Marginalidad, droga y crimen

Por Pablo Callejón*

A Fidel lo filmaron inmóvil sobre el pavimento aún tibio. Una testigo creyó que estaba muerto. Había visto como lo golpeaban y escuchó los disparos que se confundían con los gritos desesperados de la víctima. Cuando llegó el móvil policial alguien relató que el joven con el torso desnudo y una herida de bala superficial en la pierna “fue linchado por robar”. Las versiones de su recuperación habían sido tan confusas como el episodio que lo llevó a dormir en una cama de hospital. Los médicos constataron que solo había recibido lesiones leves, pero estaba inconsciente por el efecto de las drogas. Aunque la familia de Fidel les rogó que lo dejaran internado en algún área psiquiátrica de recuperación, a las 48 horas recibió el alta.
En la madrugada del viernes, vecinos contabilizaron al menos 10 disparos y pudieron percibir los pasos nerviosos de varias corridas hasta la esquina de Cardarelli y 17 de Octubre. Una de las balas decidió la suerte del hombre que minutos antes había abandonado la casa de su pareja. Un pibe de16 años se entregó en la Unidad Judicial cuando la muerte de Fidel ya se había convertido en un número. Río Cuarto sumó el séptimo homicidio en poco más de dos meses.
“Lo primero que hago cuando escucho los disparos es buscar a mi hija. No quiero tenerla encerrada pero cada vez sale menos. Antes los tiros te despertaban a la noche, ahora en cualquier momento del día”, lamentó la mujer que vive en un pasaje en el que confluyen los barrios Casasnovas y Ciudad Nueva. La estampida de los escapes sirve de señal de alerta para lo que vendrá. Las motos cruzan frente a los que aguardan armados sobre el filo de la vereda de tierra, mientras las madres arrastran de los brazos a los niños que juegan en la calle. Dos bandas se disputan un territorio en el que se dirime la venta de drogas y un status de poder que pueda reemplazar el corsé asfixiante de la violenta marginalidad y la segregación de una ciudad que levanta cada vez más altas sus barreras sociales.
Rocío murió frente a su hijo mientras su pareja manipulaba un arma de aire comprimido preparada para disparar balas de calibre 22. A Juan Pablo lo asesinaron cuando les pidió a un par de pibes en moto que dejaran de merodear armados por el barrio. Darío fue ultimado cuando caminaba por la calle que despertaba de la siesta. A solo 10 cuadras, Jorge recibió tres impactos que decidieron su suerte en plena vía pública. Luis no logró sobrevivir al disparo en el rostro que terminó con una discusión entre vecinos. Y a Pedro la puñalada le impidió llegar con su propio auto hasta el Hospital. Nada pudieron hacer los servicios de emergencias cuando el vehículo cayó la alcantarilla. Una palabra de más, un gesto incómodo, un pase de copas, el espasmo emocional de las drogas y la impulsiva determinación de las armas. La vida que vale tan poco cuando se muere por nada.
Los nombres desaparecen rápidamente de las portadas periodísticas y se convierten en murales de barrio o pintadas en el cementerio. Son crímenes silenciados por el discurso hegemónico que busca reducir la violencia social a un segmento de la inseguridad. La principal respuesta del Estado es la detención de los que gatillan o apuñalan, mientras se muestra incapaz de evitar el próximo asesinato. Desde hace varios años, Río Cuarto convive con estupor con olas de crímenes en los barrios más vulnerables, donde las víctimas pagan el costo de las balas que suelen llegar más rápido que las medidas de inclusión.
Son asesinatos marcados por el deterioro de la matriz social y atravesados por el consumo de drogas. La ciudad forma parte de la Red Asistencial de las Adicciones de Córdoba, el programa provincial que promete un abordaje integral, desde la prevención y la atención ambulatoria, hasta las desintoxicaciones en un hospital general de agudos o especializado en psiquiatría. Los recursos son insuficientes y carecen de territorialidad.
Desde la campaña “Ni un pibe menos por la droga”, advierten que “no se puede pensar en una recuperación plena e integral si quien consume está solo, vive en la calle o no tiene un documento que le permita tramitar los beneficios sociales o acceder a cualquier institución sea pública, de salud o social”.
Las marcas de una sociedad con más de 60 mil personas en la pobreza y 12 mil riocuartenses que viven en hogares indigentes, mientras se multiplican las ofertas financieras en un centro repleto de bancos y locales de préstamos. El cara y ceca que nos interpela cada vez que alguien aprieta el gatillo.
Foto: Puntal
*Periodista