La amenaza de una restauración conservadora a 47 años del Golpe

Por Adrián Camerano

“Todo bien con el indio y la whipala, hasta que reclama la tierra”. La frase se escuchó a comienzos de mes en una jornada de reforestación y cuidado de la casa común en el departamento Santa María, grafica cómo operan los poderes reales cuando ven amenazados sus intereses, el odio inoculado de manera sistemática para construir enemigos públicos, una otredad necesaria a sus intereses.

La idea es clara: conviene obturar el acceso a cualquier tipo de derecho, por más ínfimo que sea su correlato material, y escarmentados quienes se atrevan a reclamarlo. Tranquera cerrada, status quo y siga siga, para que el país rico engorde índices de pobreza que nadie atina a explicar.

El plan sistemático de terrorismo estatal que comenzó a implementarse en 1974 no feneció el recordado 10 de diciembre de 1983, sus consecuencias perduran: porque si el pensador conurbano Pedro Saborido explica que “vos no vivís en el capitalismo, el capitalismo vive en vos”, el golpe de Estado y su proyecto de destrucción y muerte sobrevive, respira, se recicla en la vida cotidiana.

El pasado que es hoy

En Argentina el concepto de Derechos Humanos estuvo históricamente ligado al pasado reciente. Sobran los motivos, tanto por lo brutal del proyecto cívico-eclesiástico-militar como, en contraposición, por la formidable tarea de los organismos y sus banderas de Memoria, Verdad y Justicia que entrañan principalmente vida. En esa materia, el avance sustancial lo configura el proceso de juicio y castigo a los responsables materiales de la masacre; el argentino es un caso de estudio mundial, rareza en el Cono Sur, orgullo de la humanidad. Ejemplo de derechos conquistados, en la calle y en lo simbólico, en los tribunales y en la educación, en la cultura, la disputa por el sentido común. Ya dijimos, Nunca Más.

Ese hito fundamental, que aún discurre, está acompañado de otros avances señeros en la región: los reconocimientos de derechos que devienen de las luchas históricas de los feminismos y las diversidades; la universalización de la cobertura alimentaria y la ampliación de la obligatoriedad educativa son parte importante de esa lista que supimos conseguir.

Conviene no olvidar que detrás de cada derecho conquistado está la sangre de más de 30 mil desaparecidos; familias devastadas; identidades robadas; cárcel, persecución, estigmatización, despojo. Y también que en el campo social no hay peleas ganadas para siempre: carroñeros, los buitres de adentro y de afuera vuelven a acechar.

El proyecto político, social y económico que trajo la dictadura tenía por objetivo someter a los sectores populares y a favorecer las clases dominantes, que no en vano lo impulsaron y financiaron. Con sus matices, los gobiernos democráticos de 1983 a esta parte no pudieron, no supieron o no quisieron dar vuelta esa tortilla. Si el alfonsinismo planteó que con la democracia se cura y se educa, luego el menemismo desató aquella rifa material y simbólica del patrimonio nacional regada con pizza y champagne; si el ciclo kirchnerista pudo avanzar en materia de derechos ganados, sobre todo en su última etapa, el macrismo vino a dar continuidad al menemismo y al proyecto de la dictadura, en esencia lo mismo.

En un año electoral y con el actual Gobierno debatiéndose en internas inexplicables mientras allá fuera la inflación hace estragos, las lides electorales que se vienen pero sobre todo la que disputa Balcarce 50 puede ser un parteaguas para reinstalar un paradigma de derechos y de mejoras para las mayorías, aún muy parciales y tanto más insuficientes, o para el retorno del paradigma meritocrático, excluyente y de un derrame que nunca llega, ni llegará jamás.

Feos, sucios y malos: Los enemigos públicos que supieron construir

Para llevar adelante su plan, el poder real precisa construir un consenso social basado en el odio al otro, el individualismo a ultranza y la ilusoria salvación individual. Para ello construye “enemigos públicos números uno”, en los que descargue su ira diaria el ciudadano medio, cada vez más empobrecido pero aún con acceso a lo elemental. En ese tren, un caso paradigmático son los discursos de odio hacia el pueblo mapuche, de los que el 99,99% de los injuriantes desconoce su lengua, su cultura y, mucho menos, su cosmovisión. Otro, los “planeros” o “piqueteros”, trabajadoras y trabajadores de la economía popular que reciben un mísero dinero estatal para poder vestirse y comer. También los sindicalizados, que defienden convenios colectivos ganados hace rato.
En todos los casos, las movilizaciones y eventualmente los cortes de calles y rutas son más cronicadas como inconvenientes de tránsito que como lo que son: la pelea por derechos en la calle. En esta Córdoba más ligada al conservadurismo que a la gesta obrero-estudiantil de 1969 sobran los ejemplos; por caso, el cajoneado proyecto de ley para limitar la protesta social, una rara avis de políticos que intentan legislar para cercenar la actividad… política.

Sectores eclesiásticos, pero fundamentalmente de los grupos de poder económicos ligados al “desarrollismo” y el agronegocio bombardean estas premisas a diario. Usan para ello –claro- a la prensa hegemónica, que moldea conciencias en las que el de al lado es un enemigo y que amplifican discursos de odio que no son propios, sino apenas réplicas de visto y escuchado. Esa es la comida informativa digerida que los poderes fácticos convidan a toda hora y en casi todo canal.

Enfrente, en este contexto de economía estallada y habitabilidad humana jaqueada por la más grave crisis socioambiental, los sectores populares pugnan por no caerse del sistema, al punto de hasta tener que explicar que existe al menos el derecho a alimentarse para poder sobrevivir.

La derecha de ayer y hoy, los desafíos, la esperanza

Lo dijo sin ambages esta semana el dirigente estatal Hugo Godoy, en el III Foro Mundial de Derechos Humanos: “los Macri, los Rodríguez Larreta, los Milei, las Bullrich son hijos putativos de la dictadura de Videla y de Martínez de Hoz”. El globo de ensayo de amnistía encubierta que intentó el macrismo, el festival de prisiones domiciliarias y el actual 2×1 por goteo que hasta incluye libertades condicionales son sólo grageas de ese estado de situación, donde ya pocos llaman “Justicia” al Poder Judicial.

En esa línea, no es vana la alusión del ex presidente cuando insiste en “el curro de los Derechos Humanos”. Los militantes de esa amplia tradición política argentina son otro enemigo en permanente construcción: Macri siembra para su hinchada, su prédica cala en ciertos sectores, suma un odio que nadie precisa salvo los que dicen pensar en el bien común, pero en rigor abonan una mayoría desgraciada. Total, Ezeiza siempre estuvo cerca, y ellos viajan en primera clase.

De aquel Estado terrorista argentino a esta actualidad de negacionismo, desapariciones en democracia, debacle ambiental e injustificable violencia institucional, entre otras calamidades, los representantes visibles de la derecha argentina voraz y agazapada ya no disimulan que quieren ganar elecciones para profundizar la transformación económica y social del país en la misma línea que intentó hacerlo, a sangre y fuego, la dictadura cívico-eclesiástica-militar.

Derechos Humanos hoy no es (sólo) contar el pasado, sino desmenuzar qué pasa hoy y cuál es la relación con esa tragedia que nos atravesó a todos, pero más a los sectores populares organizados. Hay una genealogía que hizo posible que existiera un caso Facundo Rivera Alegre, que en una “fiesta de bienvenida” cuartelera muriera Matías Chirino o que asesinaran por la espalda a Blas Correas; que privilegia el cemento por sobre la casa común; que mantiene vigente las cloacas de la democracia y la inteligencia interior, prohibida por ley, y por tanto ilegal; que demoniza, estigmatiza, condena tres veces y más a todo aquel que ose reclamar por sus derechos, que en definitiva son los de todos.

En estos días la Memoria florece a lo largo y a lo ancho de la geografía provincial: comisiones, organismos, sindicatos, vecinas y vecinos recuerdan a los 30 mil y rescatan su legado. Exigirán Justicia, Democracia, Soberanía, además de Memoria, Verdad y Justicia, Tierra, Techo y Trabajo por una vida que merezca ser vivida.
El desafío es despejar los cantos de sirena, lograr el trasvasamiento generacional, mirar la actualidad desde el prisma de la Memoria con una intención transformadora. Como antes, como siempre, la batalla es cultural.

Fuente: www.lmdiario.com.ar