Octubres: De las patas en la fuente a la Argentina civilizada

Por Jorge Falcone

“Pueblo goloso perezoso lujurioso
porque las curvas económicas
nos son favorables
una nueva conciencia os pido
en marcha.

Y si las cosas se complican
descentralizar:
– Listo, vamos
gobernar es poblar es hablar;
apoyando mi oído
en el obrero concentrado:
vibra.

(…)

‘No son todos los que están
no están todos los que son’
mi pobre especie
son
los no antologados”.

Leónidas Lamborghini, fragmento de “Las Patas en la Fuente” (1966)

Según el sociólogo boliviano René Zavaleta Mercado, lo sagrado de la política se produce cuando el presente se hace cargo de la Historia, lo que – dada la lobotomía social perpetrada por la dictadura genocida – hace bastante que no ocurre en la Argentina, víctima de una democracia de bajísima intensidad y una notoria dilución de las identidades políticas mayoritarias que le aportaron horizontes de cambio durante el Siglo XX.

Pero algo de eso sucedió cuando la irrupción plebeya del 17 de Octubre de 1945 condensó el sentido de todas las epopeyas precedentes, desde el malón originario – pasando por la montonera federal y las luchas anarquistas – hasta la “chusma” radical, constituyéndose en una pedrada contra el escaparate de la culta Argentina for export.

En aquella ocasión el mestizaje de extramuros hizo trizas el mito de que “lxs argentinxs vinimos de los barcos” y, metiendo “las patas” en las fuentes de Plaza de Mayo, también se metió en la Historia con sus sueños y saberes a cuestas.

Los ecos de aquella osadía reverberaron con estridencia creciente por lo menos hasta el 25 de Mayo de 1973. A partir de la desaparición física del estadista que encarnó la esperanza de las grandes mayorías postergadas, la contraofensiva del poder económico desplazado hasta entonces no tuvo pausa ni miramiento alguno.

Para establecer un contrapunto epocal entre los momentos más luminosos de aquel prometedor pasado y este presente tan desangelado, en el que nunca como antes la política se ha reducido al “arte de lo posible”, recurriremos a la Maestra de Poetas Alicia Genovese, coetánea de quien escribe estas líneas, cuyas agudas observaciones nos ahorrarán abundar sobre el particular: “En los 70s el saber estaba muy socializado, algo que quizás no era visible para los depositarios naturales del saber, pero para otros que veníamos de familias menos letradas, de la periferia de Buenos Aires, fue un hecho decisivo. Ese saber, además, quizás por esa manera de transmitirse que rebasaba las instituciones, estaba fuertemente ideologizado, fuertemente ligado a la discusión, a la oralidad de la discusión y a todo lo que ocurría puertas afuera de la biblioteca. Se argumentaba y se contraargumentaba todo el tiempo. Un saber que te exigía un sentido crítico muy fuerte y te exponía a él de una manera apasionada (…) Los ’60, entonces, seguían en el aire, pero el significante político iba cobrando cada vez más importancia, invadía la cotidianeidad, comienza a haber exilios, desapariciones, pases a la clandestinidad (…) y aquella socialización del saber va desapareciendo y se quiebra después del golpe”.

La oscura noche inaugurada por el último gobierno de facto “puso las cosas en su sitio”, eliminando de cuajo la conciencia crítica acumulada a lo largo de memorables jornadas de lucha y demoliendo gran parte del Estado de Bienestar. La democracia pactada entre los genocidas del 76 y la dirigencia política del 83 no tardó en instalar un sentido común – ora más progresista, ora más conservador – determinado por sectores medios urbanos, que solo crujió brevemente durante el Argentinazo de 2001, pero se mantiene vigente hasta nuestros días.

Ese imaginario hoy atraviesa todas las expresiones consagradas de la comunicación y la cultura. A modo de ejemplo, si es cierto – como se dice – que el cine es el espejo cultural de un país, habrá que aceptar que lxs condenadxs de la tierra han experimentado en la pantalla grande los ascensos y caídas que sabiamente ejemplificó Favio a través de la carrera pugilística de su protagonista en el  magistral filme “Gatica El Mono”. El resto, con escasísimas excepciones, ha sido  sicoanálisis barato o experimentalismo BAFICI (*).

Eso no sería tan preocupante si los responsables de la cosa pública no se mostraran tan pendientes de tomarle el pulso a las clases medias metropolitanas, como ha venido ocurriendo últimamente con una flexibilización de la cuarentena  que parecería verse altamente condicionada por el hartazgo de runners y habitués del soho palermitano.

Así y todo, la histórica conducta pendular de los sectores descriptos sería mayormente irrelevante de no mediar el usufructo que hace de ello el poder económico más concentrado, probadamente capaz de poner en acto – para preservar sus intereses – el funesto potencial que durante la agonía de Eva Perón sintetizó la pintada “Viva el cáncer”.

El caldo de cultivo de ese odio visceral materializado a diario contra lxs nadies fermenta a la sombra de la Argentina mediática, esa verdadera Mátrix que casi ningún comunicador o comunicadora se atreve a trascender. Porque allende sus muros imaginarios tiene lugar el colapso de toda institucionalidad. En ese limbo administrado por barones del conurbano o caudillejos feudales, el pobre carece hasta del derecho de agenciarse una parcela de tierra fiscal, comprometida para montar countrys destinados a la “gente como uno”, protagonista y destinataria de toda la publicidad que interrumpe un buen programa de TV o una interesante conferencia subida a youtube. En ese “Triángulo de las Bermudas” donde la ley se ausenta, es lícito escarmentar con prisión hasta al propio letrado capaz de plantarse en favor de algún/a desheredadx. Porque no es a tales fines que se enseña Derecho.

Como se sabe, resulta fácil salir del mundo, lo difícil es que el mundo salga de nosotros. En consecuencia, a medida que uno se aleja de esa General Paz real o imaginaria, se agiganta la soledad de la barbarie.

Sin ir más lejos, lxs dueñxs originales de estas tierras – se llamen Wichis o Mapuches –  son exterminadxs cotidianamente por el hambre, la peste o la bala, a considerable distancia de la Ronda de los Jueves, en esos remotos confines que no frecuentan las cámaras de la Nación ilusoriamente blanca, muy a pesar de que “El Gran Diario Argentino” publique que “el 56 % de los argentinos tiene antepasados indígenas”. 

Es más, cada vez que se conquista una oportunidad histórica capaz de generar  expectativas reparatorias, vuelve a la palestra el factor autóctono, y con él la crispación de un poder económico que ve amenazada la rentabilidad que le garantiza la matriz productiva agroexportadora y extractivista de acumulación por desposesión. Consecuentemente, no hay expansión de la frontera agropecuaria sin tala de bosques y de las vidas que los habitan y defienden.

Alguna vez el amauta abyayalense Rodolfo Kusch, en la Tercera Parte de sus “Anotaciones para una estética de lo americano”, escribió con singular hondura: “El indígena desaparece con el ‘descubrimiento’. Y la historia desde entonces no fue otra cosa que la de la occidentalización de América. Las Naciones americanas se crean en 1810 en función del sujeto kantiano, a partir de categorías y en un espacio geográfico teóricamente vacío”.

En esta época de desencanto de las grandes utopías y de ofensiva neoconservadora global, reaparecen recicladas expresiones de supremacismo blanco como la que tuvo lugar recientemente en nuestra Patagonia, durante la concentración convocada en Bariloche por una suerte de Ku Klux Klan subdesarrollado, contra la comunidad Mapuche y al servicio de terratenientes como Benetton, Turner o Lewis, que no se dedican precisamente a ocupar modestos terrenos baldíos, sino más bien a sponsorear la indefinida prórroga de la Conquista del Desierto.

En un país que exporta al mundo la imagen cosmopolita de su puerto en representación de todo el territorio nacional, vale la pena reparar en la relación de dominación que ese supremacismo blanco construyó socialmente en Occidente sobre una  naturalizada subalternidad de carácter social, racial, y de género.

El primer y segundo factor se tornan verificables cuando Patricia Bullrich condecora al agente Chocobar – ese mestizo namuncurizado para acribillar víctimas de su propia clase – o cuando Sergio Berni defiende la mano dura encubriendo el asesinato de Facundo Astudillo Castro y arremetiendo contra lxs sin techo del conurbano profundo, salvaguardando ambos la propiedad privada como esbirros de un Estado represor. Sin ir más lejos, vale la pena reparar en un dato parcialmente difundido y al que no se le dio la suficiente trascendencia: Una reciente encuesta de Isonomía da cuenta de que en los últimos cinco meses creció de 0 a 6% el índice de gente inconforme con las dos opciones que viene ofreciendo la “grieta” electoral. Y aunque ni lxs argentinxs más ultramontanos se reconocían como de derecha, escudándose en insostenibles posiciones “de centro”, la misma encuestadora señala que en el período consignado explicitar dicho alineamiento pasó de 7 a 9%, embanderándose resueltamente con la libertad de mercado y la seguridad en la vía pública. El dirigente que, según otra consulta de Poliarquía, emerge representando tales demandas es el economista José Luis Espert.

Y a propósito del tercer factor, nunca está de más recordar que la etimología de la palabra Patria deriva del latín Pater, y que gran parte del imaginario patriótico oficial ha descansado sobre nociones de virilidad, capaces de someter a una pampa hembra.  De modo que ser reconocido como un sujeto masculino, o  asignado como varón, en esta sociedad en particular está asociado a ocupar posiciones de jerarquía. Así como el relato del femicida es “la maté porque era mía“, ya que ese varón no soporta ver a la mujer autónoma o libre, lo propio ocurre con toda otredad subalternizada que ose poner en cuestión la propiedad privada,  de los medios de producción o de la tierra.

Recapitulando, el generalizado viraje a la derecha de la sociedad argentina ha permeado a buena parte de las clases media y baja, creando condiciones favorables – en sintonía con otras realidades de la región – para las aventuras neoconservadoras de cuño autoritario.

Pero nuestra historia enseña que su decurso, lejos de evolucionar en forma lineal, está plagado de clivajes en los que lxs humilladxs de siempre hacen escuchar su voz. Y, de tanto en tanto, imponen heroicamente su voluntad soberana.

(*) Buenos Aires Festival de Cine Independiente

Ilustración: Sebastián Maissa

Fuente: www.grandesalamedasblog.wordpress.com