ex dictador Jorge Rafael Videla –también condenado a perpetua– amonestó al cabo Pérez por echarle la culpa al Ejército “por su propia inoperancia”, en tono de despectivo reproche hacia el suboficial que osó romper el pacto de silencio.

Fuente: www.queportal.fcc.unc.edu.ar