Lo americano en los circuitos del espanto

Por Mario Vilca*

En nuestras sociedades latinoamericanas, donde el debate acerca del impacto del proyecto moderno ha constituido la preocupación central de nuestros pensadores, Rodolfo Kusch1, en sus diferentes obras, ha planteado la cuestión del saber desde un enfoque diferente de los postulados epistemológicos de la modernidad.

Para Kusch, en efecto, el problema central que hemos de afrontar es el de determinar qué es el saber. Hemos aprendido que el saber contiene un sabor de heroicidad, de un peregrinar ascético hacia mundos donde resplandece lo verdadero y lo bueno. El logos filosófico, lo científico-técnico, los mundos que hace comparecer la razón, constituyen los puertos de esta aventura heroica de la modernidad.

Kusch señala que el saber moderno es apenas un episodio de un saber más general o saber estar. ¿Qué es esto de saber estar? Es una condición originaria de todo sujeto, lo previo que se da antes de asumir conscientemente la tarea de hacerse cargo de la propia existencia. Significa esto que hay un saber anterior a la relación sujeto-objeto, al de una conciencia aislada y extraña frente a las cosas, así como al que sólo se relaciona con sus vivencias. El sujeto no busca conocer el “mundo exterior”, y no lo busca porque ya está en él, y junto a los demás; se encuentra abierto y comprendiendo al mundo antes de hacer teoría sobre él. En este sentido el estar se asocia al vivir, a un vivir sin más que se abriga de cultura, entendida ésta como un universo simbólico que sirve de amparo. Para Kusch el estar se ha concebido de modos diversos: sea como otro modo de determinar el ser; como el equivalente de una actitud irracional o como un vector diferente sobre el cual puede generarse el pensar. No será ni lo primero ni lo segundo. Lo “irracional” ha sido una forma de caracterizar “lo que no es” la razón ilustrada; una negación que afirma; una afirmación de plenitud y autenticidad determinante que se desplegaría en la historia progresiva. Kusch piensa que quizá no sea apropiado hablar del estar como un trasfondo desde el que se presentan los entes, sino como lo impensable, para un pensar que se desplaza en el nivel de las cosas nombrables y objetivables. En este ámbito, nos dice, se da no ya una causalidad sino el acontecer de lo seminal, un actuar, un lenguaje, un ser acontecido por el mundo, en términos de un originarse, crecer y morir; y volver a renacer. De aquí que crecer para el fruto sea, según Kusch, el horizonte del vivir. Y este saber no se genera ni termina en el circuito de la computadora, en tanto ícono de la aventura fáustica de la modernidad. En todo caso el desafío entre nosotros consistirá en incluir a esta en nuestro hervidero espantoso de símbolos, intuiciones y experiencias no modernos. Lo que él ha denominado el circuito del espanto2.

Para tratar de aproximarnos al circuito del espanto, que escapa al mundo de lo pensable, que interpela al sujeto de modo raigal, es necesario, nos dice Kusch, asumir nuestro miedo. ¿Miedo de qué? Es que el circuito de la computadora, o más bien, la máquina que reifica ese saber es, para nosotros un símbolo. Nos permite poseer la certeza de que podemos escapar de la indigencia del mero estar nomás, y tenemos que hacer algo para ser alguien; y entonces nos acordamos que nos enseñaron que hay que aprender algún saber de esos que uno pueda aplicar más o menos bien para ganarse el pan. En el mundo globalizado se dirá, lo decían sus ideólogos, los posmodernos, que hay que tener un saber que nos permita hacer una buena performance en el sistema. Aquí ya estamos cerca del saber del espanto del curandero aymara. También él recurre al símbolo para conjurar su angustia, una hendedura hacia la experiencia del mundo. La montaña adviene a él y lo habita para hablar en términos humanos. La diferencia está en que su saber no está disponible en el mercado para comprarlo y luego venderlo. Toda su vida está comprometida en experimentar la potencia de la deidad que ha convocado a su mesa3; en el ser habitado y habitarla, habitar-se de la potencia espiritual. El así potente, que le permite alcanzar la plenitud de sentido a sus pacientes. En suma, el curandero rebasa al sujeto frente a un objeto, está siendo con el mundo, pero mucho más allá de la experiencia antropocéntrica que confiere la experiencia moderna.

Entonces, mientras el primer circuito, de la experiencia moderna es el de la computadora, que se desliza por las cosas nombrables y objetivables, el segundo es el circuito del espanto, del ámbito de lo absoluto e innombrable, lo arquetípico.

Para nosotros, entonces, se trata de recuperar los caminos (thaki), o cultura en aymara, por donde andan los dioses y los demonios, la diversidad de los nosotros culturales, el ámbito soterrado de los valores. Y ya no solamente el horizonte objetual para hacer una buena performance en el sistema de mercado. Incluir sujetos, espacios y objetos que nos intencionan, nos interpelan, nos miran. Des-exiliarlos de nuestra historia. Para Kusch la tecnología está condicionada por el horizonte cultural en el que se produce:

“Si consideramos la técnica para fabricar un arco y una flecha, hacemos una abstracción porque la sacamos de la cultura que los fabrica. No cualquier cultura fabrica arcos y flechas, porque para hacerlo necesita determinadas pautas culturales que la llevan a fabricarlos, de tal modo que si las pautas eran diferentes hacían un bumerang o un hacha de piedra”4.

Exhuma la secreta relación de la metafísica occidental con la técnica, así como con ese sujeto que ha experimentado la voluntad de poderío frente al mundo, y que ahora se retrotrae asustado por las consecuencias de su acción.

Kusch señala que nuestro problema en América no es cómo afirmar la tecnología, concebida de este modo, sino cómo extrañarse frente a ella, suspendiéndola, mediante un acto ascético de reflexión. En esa puesta entre paréntesis de su ámbito performativo, encontraríamos una profunda necesidad humana, una necesidad que roza el ámbito de lo numinoso y que tiene que ver con el arraigo en el mundo y los otros humanos y no humanos. También el sujeto moderno, con su ser alguien en relación al mundo concebido como objeto, y el proyecto de constituirse en propietario del mundo, debe ser puesto entre paréntesis. Sin embargo, Kusch no se adscribe a la melancolía de pensar en el misterio de la tecnología como objetividad. Y nos invita a suprimir esa melancolía entre nosotros, subrayando que la tecnología no es algo autónomo, sino que depende de la cultura que la genera. Y en todo caso hacerla “habitar” este mundo. Para este caso se puede citar el ritual de Eucaliptus donde el camión es incorporado al mundo cultural aymara, habitado por potencias fastas y nefastas5. O en la puna jujeña donde cada objeto que se adquiere, se lo challa, asperjándolo con gotas de alcohol y sahumándolo. Kusch postula ya no creer tanto en el progreso, ese mesianismo que ha justificado la imposición del proyecto moderno. Y creer en cambio más en lo humano y lo numinoso que se desliza detrás del rito campesino y de las ecuaciones del ingeniero informático que programa una computadora.

*Magister Universidad Nacional de Jujuy

1 Rodolfo Kusch nació en Buenos Aires el 22 de junio de 1922. Su obra acerca de la cultura popular es vasta y profunda. Entre sus principales títulos se cuentan: La seducción de la barbarie (1953), América profunda (1962), El pensamiento indígena y popular en América (1971) , La negación en el pensamiento popular (1975) , Geocultura del hombre americano (1976) , Esbozo de una antropología filosófica americana (1978) , entre otras. Falleció el 30 de septiembre de 1979.
2 R.Kusch, 1976.
3 Mesa, también llamada ofrenda, atado, es un conjunto de elementos, vegetales, animales, minerales, que el especialista religioso andino ofrece (quema o entierra) con el fin de establecer intercambios con los seres poderosos.
4 R. Kusch, Ibidem.
5 R. Kusch, 1978.

Fuente: www.elortiba.org