Por Juan Carlos Giuliani*
Después de la caída del Muro de Berlín y de la devastación mundial provocada por el Imperialismo, los trabajadores se encaminan a escribir un nuevo Manifiesto. La construcción de nuevos paradigmas para responder a los retos que plantea el Siglo XXI es un parto colectivo que puede apreciarse muy particularmente en nuestra América Latina.
Reescribir la doctrina de la clase trabajadora implica poner en cuestionamiento el dogma de las verdades absolutas y recuperar para las nuevas generaciones el ideario de los pioneros de la Patria Grande.
Así como a fines del Siglo XIX y principios del XX, el movimiento obrero en el mundo se organizó y luchó por la jornada laboral de 8 horas, hoy las banderas irrenunciables de los trabajadores son terminar con el hambre y la pobreza, garantizar el acceso al trabajo, a la salud, a la educación, a la vivienda, a la comunicación, a un salario y condiciones laborales dignas.
Habitamos un mundo en el que la mitad de la fuerza de trabajo está desocupada. De la mitad ocupada, el 50% tiene empleo informal. De los trabajadores en blanco, sólo un cuarto está sindicalizado. Es decir, sólo un 8% de la población mundial económicamente activa está afiliada a un sindicato.
La tarea de reconstrucción de la fuerza propia organizada y consciente que demanda esta nueva etapa es descomunal, y nos interpela a todos para enfrentar con éxito la irracionalidad del capitalismo que nos lleva a las puertas de una hecatombe planetaria.
En 1848, Marx y Engels publican el Manifiesto Comunista que describe los principios del materialismo dialéctico e indica el curso de acción para una revolución proletaria que derrocaría el capitalismo para instaurar una sociedad sin clases. La convocatoria, signada por el “¡Proletarios del mundo uníos!”, se convirtió en la base ideológica del movimiento obrero internacional.
Setenta y nueve años más tarde, en 1927, Manuel Ugarte publica su Manifiesto a la Juventud Latinoamericana en la revista peruana Amauta, que dirigiera José Carlos Mariátegui hasta su muerte.
Ugarte, que llevó su mensaje de liberación a casi todos los países de Latinoamérica, afirma en su Manifiesto la necesidad de promover las exportaciones, reducir las importaciones, suprimir el exceso de especulación, desarrollar las industrias nacionales, promover la relación de hermanos con los países vecinos, alentar a la juventud estudiosa y combatir los monopolios.
Su afirmación de que “ha llegado la hora de realizar la Segunda Independencia”, es un legado vigente. “Nuestra América debe cesar de ser rica para los demás y pobre para sí misma”, dice. Y subraya: “Si el proletariado abriga el propósito irreductible de emanciparse, sólo lo conseguirá afrontando al fin la responsabilidad de conducir sus propios asuntos”.
“La existencia de los pueblos está sembrada de odiosas injusticias. Así como en la vida nacional hay clases que poseen los medios de producción, en la vida internacional hay naciones que esgrimen los medios de dominación, es decir la fuerza económica y militar, que se sobrepone al derecho y nos convierte en vasallos”, escribe Ugarte, uno de los tantos olvidados por la historia oficial.
El Manifiesto de los Trabajadores del Siglo XXI en nuestro Continente, reivindica nuestros ancestros indoiberoafroamericanos, descree de las visiones eurocéntricas que han impregnado a buena parte de la intelectualidad nativa, y reconoce que las diferencias Norte-Sur constituyen una de las expresiones más notables de la contradicción entre Imperio y Nación.
En un país periférico, la lucha de clases tributa al Proyecto de Liberación Nacional y Social.
El nuevo Manifiesto ha de redactarse sobre la base de reglas éticas profundamente humanistas, fraternas e igualitarias, que propongan una estrategia de poder emancipadora de la clase trabajadora para poder edificar una nueva sociedad sin explotadores ni explotados.
*Periodista. Escritor. Congresal Nacional de la CTA Autónoma en representación de la Provincia de Córdoba