El cura obrero que se puso al frente del “Choconazo”

A 50 años de la histórica huelga. Pascual Rodríguez ocultó su condición, trabajó en la obra y participó activamente de la protesta.

Por Pablo Montanaro

“Libertad al cura Rodríguez. Libertad al cura del Chocón”, pintó Margarita Labourdette en uno de los paredones de la ciudad de Neuquén en reclamo de la liberación de Pascual Salvador Rodríguez, quien había sido detenido en enero de 1970 durante la huelga de trabajadores que construían la represa hidroeléctrica El Chocón-Cerros Colorados.

Cuando pintó ese mural, Margarita tenía 21 años, formaba parte de un grupo de jóvenes que realizaban actividades sociales en los barrios y además trabajaba en la guardería del hospital Bouquet Roldán. No conocía a ese cura del que solo había escuchado que estaba trabajando como un obrero más en la represa. “Cuando es detenido, se hizo una reunión en el colegio Don Bosco donde estaban el obispo Jaime de Nevares y diversas organizaciones sociales y políticas. Era un momento en que había que tener cuidado porque estábamos en una dictadura, la de Onganía. Nos preguntamos qué hacíamos frente a esto y se nos ocurrió salir a pintar los paredones”, explica Margarita a LM Neuquén en su casa de Plottier. No imaginó que ese cura obrero, unos años después, ocuparía un lugar esencial en su vida. “Nos enamoramos, él dejó los hábitos, formamos una familia y tuvimos cuatro hijos, Ayelén, Ezequiel, Laura y Leandro”, adelanta.

Pascual Rodríguez había nacido en Gualeguay, Entre Ríos, el 21 de febrero de 1935 y desde chico tuvo claro que quería ser sacerdote. A los 12 años ingresó en el seminario de Paraná y se ordenó sacerdote a los 27. En 1968 llegó a Neuquén y poco tiempo después a El Chocón, donde trabajó como un obrero más en la llamada “obra del siglo”. Antes de su llegada había ingresado a la CGT de los Argentinos junto al escritor Rodolfo Walsh y al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, corriente fundada en 1967 dentro de la Iglesia católica argentina con una fuerte participación política y social.

Pascual tenía que encontrarse con el obispo Jaime de Nevares, quien estaba en Buenos Aires. “Por eso el sacerdote Pedro Rotter de Plaza Huincul lo invitó a alojarse en esta ciudad. El domingo, mientras leía el diario, Pascual observó un anuncio que convocaba a personal para la obra de El Chocón. Al otro día se presentó en las oficinas de la empresa constructora Cartellone y empezó a trabajar”, cuenta la mujer. “En ningún momento dijo que era sacerdote, él quería ser aceptado como un trabajador más. Compartió todo con los obreros y vivió en las mismas pésimas condiciones como ellos”, comenta mientras muestra una foto donde está con un obrero tucumano y en la que se reflejan las pésimas condiciones en las que vivían.

Pascual fue uno de los pilares de las protestas que comenzaron en diciembre de 1969 junto a los delegados elegidos por los trabajadores, Antonio Alac, Egdardo Torres y Armando Olivares. Ya se habían muerto ocho obreros y las condiciones laborales y de vida eran muy malas. Según Margarita, “tenía un gran respeto hacia los obreros” y cumplió “una misión importante respecto a lo difícil que fue la mediación”. Y cita lo que muchos años después le dijo Alac: “No sé qué hubiéramos hecho sin este cura”.

A veces tenía que frenar el impulso de los trabajadores ante las negativas a sus reclamos por parte de la patronal explicándoles que “las máquinas hay que cuidarlas porque son las herramientas de trabajo”.

Sobre De Nevares, Rodríguez decía que el obispo se dejaba evangelizar por la realidad. Sin embargo, Margarita asegura que la Iglesia tuvo una actuación importante en El Chocón “porque había un cura tercermundista”. “Pascual pudo entrelazarse con sus compañeros, siendo un trabajador antes que un sacerdote”, indica.

Una de las cosas que más le impactó al sacerdote mientras pasaba sus días en la obra fue el desarraigo de esos miles de trabajadores provenientes de todo el país y de países vecinos, lejos de sus familias. “Estaba muy preocupado por la convivencia y el desarraigo que tenían los compañeros”, precisa.

Terminada la huelga, el 14 de marzo de 1970, Rodríguez fue despedido. A pesar de ello, siguió yendo todos los fines de semana a dar misa a la villa temporaria, que se levantó durante la construcción de la represa, donde vivían los trabajadores y algunas familias. Durante ese año, Margarita conoció a Pascual. Ella le contó de aquella pintada y comenzaron a verse más seguido en las actividades de militancia que ambos hacían en los barrios neuquinos. Pero tuvieron que separarse. “Cuando estaba en la iglesia de Confluencia, Pascual recibía amenazas de la Triple A. Le recomendaron que se fuera y se fue a Italia, donde trabajó en una fábrica en Torino”, cuenta la mujer.

Volvió en 1973 para las elecciones que ganó Héctor Cámpora. “Ese año decidimos vivir juntos”, comenta Margarita. “Era un hombre íntegro, seguro de lo que quería. Trabajó siempre, de albañil, estudió para docente de primaria, después entró a trabajar en CALF y más tarde en el Instituto de Acción Cooperativa. Más tarde se hizo cargo de la dirección de la revista. Él nunca renunció a ser cura. La Iglesia renunció a él”, describe.

La experiencia vivida durante esa lucha junto a los trabajadores de la represa fue de tal magnitud que cuando murió, el 18 de junio de 2007, sus familiares cumplieron con el deseo que les había expresado: esparcir sus cenizas en El Chocón, ese lugar que lo tuvo como un obrero más y que, como afirmó antes de su muerte, cambió el sentido de su vida.

“Cambió el sentido de mi vida”

Un año antes de su muerte, Pascual Rodríguez escribió un texto que tituló “Mi testimonio” en el que señala, entre otras cosas, que en El Chocón se había sentido “partícipe de esta historia, que es un pedacito de la historia de los trabajadores”. Que se había tomado en serio aquella máxima de Juan XXIII de “abrir la Iglesia para que la evangelizara el espíritu de la historia”.

En otro párrafo sostiene: “Quería reencontrarme con el mundo del trabajo que había dejado cuando entré al seminario mediante un aprendizaje que venía de los compañeros”.

Confiesa que “el sentido de iglesia” fue cambiando en él “por el sentido de clase y de fraternidad”. El texto del ex sacerdote concluye agradeciendo “a Dios y a los compañeros por haber participado en este episodio que cambió el sentido de mi vida”.

Fuente: www.lmneuquen.com