Jorge Julio López: 13 años de impunidad

Por Carlos Saglul*

Se cumplió un nuevo aniversario de la desaparición del testigo clave en el primer juicio por delitos de dictadura después de la derogación de las leyes de impunidad. En esta entrevista, Miguel Graziano, autor un libro que narra su historia, asegura que López “sabía que corría algún peligro, pero dio un gran paso personal que fue un pequeño paso para la humanidad”.

El 18 de septiembre de 2006, Jorge Julio López desapareció por segunda vez, después de dar un testimonio clave en los juicios por crímenes de lesa humanidad. Fue claro que el humilde trabajador era secuestrado para detener los procesos por delitos de la dictadura. Quién por ese entonces era presidente, Néstor Carlos Kirchner, dijo “si doy marcha atrás con los juicios, después vienen por la economía y mi gobierno”.

Miguel Ángel Graziano, como observó Osvaldo Bayer y se nota en su libro “En el cielo nos vemos” (2013), vio la urgencia de contar la historia de aquel hombre, que desapareció dos veces en La Plata, la última por defender la justicia, para combatir la impunidad y reivindicar la memoria de sus compañeros.

Hablamos con el periodista, sobre esta desaparición que vino una vez más a recordar que los gobiernos cambian pero el aparato represivo dispuesto a torturar, desaparecer, continúa funcionando en defensa de un modelo desigual y por sobre todas las cosas violento. El neoliberalismo no puede funcionar sin un Estado criminal.

-¿Qué significó el caso López para la lucha por el fin de la Impunidad, que trató de instalar?

-La segunda desaparición forzada de Jorge Julio López fue seguida por una catarata de amenazas a lo largo y ancho del país que intentaron sembrar el miedo entre los testigos de los casos que comenzaban a abrirse tras la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, pero lejos de lograrlo, hizo que cientos de testigos redoblaran su compromiso con la verdad. Los juicios por crímenes contra la humanidad cometidos durante la última dictadura militar argentina avanzaron, a veces sin prisa, pero siempre sin pausa, incluso durante el gobierno de Macri, que no pudo detenerlos aunque quitó fondos, aunque el Estado abandonó en gran parte su lugar de querellante en los juicios, y aunque se intentó relativizar la violación a los derechos humanos poniendo en duda, por ejemplo, la cantidad de detenidos desaparecidos, con la idea de retomar el argumento de la guerra sucia que negara finalmente lo que fue la represión estatal: un plan sistemático de desaparición, tortura y exterminio.

-¿En el caso López se puede decir que el olvido llegará antes que la Justicia?

-Mientras haya alguien intentando saber qué pasó durante la dictadura militar en la Argentina López no va a ser olvidado. Su testimonio, aunque preciso para dar nombres y apellidos de los torturadores, para encontrar fosas comunes en los centros clandestinos de detención por los que pasó, no fue tan diferente al de muchos otros testigos, tan valientes como él, pero el hecho de haber sido secuestrado y vuelto a desaparecer lo convierte en un hito en la lucha contra la impunidad.

Además, aunque todos estamos condenados al olvido, López va a estar para siempre en todos y cada uno de los que luchan, la acción política de la que fue testigo y narró en el juicio era la cotidiana, contra la injusticia que significa que haya chicos que no tienen para comer.

-¿Logró establecer algo la investigación? ¿Quedaron pistas sin seguir?

-La investigación oficial sobre la segunda desaparición forzada de Jorge Julio López es uno de los tantos monumentos a la impunidad que hay en la Argentina. Una vez ocurrido el hecho y contra toda lógica, no se investigó a Etchecolatz ni a su entorno, si se buscó entre otros represores, como Julio César Garachico, mencionados por López en su declaración. Tampoco entre el personal del servicio penitenciario que hubiera podido tener interés en su silencio o en evitar la continuidad de los juicios. Las policías, si hicieron algo, fue encubrir. La SIDE no sirvió para nada. El Estado no pudo o no supo cómo resolver el caso pero quedó en evidencia que faltó inteligencia para pensar en la protección de los testigos. No se armó una red de vigilancia sobre los represores ni se investigó si el aparato represivo estaba desactivado. Todavía muchos efectivos de las fuerzas de seguridad involucrados en los crímenes de la dictadura tenían cargos en 2006. Incluso Etchecolatz mantuvo hasta 2017 su condición de policía bonaerense, retirado y con beneficios.

-Siempre resultó curioso el silencio que mantenía López sobre su militancia frente a su familia.

-López fue víctima de varios silencios. Hubo un silencio social, nacido del «por algo será», del «algo habrán hecho»; un silencio hijo de la impunidad, de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final; y también de un silencio familiar, porque no podía hablar con su propia familia de lo que había vivido en los centros clandestinos de detención. Sus hijos, incluso, escucharon por primera vez su historia cuando dio testimonio en el juicio a Etchecolatz. Pero imaginate, si nosotros, como sociedad no queríamos saber, qué podría pasar en una familia. No es algo raro entre las víctimas, que intentan dejar atrás situaciones traumáticas, pero en el caso de López es interesante cómo mantuvo viva su memoria, insobornable y pese a todo, para que haya por fin justicia, escribiendo a escondidas lo que había vivido, dibujando los planos de los sitios en los que había estado detenido, intentando hacer un identikit de todos y cada uno de los represores que había visto. López, que era albañil y tenía apenas sexto grado, tuvo que esperar mucho tiempo para hablar, pero cuando por fin fueron derogadas las leyes de la impunidad se comprometió en cuerpo y alma para que, como él mismo escribiera, los argentinos pudiéramos saber.

-Después de López, se verificaron otras desapariciones, crímenes. Siempre las  víctimas las aporta el pueblo, los jóvenes, el pobrerío. Tenemos una Justicia de clase, que en realidad no está preparada para resolver crímenes con el de López, el de Santiago Maldonado y tantos asesinados.

-En el caso López el delito fue cometido contra el Estado, contra el Gobierno, o al menos contra la idea del gobierno de llevar adelante los juicios, tal vez por fuerzas residuales estatales o para-estatales, pero es diferente en otros casos, en donde el Estado es el que, de una manera u otra, no sólo cometió el delito sino que además lo intenta encubrir.

En 2006, el caso fue usado contra el Gobierno al punto que se acusó con fake news al kirchnerismo de haber secuestrado a López, con notas en páginas webs y de las que participaron tipos como el mismísimo Jorge Asís.

En todo caso, lo que desnudó la desaparición de López fue la falta de previsión en la realización de los juicios, la falta de democratización de las fuerzas de seguridad, que hoy vemos tienen la voluntad de reprimir y de matar, como en el caso de Santiago Maldonado o Rafael Nahuel, y también la democratización de la justicia, que deja en manos de los asesinos la propia investigación del crimen para terminar convirtiéndose en cómplice de la muerte. Pero el debate está abierto y nosotros tenemos que elegir qué queremos ser, qué policía necesitamos, qué justicia queremos, cómo vamos a ser un país mejor.

-¿Qué significa hoy no olvidarse de Julio López?

-Julio López fue testigo de la muerte de una generación de jóvenes que, equivocados o no, pero en todo caso dignos representantes del tiempo que les tocaba vivir, querían construir un mundo mejor. Fue víctima de la desaparición forzada, el horror y la cárcel. Sobrevivir fue su primer acto de resistencia. Cuando salió en libertad, sufrió el silencio. Temió que lo ocurrido fuera olvidado y escribió su historia en bolsas de cal y de cemento, los almanaques o las boletas municipales. Cualquier papel con un espacio en blanco le servía para dejar una huella que otros pudieran seguir.

Declaró con valentía en el juicio por la verdad y fue querellante, no sólo testigo, en el juicio a Etchecolatz. Participó de los reconocimientos legales en los centros clandestinos en los que estuvo detenido y esperaba que se hiciera justicia. Lo que guardó durante tantos años tomó sentido con su última declaración. Sabía que corría algún peligro, pero dio un gran paso personal que fue un pequeño paso para la humanidad: en el juicio en el que fue testigo y querellante, por primera vez en la historia un tribunal reconoció la existencia de un genocidio en su propio país.

Como dice en el libro, en la última aventura de su vida le abrió la puerta a la muerte. Se lo llevaron. Hoy falta y nada más, pero se puede recuperar su herencia y exigir justicia.

*Periodista. Secretario Adjunto del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA). Vocal de la Comisión Ejecutiva Nacional de la CTA Autónoma

Fuente: www.canalabierto.com.ar