Los sonidos de la historia

Por Jesús Chirino*

Por estos días, menos sonidos

Una biblioteca decidió reproducir paisajes sonoros, esos ruidos que reconocemos propios de una ciudad. Hay sonidos que son característicos de cada época en la historia de un lugar.

En estos días de cuarentena, la Biblioteca Pública de Nueva York, reconocida institución de uno de los lugares más golpeados por la pandemia de enfermedad del Covid-19 (acrónimo de inglés coronavirus disease 2019), editó y publicó un álbum con paisajes sonoros de la gran urbe estadounidense. Recomendando a los neoyorquinos que se queden en sus casas respetando las medidas de prevención, les informa que el álbum puede escucharse en el sitio web de la propia biblioteca o la plataforma de música Spotify.

La producción se llama Missing Sounds of New York. Tal cual muestran los medios de comunicación, esa ruidosa urbe, está silenciada por la situación que vivimos en todo el planeta. Ante esta realidad, la biblioteca produjo este material concebido como una muestra de amor a su localidad. En el aviso que la institución les envió a sus asociados se dice que las grabaciones se realizaron “para devolver el ruido que extrañamos a nuestra ciudad. Hasta que podamos experimentar los sonidos reales de la ciudad nuevamente…”.

Los sonidos de, por ejemplo, la circulación de vehículos, la charla de la gente en los bares y cafés, son los paisajes sonoros que la referida biblioteca rescató y puso a disposición del público hasta que los mismo vuelvan a tornarse habituales.

En el otro extremo del Continente Americano, Villa María no escapa a la regla general, y también está sin aquellos que eran sus ruidos habituales. Cuando pase la cuarentena regresarán los paisajes sonoros propio de esta urbe de la llanura cordobesa.

A partir de la idea de recuperar los sonidos acallados por el aislamiento social, incluso inspirados en especializaciones como la “historia de las sensibilidades”, podemos pensar acerca de cómo fueron los paisajes sonoros en las distintas épocas de la historia de Villa María. Es claro que algunos fueron silenciados a medida que avanzó el paso de los años.

La ciudad y sus sonidos en la historia

Desde antes que naciera Villa María, este territorio es indisociable del ruido producido por las aguas del río Ctalamochita y de los animales que poblaban la región, junto a las voces de los integrantes de los pueblos autóctonos. En el inicio del proceso fundacional de la localidad llegaron los sonidos de las máquinas y de los obreros que trabajaban en el tendido ferroviario.

Poco tiempo antes del 27 de septiembre de 1867 la primera máquina a vapor del ferrocarril arribó en su viaje de prueba. No  resulta difícil imaginar su silbido inundando esta porción de llanura.

Quizás se mezcló con los mugidos de los animales que el primer carnicero se disponía a carnear a la vera del tendido ferroviario. Luego fueron alejándose los sonidos de la fauna silvestre, empujados por la caza y el crecimiento de la urbe al ritmo de los golpes de hacha que derribaban los árboles del monte autóctono para hacer lugar a las calles, las casas y también a los campos de cultivo.

Ya con una población estable subsistieron los ruidos de las vizcachas en las madrigueras que tenían en baldío y plazas. Pero aquellos paisajes sonoros de la primera época de Villa María nos resultan lejanos, el ruido de la máquina a vapor del tren, la banda de música con su retreta, los gritos de gol sin que ninguna radio los reprodujera, el traqueteo de carros, sulkys, volantas y el golpe de las herraduras de los equinos contra la tierra del camino.

Al florecer la radiodifusión, el aparato reproductor era un lujo que pocos podían permitirse.

Cuando había grandes acontecimientos las confiterías céntricas sacaban sus radios a la vereda para que la concurrencia pudiera seguir las alternativas de los hechos que se relataban. Varios de esos negocios solían tener músicos actuando en vivo. Más adelante algunos espacios públicos fueron poblados por el sonido de las propaladoras. Por años se mantuvo el ruido del paso de los trenes que llegaban y partían de la ciudad, incluso por líneas férreas que ya no están.

Aún existen memoriosos que deben recordar el rugido del león Carlón, destacándose entre los sonidos del zoológico villamariense ubicado a la vera del río. También se puede rememorar el repiqueteo de las antiguas máquinas de escribir, algo que ya no se escucha en ninguna oficina y menos en las ahora inexistentes academias de mecanografía.

No podemos ignorar aquellos sonidos que si bien formaron parte de nuestra historia quisiéramos que nunca más se repitan, como el de militares bajando de vehículos para ingresar, de manera violenta, a casas de vecinos y vecinas. Entre otros tantos ruidos, tampoco queremos escuchar más la explosión por algún accidente en la Fábrica de Pólvora.

Paisajes sonoros propios y para el archivo

Quizás al lector o lectora de esta nota pueden surgirle recuerdos de sonidos que ya no están en la ciudad y que no mencionamos.

La modesta intención de esta nota no es otra que llamar la atención acerca de la existencia de sonidos que son propios de cada época. Incluso existen paisajes sonoros particulares de nuestras historias personales, que pertenecen a la órbita de lo privado.

Tal vez no sea una idea muy descabellada realizar un archivo local de los diferentes paisajes sonoros del presente, para quienes vivan en la ciudad cuando los mismos ya no existan.

Pues lo que hoy nos parece muy natural, un día puede dejar de existir, y debemos recordar que hay quienes, por limitaciones en la visión, los tienen más presente que aquellos que nos referenciamos más por lo visual.

*Docente. Periodista. Secretario General de la Unión Trabajadores de Estados Municipales (UTEM-CTA). Secretario Gremial de la CTA Autónoma Regional Villa María