El tiempo es hoy

Por Miguel Fernández Pastor

No más planes ni bonos: Ingreso Básico Universal

Cuando era adolescente y salíamos a bailar con mis amigos, teníamos ciertas ritualidades a cumplir que hoy parecen insólitas. Por ejemplo, nos sentábamos alrededor de lo que era una improvisada pista de baile, y cuando un muchacho quería sacar a bailar a una chica tenía que cruzar esa pista de baile que en ese momento se nos aparecía como el Sahara. Cuando finalmente llegaba el momento cumbre y establecíamos la correspondiente invitación, asumíamos la exposición respecto de la negativa, bajo un sentido “no bailo” que sonaba ciertamente desilusionador y nos obligaba a cruzar nuevamente el Sahara y a las cargadas de los amigos. Pero si la respuesta era positiva, con el corazón henchido de felicidad, la escoltábamos hasta la pista y ¡a bailar por fin! Por ello, antes de lanzarse a semejante aventura de sentido riesgo, ensayábamos insólitas señales, por lo general mudas y con cierta complicidad intuida, para ver si la elegida reaccionaba y evitar así el fatídico “no” que pondría fin a la excursión. A veces, por el temor de que la señorita no haya recibido la señal correcta, se intentaba una y otra vez desde ángulos distintos, y a veces, por ser tan precavido mientras se buscaba un nuevo ángulo, llegaba algún intrépido galán que, sin temor al Sahara, se quedaba con la chica mientras nos quedábamos mascullando el enojo e imaginando las explicaciones a los amigos respecto de semejante “plancha” (dícese de aquel o aquella que concurría a un baile y no bailaba). En aquellos bailes, y en esos tiempos, las mujeres tenían un rol totalmente pasivo, no contaban con otra posibilidad que esperar que alguien las invitara a bailar, pero eran dueñas de la más fenomenal arma para vengar su pasividad, sea con un sí o con un lapidario no.

Creo que algo parecido al rito que ocurría en derredor de la niña adolescente de 50 o 60 años en un baile ocurre hoy con las políticas sociales. Estamos reunidos en una gran pista de baile, con algunas certezas que algunos conocemos:

  • Hay una gran crisis económica a la que hay que darle una solución de fondo.
  • La pobreza nos acecha incansable.
  • Está empezando una incipiente reactivación.
  • La reactivación, sin embargo, tomará un tiempo para que su efecto alivie la situación de los más vulnerables.
  • El índice de pobreza en la población general ronda el 40%, pero en los jóvenes llega al 50%.
  • Si vuelve el neoliberalismo, la crisis ya no tendrá posibilidad de revertirse.

También, como en esa ficticia pista de baile, buscamos un mismo resultado –reducir al máximo la pobreza– aunque a veces por caminos distintos. Ahora bien, esa búsqueda por caminos diversos conlleva una pérdida significativa tanto de recursos humanos como materiales, todos ellos de inestimable valor. Piénsese la enorme cantidad de planes coyunturales aplicados en los últimos dos años, todos ellos encomiables pero insuficientes para resolver el problema de la pobreza estructural. Infinidad de bonos para paliar los desfasajes de la inflación, tarjeta alimentar, reparto de alimentos a granel, planes sociales, IFE, reconocimiento ficto de años de servicio por tareas de cuidado, por el que se reconocen años de servicios con aportes para las mujeres que hayan sido madres, o jubilación anticipada para aquellas personas que se encuentran desocupadas pero tienen todos los años de servicios con aportes requeridos. Se da ahora el insólito caso de hacer un plan para desarmar otro plan, al proponer transformar los planes sociales en trabajo genuino mediante la aplicación de incentivos a los empleadores. Hay incluso créditos subsidiados para monotributistas e infinidad de pequeños planes que resuelven problemas puntuales: mujeres en situación de riesgo, niños y adolescentes, discapacitados. ¿Alguien puede decir que algunos de estos programas son ideológicamente incorrectos? Obviamente no. Es más, muestran la vocación popular del gobierno y conllevan un esfuerzo encomiable. Pero con el mismo énfasis corresponde señalar que su resultado concreto es insuficiente, son costosos y la convivencia de semejante número de planes otorgados sin una estrategia clara y sin medir en ningún caso su impacto adolece de sentido común.

Asimismo, frente a nuestra hipotética pista de baile se encuentran las provincias, cada una de ellas con distintos planes sociales, también de carácter coyuntural y descoordinados entre sí. Las municipalidades participan de esta situación y, es más, son los actores más sufrientes, ya que son los primeros que reciben el reclamo de las necesidades sociales. A lo descripto habría que agregarle los miles de militantes y de organizaciones sociales que aportan lo suyo.

Si se analiza con detenimiento el conjunto de programas sociales, pueden detectarse algunas cuestiones que saltan a la vista:

  • La inmensa mayoría de las políticas sociales están dirigidas a paliar las necesidades primarias, y en consecuencia no hay planes que remuevan obstáculos de largo plazo.
  • Existe una muy fuerte atomización de las políticas sociales, lo cual favorece el clientelismo, que a su vez atenta contra una política universal.
  • No se percibe una acción estratégica de conjunto ni una coordinación interjurisdiccional.
  • Hay planes que se contraponen con otros.
  • Los sectores de máxima pobreza no logran participar del reparto (por ejemplo, las personas en situación de calle o las comunidades de pueblos originarios, de por sí carentes de requisitos indispensables para cualquier plan como la identificación personal, el acceso a un mail o a un celular o un domicilio para recibir las notificaciones. A ese universo, hay que salir a buscarlos uno a uno porque registran una situación particular, y no los alcanza el diseño tradicional de los planes).

Como en la metáfora del baile, hoy está faltando un intrépido dispuesto a cruzar el Sahara y aplicar una política universal, coordinada estratégicamente para atacar la coyuntura, pero que a su vez transforme el futuro. Creo sinceramente que la única alternativa viable para erradicar la pobreza es la implementación de un Ingreso Básico Universal (IBU), y entiendo que esto lo comparten los movimientos sociales que pujan por ello. También adhieren los países desarrollados que han implementado alternativas de distinta naturaleza pero basadas en los mismos principios; también lo han investigado y lo han documentado los estudiosos de los temas sociales.

El gobierno tiene hoy en su seno distintos grupos de trabajo que analizan la posibilidad de implementar un Ingreso Básico Universal. El problema que acecha silenciosamente es el tiempo y la oportunidad, ya que al igual que en la metáfora del baile adolescente, se corre el riesgo que el análisis lleve demasiado empeño y tiempo y finalmente terminemos viendo con perplejidad que aquel que no debía, cruzó el Sahara, y se quedó bailando con nuestra muchacha.

Imágen de portada: Baile en el Moulin de la Galette, Pierre-Auguste Renoir, 1876.

Fuente: www.elcohetealaluna.com