Nadie nos regala nada

Por Juan Carlos Giuliani*

Algunos abonan a la idea de que las mejoras que ha ido consiguiendo a lo largo de su historia la clase trabajadora se debe más a las bondades de un gobierno en particular antes que al producto de la lucha. Como si las conquistas adquiridas por los trabajadores se hayan logrado sin la necesidad de que ningún dirigente sindical tenga que convocar a media hora de paro. Según ese relato, los beneficios vienen de arriba, se derraman a partir de la generosidad de los que mandan, sin la intervención de la clase obrera ni de sus organizaciones representativas.

De este modo, se elimina de un plumazo la razón de ser de la lucha de clases y se bastardean los fundamentos de la dialéctica, que subraya las contradicciones para analizar la realidad social. A tenor del Manifiesto Comunista, “toda la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”. Esto es: La confrontación entre clases sociales es el motor del cambio histórico.

La burocracia sindical que se asigna el rol de “garante de la paz social” ha hecho conocer por todos los medios a su alcance que en este 2023 se eviten los paros por ser un año electoral. En buen romance, que no se hagan olas en los  meses que restan para las elecciones abonando una tesis funcional a determinada estrategia electoralista -que acompañan distintas variantes del “Progresismo” nativo- que reniega del conflicto social como combustible que motoriza la lucha entre explotadores y explotados, y desconoce las urgencias de los que tienen hambre y no les alcanza para llegar a fin de mes.

Pero, sobre todo, es ignorar el descreimiento que tiene la mayoría de la población en esta democracia representativa, de baja intensidad, que en casi 40 años no le ha resuelto sus problemas fundamentales y se empeña en obturar los canales de participación y protagonismo de masas. El sistema de representación está cuestionado hasta el caracú y, consecuentemente, la gente desconfía, y con razón, de gran parte de la dirigencia política, sindical, empresarial, social, cultural y religiosa.

Nadie le ha regalado nada a la clase trabajadora. Lo que tiene lo ha obtenido con organización y conciencia, lucha y sacrificio, sangre y coherencia. Aunque los manuales de la historia oficial hagan lo imposible para ignorarlo, lo cierto es que los períodos de mayor conflictividad social se registraron durante los gobiernos de Irigoyen y Perón en la primera mitad del siglo pasado.

Los trabajadores se movilizan para dar pelea a partir de la legalidad que conceden gobiernos de signo popular y afrontar así masivamente la disputa por la riqueza a las patronales, alcanzando en ese devenir las reivindicaciones más altas de la historia que van a coronar en la Constitución de 1949.

Durante los dos primeros gobiernos peronistas se puede constatar que fue la era de mayor cantidad de paros, huelgas y movilizaciones comparada con cualquier otro período histórico. En esa acción de masas tuvieron mucho que ver las comisiones internas, verdadero órgano de poder de los trabajadores.

Fueron los militantes de los cuerpos de delegados los que encabezaron la Primera Resistencia Peronista para hacer frente a la ignominia de la “Revolución Fusiladora”. Fueron, también, el blanco propicio de las balas asesinas de la Triple A durante el Gobierno de Isabel primero, y, luego, de los Grupos de Tareas que actuaron en la tiranía oligárquico-militar. Los grupos económicos más concentrados pusieron toda su infraestructura y logística al servicio del exterminio de los cuadros sindicales que tenían a su cargo la organización de los trabajadores en los lugares de trabajo. Por ello no es de extrañar que más del 60 por ciento de los compañeros detenidos-desaparecidos en la última dictadura hayan provenido de las filas de la clase trabajadora.

Tampoco es una casualidad que actualmente en el 85 por ciento de los establecimientos privados no haya delegados gremiales. El poder es consciente de esa fuerza organizada y no está dispuesto a tolerarla. Cuenta como socio en esa misión de desconocimiento de los derechos laborales con los buenos oficios del Ministerio de Trabajo de la Nación.

La falta de Libertad y Democracia Sindical es funcional al “Unicato” que promueve -sin fisuras- tanto el Gobierno como las corporaciones empresarias de la industria, las finanzas y el agro.

Sin trabajadores no hay Patria. Conciencia de clase y conciencia nacional están en el ADN del Movimiento Obrero argentino desde sus orígenes. Lo mismo que las ansias de autonomía para ser artífices de nuestro propio destino.

*Periodista.Congresal Nacional de la CTA Autónoma en representación de la provincia de Córdoba