El cierre del Bonaparte y la destrucción de la salud pública

Por Claudia Rafael

El anuncio de cierre del Hospital Laura Bonaparte parece ser el mascarón de proa en un avance cruel sobre la política de salud pública. Se comenzó por el hilo más delgado y se continuaría luego atenazando al resto de los hospitales nacionales, preservando apenas a centros de salud como el Garrahan o El Cruce, de Varela. Fue hace un año y dos meses que el entonces candidato y hoy presidente dijo que “si vos te querés suicidar, no tengo problema pero no pidas que pague la cuenta”. El Bonaparte, entonces, bajo esa particular política de salud, pasaría a ser un sobrante, un sin sentido. Y todo lo que se argumente en la boca de los Adorni o los Lugones (Mario Lugones, flamante ministro de Salud, hombre de sanatorios privados) acerca de poca eficiencia o gastos excesivos no es otra cosa que falacias para la ocasión. El objetivo real es destruir al máximo la salud pública, con mayor énfasis en los centros de salud con mayor incidencia en los sectores sociales vulnerados. Después de todo y una vez más: no pidas que pague la cuenta.

“El Bona no se cierra, el Bona no se cierra…”. Cuando trabajadores y usuarios del hospital de Salud Mental Laura Bonaparte coreaban esa consigna sobre la calle porteña Combate de los Pozos al 2100 desnudaban una expresión de deseo desesperada para impedir una medida de gobierno que sólo tiene en la mira el equilibrio fiscal a toda costa. Está dispuesto a cerrar todo lo que haya que cerrar en un juego perverso de sumas y restas. Sin el menor atisbo de humanidad. Sin contemplar el dolor, destinatario imprescindible en una política de salud psíquica. ¿Cuál es el sentido de fondo para una política de salud si no es aquel de ocuparse del sufrimiento humano?

Escenarios

Un par de colchones cobijaban por la mañana a una pareja en la entrada del Bonaparte. A su lado, una bolsa de latas vacías y de cartones, seguramente listos para vender. Un par de frazadas indispensables para la vida en la calle. Ella asomó a media mañana y fue a buscar un vaso con mate cocido caliente y galletitas al puesto que forma parte del escenario de defensa del hospital ante el anuncio de cierre como espada de Damocles. La pareja también es parte de la infinita lista de usuarios de los servicios del Hospital y estaban allí para defenderlo.

La escenografía del lugar está superpoblada de cartelones hechos a pulmón, papel y marcador en mano:

Milei pará la mano. El Bonaparte no se cierra.

Psiquiatrizadxs en lucha. No al cierre del Hospital Bonaparte.

Hospital Bonaparte=salud mental.

Gracias a los profesionales del Bonaparte estoy viva.

En el Bonaparte me salvaron la vida. No al cierre.

Redes reales

“Si tengo que simbolizar en una historia esto que está ocurriendo, me tengo que remitir al tiempo en que yo trabajaba en el Patronato de Liberados”, dijo tras once años de trabajo en el hospital Bonaparte Leticia Storino, licenciada en Trabajo Social que coordina los equipos terapéuticos de guardia y urgencias en internación. “Había una enorme cantidad de internados en el Melchor Romero y eran desaparecidos, residuos sociales. Estaban en un limbo. El riesgo hoy es ése. Y es exactamente todo lo contrario de lo que sucede acá”, contaba a APe en las puertas del Bonaparte, que está siendo abrazado por trabajadores, ex trabajadores, usuarios actuales o de otros tiempos, representantes de otros centros de salud.

Foto: El Destape.

Unos y otros, en las puertas del hospital coincidieron en hablar de “ataque directo a la angustia colectiva”. Sabrina es residente desde hace dos años. “Para poder estar acá, para poder seguir conteniendo a los usuarios del hospital, para reclamar por lo que está ocurriendo no me puedo permitir la angustia. Tenemos que reprimir la angustia porque seguimos trabajando para que las personas que necesitan de nosotros en el hospital, que vienen a atenderse, que están internadas, puedan continuar con su tratamiento. Porque acá lo que generamos es una red que es imprescindible porque, por lo general, se trata de personas que no tienen redes en la vida cotidiana. Y acá las generamos. Y no podemos perder de vista que nadie sale solo adelante. Que nos necesitamos mutuamente”.

La sensación generalizada entre quienes alzan la voz y al mismo tiempo mastican bronca es que tampoco “es justo que las personas que atendemos a diario tengan que exponer eso que las angustia tanto para defender la existencia del Hospital. Trabajamos mucho sobre preservar su intimidad, su dolor y ahora están acá, contando públicamente por qué razones creen que hay que defender el Bonaparte. No está bien”.

Hay un sentido de identidad muy potente que –según la psicóloga Daniela Moiguer- “nos llevó en la asamblea del viernes a las 3 de la tarde a coincidir rápidamente en las medidas de acción. Nos pusimos de acuerdo velozmente en la intransigencia de que el Hospital Bonaparte no se toca”.

El fondo de la olla

Las planillas de excell ostentan lápiz muy afilado para todo lo relacionado con la salud o la educación pública en una fotografía que deja al desnudo cuáles son las prioridades gubernamentales. De un lado, el veto al aumento (de migajas) a los jubilados o a la ley de financiamiento universitario; el anuncio de cierre de un hospital nacional y la sospecha cierta de que el cierre podría abarcar, con el correr del tiempo a varios hospitales más. Del otro lado, nombramientos de asesores e impresentables varios para puestos de poder con sueldos de 3 ó 4 millones mensuales; compra de aviones de guerra usados y con poca vida futura por más de 20 millones de dólares más gastos múltiples de equipamiento; vuelos presidenciales en aviones privados para fines poco o nada relacionados con su rol oficial; pago puntual a rajatabla de los intereses de la deuda, congelamiento de obras de infraestructura o rebaja de bienes personales y blanqueo de capitales.

Pero parece que lo importante, a contramano de lo real, es que hay que rascar la olla para rescatar unos pocos pesos que no tienen el menor impacto en las arcas del estado pero que constituyen una ostentación de poder y un posicionamiento filosófico potente enraizado en el eslogan de no hay plata. 

Laura Bonaparte, Madre de Plaza de Mayo, psicóloga.

Entre varios de los trabajadores del Bonaparte aparecía como la sombra de un recuerdo social imborrable el cierre del Hospital Rawson en 1978. Ese único antecedente aparece en la dictadura y ahora, bajo el gobierno de Milei. Bajo argumentos tan falaces como los que hoy utiliza el poder político para referenciar el anuncio de cierre del hospital que lleva el nombre de aquella psicóloga entrerriana que supo ser Madre de Plaza de Mayo, con su marido y tres de sus hijos con sus respectivas parejas desaparecidos. En el caso del Rawson se decía que las reformas edilicias que requería constituían un gasto muy superior a la construcción de un hospital nuevo. Pero no fue casual tampoco que en ese mismo período fueran cesanteados más de 170 médicos del sistema público de salud, otros tantos perseguidos o desaparecidos. Al tiempo que se implementaron arancelamientos para la atención en varios hospitales.

Los trabajadores del Hospital de Salud Mental Laura Bonaparte, en un balance de los primeros seis meses del año, reflejan que se atendieron 9000 consultas telefónicas; 4000 niñas, niños y adolescentes; 7000 intervenciones por Guardia; 9000 consultas en el Hospital de Día y más de 18200 consultas en consultorios externos. Y que cuentan con unos 40 internados en la actualidad.

Desde la Comisión por la Memoria se recuerdan –en el contexto de los anuncios de cierre- frases de campaña del actual presidente diciendo que “si vos te querés suicidar, no tengo problema pero no pidas que pague la cuenta” y que “quien quiera reventarse consumiendo droga o suicidarse puede hacerlo sin asistencia del estado”.

Advertencias. Anuncios. Amenazas. Referencias insoslayables de cuál era y sigue siendo hoy el objetivo de fondo. Destruir desde adentro la estructura misma de la salud, de la educación, de la ciencia. El interrogante es claramente cuál es la capacidad de tolerancia de la sociedad ante el avance a paso firme y desmedido de un topo que con lujo de detalles avisó cuál sería la médula de su paso por el poder. En ese contexto, hoy el Hospital Bonaparte es una realidad pero también constituye un símbolo. En una encrucijada en la que se define una parte del futuro.

Fuente: www.pelotadetrapo.org