Un candado, una bandera y los nuevos despidos en la Fábrica Militar Río Tercero

OPINIÓN 

Por Fabián Menichetti

Las imágenes suelen hablar por sí solas. No es necesario, en ocasiones, agregar un texto. Con superponerlas o visualizarlas individualmente, se puede comprender un contexto, un hecho, un momento. Las imágenes del viernes por la mañana, en la industria estatal, fueron mucho más que imágenes.

Es viernes. Un operario se acerca al portón de la Fábrica Militar Río Tercero y observa el centro del mismo.

La Dirección General de Fabricaciones Militares, ha decidido asueto para la jornada.

Puede que por esa decisión está el candado, que aprisiona a los dos segmentos de la abertura de metal. Puede que sea por esa decisión…

Para el trabajador es casi simbólico, algo de lo que teme, pueda suceder en un futuro no tan lejano.

Se queda allí por un momento, sin despegar su vista de ese elemento inerte de color dorado.

Es que un candado, en circunstancias como la que se presenta, puede ser mucho más que un candado.

Sobre el portón, en una bandera de ATE se lee: No a la entrega. En defensa de las fuentes de trabajo (…) 

Los colores de esa bandera, lucen pálidos, seguramente producto de tantas marchas, bajo el sol y la lluvia, que en los últimos años se realizaron, convocadas por el gremio y acompañadas por la Mesa de Unidad Sindical.

El sol castiga sin piedad, apagado, apenas, por algunas nubes. Corren los últimos días de diciembre de 2018.

El jueves, hace nada, se conoció que a 16 personas no se les renovará el contrato laboral. Se suman así a las 59 de agosto y a las 25 de diciembre de 2017.

Marca una cifra redonda: en un año, se perdieron solo en esa industria, 100 puestos laborales. No es poco para Río Tercero, una ciudad que roza las 60 mil almas.

Hace calor. Bajo un gazebo se cocina en una gran olla un guiso de arroz. Falta poco para el mediodía. Allí, en el exterior de la industria, será el almuerzo popular.

En el interior de la industria, también están los efectivos de Gendarmería. “Llegaron anoche, son un montón”, dice un trabajador. “Nos siguen tratando como si fuéramos delincuentes; somos laburantes, carajo”, reclama.

Más lejos, protegidos por la sombra de los árboles, de los grandes árboles que han acompañado los avatares de la gran fábrica, entre su apogeo, sus caídas y sus recuperaciones, hay hombres, mujeres, niñas y niños. Hay familias.

Algunas de esas familias, en 2019, ya no contarán con su fuente laboral, la que tenían, mes a mes, destinada a “parar la olla”, como figura en el diccionario popular.

El cuerpo de infantería de la policía, fue enviado al perímetro externo de la industria.

Algo de humo desprenden las cubiertas quemadas en señal de protesta. Llegan los bomberos para terminar de apagarlas.

Unos vecinos se encuentran debajo del símbolo de Fabricaciones Militares, “FM”, sí, exactamente ese, el que se encuentra en un costado de la portería número 1.

Ese ingreso ha observado a miles y miles de personas, saliendo y entrando, por su trabajo en la industria. Los más nostálgicos recordarán el pelotón de bicicletas y motocicletas, con los cambios de turno.

El muro en donde se encuentra amurado el símbolo de “FM”, luce descascarado. La bandera argentina, en su extremo, deshilachada, por las lluvias, por el viento, por el tiempo, y puede que por estos tiempos de despidos y demasiadas incertidumbres.

La bandera argentina…

Los vecinos, las mujeres y los hombres que están allí, aprovechan ese muro como refugio para protegerse del sol. Algo de sombra, ante el calor, natural y emocional.

Hablan sobre lo que se está viviendo. Se lamentan. Están ahí para acompañar el reclamo y a quienes reclaman.

“No paran más”, dice molesto un hombre. “¿Cómo puede ser?”, se interroga. “Sí, puede ser”, se responde.

Conoce el vecino de lo que habla. Trabajó allí. Conoció y sufrió el vendaval de los noventa. “Es triste todo esto, muy triste”, reflexiona, ya un poco más calmo, con un dolor que se le dibuja en el rostro y surge de su voz.

La ciudad vive los últimos días antes de despedir al 2018.

“Si no fueron más despidos, fue porque el tema se instaló en el Congreso, pero así y todo, son despidos, por más o menos que sean, es triste”, analiza alguien.

El gremio de ATE, acompañado por las autoridades de las ciudades en donde están las plantas estatales, había expuesto la situación social que se generó por las anteriores cesantías y la incertidumbre sobre el futuro de las mismas.

Con media sanción en Senadores, un proyecto de ley, estuvo a punto de ser aprobado.

No pudo ser.

Naufragó en Diputados. No se incluyó en el orden del día. Insistieron legisladores cordobeses de la oposición, pero la iniciativa no fue tratada, no fue considerada. Ni siquiera fue considerada.

La iniciativa establecía la reincorporación del personal despedido en las plantas de Río Tercero, Villa María y Fray Luis Beltrán, que no se produjeran más cesantías y que se conformara una mesa para analizar la reactivación de las mismas.

En el caso de Río Tercero, la industria, es mucho más que una industria.

Lo conocen quienes llegaron para reclamar por los nuevos despidos. Lo conoce el resto de la sociedad.

Lo conocen inclusive quienes son indiferentes a la situación, a esta nueva situación que sufre la ciudad.

Si no fuera por esa fábrica, Río Tercero no sería lo que es, ni siquiera muchos y muchas (incluido quien escribe) no serían, porque no habrían nacido.

Los padres, las madres, las abuelas y los abuelos, llegaron a lo que era todavía un pueblo, para trabajar en esa fábrica o en todo lo que se generó por esa fábrica. Y aquí se conocieron. Y así nacimos la mayoría.

Es arriesgado realizar un ejercicio contrafáctico de la historia, pero en este caso, es también inevitable.

La incertidumbre de lo que pueda suceder en el futuro, se suma al desamparo de quien perdió su fuente laboral en el presente.

El trabajador, no conforme con solo observar el candado, lo retrata, lo deja estático en una imagen con su celular.

El reclamo es afuera, con un sol que continúa golpeando, en el inicio del verano. Las decisiones, que se adoptan sobre cientos de personas, se determinan adentro, en ambientes climatizados.

La lista de los 16 nuevos despedidos, se conoció el jueves. Fue diferente a lo sucedido en agosto, cuando se conoció la otra lista, en voz alta, con los nombres y apellidos, en la misma portería en la que se ahora se reclama.

No es menos doloroso. No es menos fuerte. Son personas que pierden su trabajo.

La lista se conoció por comunicaciones de WhatSapp, como en el otro diciembre. Luego se viralizó en el resto de las redes sociales.

En la tarde del jueves, se anunció en un comunicado interno desde la DGFM, el asueto para el viernes. Lleva la firma del interventor.

En uno de los párrafos, señala: “Aprovechamos  para hacer un reconocimiento al esfuerzo realizado por todo el personal a lo largo de 2018 (…)”  El “esfuerzo”, para muchas personas, fue perder su trabajo. Nada menos.

Transcurrió un año entre los dos diciembre. Son 100 puestos laborales menos. Son 100 salarios menos que dejan de ingresar a la ciudad. El impacto no solo es para la persona despedida y su familia.

Están quienes lo comprenden. Están quienes comienzan a comprenderlo. Están quienes empatizan con quienes se quedaron sin trabajo. Y están, claro, también, los indiferentes.

En las redes sociales se alude a lo sucedido. Están quienes se lamentan. Están quienes no escriben nada.

Están quienes indican que son “contratos”, como si eso hiciera la diferencia entre perder o mantener un trabajo.

No es poco ni para el hoy, ni para el mañana, ni para la historia de la fábrica y la ciudad lo sucedido.

Desde el Gobierno señalan que se trata de un plan de reestructuración para que la industria deje de ser deficitaria. Se reestructura con despidos. Con más despidos.

Desde el gremio aseguran que el déficit es inducido, que el propósito es reducir la industria a la nada, “vaciarla”, para privatizarla, o lo que es más grave, cerrarla.

En Villa María, en Beltrán, sucede lo mismo. Despidos para terminar el año.

Duele. Claro que duele. Están quienes sienten más o menos ese dolor. También están quienes no sienten nada.

La sensación es que una porción social comenzó a naturalizar los despidos, la falta de trabajo, el impacto que la medida tendrá en lo económico y comunitario, cuando no sobra precisamente el trabajo. Falta el trabajo.

El trabajador, el candado, la bandera argentina que no está en las mejores condiciones, el muro descascarado, quienes llegaron para reclamar y quienes lo hicieron para apoyar el reclamo.

Son mucho más que imágenes.

Fuente: 3rionoticias.com.ar