El pueblo que está solo y no espera (*)

Por Jorge Falcone

En un país tradicionalmente culto, pujante, y celoso de sus derechos como la Argentina, cuesta interpretar este presente de miseria de las ideas, re primarización de la economía, y anomia de grandes mayorías empobrecidas, sin concluir en que la última dictadura militar hizo un trabajo verdaderamente profundo de remodelado de la estructura socioeconómica del país y – por ende – del imaginario colectivo, equivalente a una suerte de lobotomía generalizada del pensamiento crítico, fenómeno que nos enfrenta poco menos que a la posguerra de un genocidio.

Recordemos que el gobierno de facto se retiró erosionado, pero no aplastado por la lucha popular, de manera que la clase política protagonista de las cuatro décadas ininterrumpidas del orden constitucional que se conmemoran este año se ha venido desempeñando bajo el signo de ese condicionante, ante una sociedad significativamente escarmentada por sus audacias pasadas, y respetando los límites de una democracia de bajísima intensidad.

Así se llega al índice de 43.1% de pobreza alcanzado durante 2022, en el marco de una crisis global de representatividad que pone en tela de juicio el modelo de las democracias republicanas.

Desde distintas tradiciones del pensamiento crítico, últimamente se han publicado algunos ensayos que dan cuenta de dicho acontecer: ¿Por qué fracasó la democracia?, de Gabriel Solano (marxismo trotskista), o “Prisioneros de esta democracia”, de Roberto Cirilo Perdía (nacionalismo revolucionario)

Pero faltaríamos a la verdad si no señaláramos que en diciembre de 2001 ese orden fue profundamente interpelado, y aunque los emergentes de dicha crisis – tanto en su versión neodesarrollista como  neoliberal – coincidieron en caracterizar aquello como “antipolítica”, el acontecimiento dejó el saldo de un riquísimo ejercicio de democracia directa, que iría menguando su potencia disruptiva entre la Masacre de Avellaneda (2002) y la inauguración del proceso de cooptación/asimilación kirchnerista (2003), que se ocupó de restaurar la amenazada gobernabilidad burguesa.

Así llegamos a una circunstancia en que, a lo largo de toda Nuestra América, se despliegan modelos de gobierno de distinto signo, pero con el denominador común de sostener democracias extractivas, lo cual habilita a considerar al progresismo como placebo del sistema capitalista dependiente.

El contexto descripto encuentra a nuestro país entrando en una nueva fase histórico política caracterizada, entre otras variables, por la renuncia a competir electoralmente de los máximos referentes del oficialismo y la oposición, pertenecientes a las dos coaliciones post bipartidistas en disputa; crecientes índices de abstencionismo electoral indivisibles de la gran vacancia de ofertas programáticas seductoras (fenómeno que conquistó el segundo puesto en las recientes elecciones de Tierra del Fuego); el viraje gradual hacia un sentido común caracterizado por una creciente intolerancia, capitalizado por discursos negacionistas sumamente peligrosos, como el de Victoria Villaroel, la defensora de represores que funge como candidata a vicepresidenta por La Libertad Avanza; o la radicalización de un narco poder alimentado desde el Estado Profundo como novedoso mecanismo de control territorial. Todo lo cual instala oscuros nubarrones en el porvenir inmediato de una sociedad que se aproxima a celebrar los comicios de octubre contando con un electorado repartido en tres tercios que – hasta ahora – ostentan chances semejantes de imponerse en las urnas.

Más aún cuando la negativa de la Vicepresidenta a participar en las listas de la fuerza que tanto ha venido clamando por su candidatura – sus motivos tendrá, que acaso trasciendan a los que esgrime públicamente – ha dejado a una amplia franja del movimiento nacional al que suele dirigirse en un estado de desazón y sintiéndose a la intemperie, lo cual reabre el viejo debate acerca de la orfandad que suelen producir los unicatos cuando cumplen su ciclo, cuestión que alguna vez habrá que superar, a los efectos de no depositar la esperanza por fuera del  compromiso propio.

No obstante, y muy a pesar de la condescendencia de una dirigencia política y sindical genuflexa ante el poder de turno, últimamente la vitalidad del pueblo argentino se ha desplegado con todo su potencial en manifestaciones de diverso cuño.

No hace mucho, en el plano deportivo, exhibiendo el orgullo por la identidad nacional durante la celebración del triunfo de nuestra Selección en el Campeonato Mundial de Fútbol que tuvo lugar en Qatar.

Y en las últimas horas, en el plano político, con la promisoria confluencia entre las dos mayores formaciones del movimiento piquetero (Unión de Trabajadorxs de la Economía Popular y Unidad Piquetera), que acaban de colmar el microcentro porteño con cientos de miles de activistas dispuestxs a pelear por una vida digna. En la medida en que esta voluntad de unidad en la acción persista – y sea capaz de abrirse a otros sectores que aún no confrontan, o lo hacen dispersando esfuerzos – puede que estemos ante el embrión de una masa crítica capaz de lograr cambios significativos.

Sobre todo, si – además de ir acordando algunas coordenadas para afrontar la emergencia, entre las cuales la ruptutra con el FMI se impone como única condición de posibilidad para tener algún futuro – se advierte que causas como la soberanía de los bienes comunes son capaces de generar la multisectorialidad que aún no se avizora, imprescindible para pasar página y superar el amargo trago que se viene ofreciendo al pueblo argentino.

Sería una merecida lección para ese pensamiento posibilista y mediocre aferrado a la idea de que la correlación de fuerza nunca es suficiente para conquistar definitivamente la Justicia Social.

(*) Juego de palabras en torno al título del ensayo “El hombre que está solo y espera”, de Raúl Scalabrini Ortiz

Fuente: La Gomera de David