Trabajadores, si son Recursos no son Humanos

Por Carlos R. Martínez*

Es usual encontrarnos en el mundo del trabajo con dos perspectivas diferentes en muchos casos irreconciliables con relación a las personas que diariamente le dan sentido a los objetivos y proyectos de las organizaciones. Quienes conceptual e ideológicamente “ven” a los trabajadores como “recursos” y quienes, al singularizarlos como personas, e incluir el costo físico, emocional y familiar, de trabajar y permanecer en esas estructuras laborales, ponen énfasis en los derechos para hacer su trabajo más humano.

¿Qué es el trabajo en la Argentina?

Durante décadas fue la oportunidad de movilidad social, de acceso a la vivienda, de una educación superior a la obtenida para los hijos, la posibilidad del descanso anual obligatorio, beneficios y derechos, resultados de diferentes herramientas de representación, organización y lucha.

En nuestra sociedad hay una tradición en lo que se refiere a qué significa el trabajo socialmente. Enunciados como: “te ganaras el pan con el sudor de tu frente” expresión de la concepción cristiana, “pobre pero honrado” de contenido ético, “el trabajo dignifica” o “hay una sola clase de hombres los que trabajan” expresión de la cultura peronista.

En todos los casos pueden ser la expresión de un sentido de pertenencia, el de la clase trabajadora, pero es en ese sentido, es crítico entender que “la clase” no es una definición abstracta, no es una categoría estadística o sociológica, es el resultado de una práctica, hay clase si hay resistencia, lucha, organización y trasformación de las relaciones de poder.

Las corrientes económicas liberales hacen foco en la movilidad del mercado laboral y ha llegado a decir sin avergonzarse que contratar y despedir es tan natural como “comer o descomer” refiriéndose de esta manera al proceso de ingesta y evacuación de comida. Hacen foco en el relato que afirma que desregular las leyes que protegen a los trabajadores los beneficiará. Paradojalmente no hay experiencia en el mundo donde una reducción de costos laborales disminuya la informalidad o genere más trabajo.

¿Qué es el trabajo para los sujetos?

El trabajo sostiene la trama cotidiana y el amor la existencial. Ambas son la base fundante de la estructura de la realidad. El trabajo crea vínculo, la tarea siempre es con otro. Crea una historia y es a través de ella que los sujetos existen, cuando no hay trabajo, desde esta perspectiva, se está en soledad. El empleo, la profesión o el oficio, constituyen uno de los pilares sobre los que se construye la identidad de los sujetos.

Más allá que el trabajo sea un lugar de realización de deseos individuales esto no debe hacer perder la perspectiva de que para los sujetos es un proceso esencialmente colectivo, que lo vincula con otros sujetos y con la realidad social. Asumen una identidad con relación a su función y a la organización a la que pertenecen, llevándolos a tomar partido ante situaciones por acción u omisión.

Hay una brecha entre lo que se enuncia como función y el trabajo cotidiano. Los sujetos destinan gran parte del tiempo a dar cuenta de lo que no ha sido planificado, de lo inesperado. Como resultado de la alienación, y la intensidad de información y tareas que deben procesarse y efectuarse en tiempo reducido, la calidad de los vínculos se deteriora produciendo un empobrecimiento de la experiencia. El trabajo es dar cuenta de lo que acontece, “no deja de ser, placer no vivido o sublimado”. Pero también es una situación de alienación, en tanto procesos marcado por la disociación, la fragmentación, y el desconocimiento de sí mismo y del otro.

Alfredo Moffat describe la cotidianeidad como algo que ya está armado. “Es como una escalera mecánica; cuando uno la pisa, lo lleva”. “La burocratización de la realidad, la cotidianidad se ha convertido en una repetición que aburre, pero mantiene una insignificante expectativa”. Se acepta, se recontrata ante la ilusión que algo puede pasar. En realidad, dentro de ese proceso enunciado no pasa nada más que la ausencia, el sin sentido que sigue presente en los sujetos.

Freud definía a la salud mental como la capacidad de amar y sublimar. El abordaje psicosocial en el mundo del trabajo nos permite afirmar que, si el trabajo no produce un sufrimiento desmesurado, favorece las condiciones para sublimar. Por el contrario, cuando las condiciones no solo no son las adecuadas, frente al destrato, a un clima laboral hostil, a ser evaluados solo por los resultados, no hay condiciones de sublimación posible, produciendo condiciones de empobrecimiento y deterioro de la salud mental.

Como trabajo nos referimos no sólo a las actividades remuneradas, sino también a la diversidad de prácticas sociales que se realizan -políticas, sindicales, religiosas, vinculadas al estudio, el arte y que suponen también establecimiento de vínculos y proyectos con otros sujetos y grupos. Cuando una de estas capacidades (amar y sublimar) falla la otra está demandada en la búsqueda de equilibrio. Ante frustraciones o conflictos afectivos la demanda de satisfacción y la energía se desplazan. Cuando los obstáculos laborales o la ausencia de trabajo es la figura, la demanda se desplaza a los vínculos afectivos. En muchos casos surgen “alternativas” como el consumo y los estimulantes.

El trabajador como recurso humano

La denominación “recursos humanos”, es el resultado del sostenimiento de una perspectiva economicista y de búsqueda de resultados, sin tomar en cuenta los “costos” para lograrlo. Los recursos son un conjunto de elementos disponibles para resolver la necesidad de cumplir con objetivos y resultados, tanto en una empresa privada, una universidad, una escuela o el propio estado: recursos naturales, hidráulicos, forestales, económicos, tecnológicos, y humanos.

El término recursos humanos, también conocido como capital humano, tiene su origen en la economía política y ciencias sociales, donde se lo utilizaba para identificar a uno de los tres factores de producción definidos por Adam Smith (el trabajo, el capital y la tierra) esta última modificada por la intervención humana y los medios de producción. En esa etapa a “los que trabajaban” se los consideraba un recurso del que se esperaba “solo” la repetición de sus acciones, sin importar la particularidad u otras capacidades de cada trabajador.

En la década del 1920, el ingeniero Frederick Taylor -creador de la organización científica del trabajo-, incluye el concepto de “eficiencia”, organizando el trabajo de manera que se redujeran al mínimo los tiempos del desplazamiento del trabajador o por cambios de los procesos productivos, y estableciendo un salario por pieza producida en función del tiempo de producción estimado. De esta manera el salario se convertía en un “motivador”, al incentivar el aumento de los ritmos de producción, con la intención de poner fin a la disputa entre trabajadores y empresarios en cuanto a la productividad, asegurando la apropiación material, indispensable para la existencia de la ganancia empresaria.

Comienza a desarrollarse durante el siglo XX, el movimiento de recursos humanos o Taylorismo, modificando la mirada sobre la “fuerza productiva”, al pasar a “pensar y evaluar” a los trabajadores en términos de su psicología y adecuación a la empresa. Transitando una etapa de investigación y capacitación de los mandos medios, en temas referidos al liderazgo, motivación y la disciplina, con la finalidad de lograr mayor cohesión y lealtad con los objetivos de la empresa. Entendiendo que un empleado era mucho más que “trabajo”, y que podía aportar “otras cosas” a la organización y a la sociedad capitalista.

En ese sentido se lograron otros “aportes” de los trabajadores. La apropiación cognitiva cuando el trabajador al perfeccionar su actividad optimiza su rendimiento, aumentándole los objetivos mínimos para seguir permaneciendo en ese puesto, e incentivando la competencia y la rivalidad entre pares. La apropiación semántica, instancia donde las ideas o propuesta pasan a ser “propiedad” de la empresa, sin ningún tipo de reconocimiento a ese aporte, con la violencia simbólica que esto significa. La apropiación energética, referida a la apropiación de la energía libidinal de los trabajadores, disminuyendo su energía vital, anulando el deseo de construcción de espacios placenteros, referidos a la sexualidad, las relaciones vinculares, el desarrollo personal, el tiempo libre y la creatividad. El trabajo, cargado de demandas imprevistos y exigencias, es, como señaláramos, dar cuenta de lo que acontece, no deja de ser, placer no vivido o sublimado al servicio de la productividad.

La marca subjetiva con relación al trabajo se va trasmitiendo de padres y docentes a hijos y alumnos de diferentes formas, preponderantemente estas dos estructuras, familia y escuela, son determinantes en la formación de sujetos afines a las formas de producción existentes.

El trabajo, más precisamente la profesión o el oficio, constituyen uno de los pilares sobre los que se construye la identidad de los sujetos. Hasta no hace mucho la pregunta a los chicos era ¿Qué vas a ser cuando seas grande? expresaba en los sectores populares la idea y el sentido de proyecto, y la afirmación de que esos jóvenes que estudiaban, estaban siendo esperados por otras organizaciones.

Hoy hay una brecha entre lo que se enuncia como función y la tarea específica en el trabajo cotidiano, los sujetos en las organizaciones destinan gran parte del tiempo a dar cuenta de lo que no ha sido planificado, tomado previamente en cuenta, lo inesperado. Como resultado de la alienación, y la intensidad de información y tareas que deben efectuarse en tiempo reducido, la calidad de los vínculos se deteriora, produciendo un empobrecimiento de la experiencia.

Recursos humanos y derechos humanos de los que trabajan

La fragmentación y precarización de los procesos productivos deviene en identidades sociales más frágiles y discontinuas, y la pertenencia generacional es determinante en la construcción de la conciencia a partir de los grados de aspiración de cada colectivo. La conciencia social se modela cada vez más en torno a la pertenencia generacional y de género. El abordaje de la simultaneidad de trabajos y estímulos, complejiza la construcción del pensamiento crítico, imprescindible para la elaboración del proceso cognitivo de los sujetos. Esta aceleración de los ritmos productivos y el registro de lo inabarcable están directamente relacionados con la subjetividad social actual.

Cómo se mide lo que producen ciento de personas frente a una pantalla, qué producen, cuánto vale su trabajo, o sólo se define por salarios promedios estimados o actualizados por inflación, cómo puede defender su salario quien no puede registrar la ganancia que produce, por otra parte, este mecanismo de no saber, se convierte en el dispositivo de un proceso subjetivo disciplinatorio. Agravado si es un colectivo social que no ve las relaciones laborales desde esa perspectiva.

Soy como me nombran o acepto ser nombrado

En ese contexto de exclusión e inseguridad los sujetos sostiene diariamente su trabajo; la multiplicación de tareas y objetivos hace que aparezcan con mucha intensidad patologías desde el Estrés hasta el síndrome de pánico, la salida es curarse solo (psicólogo, yoga, comer sano, o las soluciones medicamentosas que van de los ansiolíticos a los antidepresivos) ante un malestar de carácter colectivo resultado de las condiciones de producción y de valores que por lo general no le son propios a los trabajadores, desvinculándolo de sus condiciones concretas de existencia.
Subyace algo oculto en el “mundo del trabajo” relacionado con el sufrimiento debido al malestar que producen determinadas situaciones que el trabajador debe aceptar para permanecer en ella. En especial las contradicciones e incongruencias en la aplicación y sostenimiento de los valores y normas de la propia organización, el maltrato, la inequidad y la ausencia de reconocimientos.

Resultado de un complejo mecanismo donde están presentes las relaciones vinculares como figura, entre las responsabilidades y deberes de todos los actores, la naturalización de lo que sucede, la imposición de valores que los sujetos no reconocen como propios, la mentira, la simulación, el relativismo, en doble discurso o la brecha entre lo que se dice y lo que se hace, elementos generadores de sentimientos que los sujetos deben controlar para evitar sanciones, exclusiones o conflictos. Negando que como es una construcción humana, esas condiciones son modificables.

A lo antepuesto surge un nuevo valor, si algo “funciona” es eficaz. Es verdadero si tiene éxito. Al reemplazar el “porqué” que remite a las causas, los orígenes, se obtura contestarse el sentido del trabajo y a las formas de relacionarse con otros sujetos. El “cómo” define las formas del hacer y limita a los sujetos sólo al presente.
Descartar el “por qué” es desechar las respuestas en relación con las finalidades de la existencia de hombre y mujeres, las organizaciones y la sociedad, lo que impide el sostenimiento de cualquier moral, ética u objetivo por el que los sujetos viven. Creando las condiciones para la ausencia de pensamiento crítico; recategorizando al sujeto a la condición de instrumento, forma superior del concepto de “recurso”.

Ese tipo de práctica paradojalmente para quienes las forjan, constituye subjetividades que se expresan en sujetos que no aceptan los desafíos; no pueden mantener la tensión durante el proceso con el propósito de llegar al resultado, si no hay seguridad de éxito.

En ese marco: El éxito rápido, la valoración de la perspectiva del triunfo individual, la aceptación de la manipulación del enunciado de otras personas con el propósito de lograr dominarlos, pasan a ser a partir de la cultura, acciones con un significado positivo, y quienes no acuerden deben evitar manifestarlo. Es en ese recorrido entre ilusión-desilusión, cooperación-competencia, euforia-fracaso se va generando una subjetividad al servicio de la acumulación.

En este momento histórico en los sectores de servicios, la percepción sobre la tensión histórica entre empresa y trabajo se ha modificado, el trabajo, que es objetivamente prestación asalariada, para muchos, pasa a ser desde una mirada individual, disociada de la perspectiva de clase, solo un lugar de despliegue de deseos, búsqueda de pertenencia, reconocimiento e ilusión de un campo de desarrollo y crecimiento individual.

El pasaje de recurso humano a clase trabajadora

Como primera afirmación es necesario romper algunos mitos: Si vivimos en una sociedad que oprime al que trabaja, y lo excluye económica y educacionalmente, ¿el primero de mayo es un día de festejo o de lucha? Si en algún momento las condiciones laborales o el salario pasan a ser menos desfavorables ¿cuál es el sentido de “agradecer” a un gobernante de turno, por la riqueza que producen los trabajadores?

Cuando se dice que hay que volver a la “la cultura del trabajo”, a qué quieren volver. Por último; qué siente un trabajador que al amanecer comienza su jornada, y como resultado de su esfuerzo no puede mantener dignamente a su familia y escucha a un dirigente político o gremial decir que “el trabajo dignifica”.

Lo antepuesto favorece el padecimiento de lo que el Dr. Ulloa denominó “la cultura de mortificación” “… donde la queja no se eleva a protesta y las infracciones sustituyen a las transgresiones…”, y el primer paso de la transformación en las relaciones de clase parte de la queja y las transgresiones colectivas, articulando identidades diferentes, que juntas hacen algo que no podrían hacer por sí solas.

Lo grupal como salida

Los dispositivos grupales facilitan que todos los integrantes sean protagonistas al tener que dar cuenta de sus experiencias, lo que les pasa con relación a lo que otros dicen, superando imposturas, permitiendo elaborar las ansiedades, temores y resistencias. Espacio donde puedan decir, pensar y aprender de los errores, establezcan un espacio de confiabilidad acorde a la cultura, valores y experiencias, comprendan los mecanismos que aseguran la unidad grupal, conozcan que toda situación nueva, de cambio, incertidumbre o conflicto, genera tensión entre lo que siente, piensan y hacen.

Con la finalidad que transformen las estructuras estereotipadas, en la búsqueda de resolver las dificultades de aprendizaje trabajando las ansiedades básicas paranoides y depresivas, que no son operativas, construyendo la demora grupal necesaria para definir prioridades y tomar decisiones, convirtiendo la ausencia con lo que no se cuenta, lo que no ha sido dado en proyecto.

Los sujetos escucharán y analizarán otras formas de “ver” esas ideas, o contenidos incorporando habilidades necesarias para toda construcción social, política, gremial, productiva u organizacional. Aprender a escuchar lo diferente pese a, en algunos casos, no estar de acuerdo con esa posición facilitando comprender cuando la oposición es a la idea y cuando a la persona. Permitiendo como resultado de la práctica, elaborar las ansiedades, enojos y temores, que toda situación grupal o realidades nuevas o viejas, pero sin registro que operan en esos sujetos, circulan y producen resistencias.

El dispositivo de trabajo grupal, facilita que todos los integrantes sean protagonistas al tener que dar cuenta de sus impresiones, lo que les pasa con relación a lo que otros dicen, evitando discursos redundantes, algunos participantes aprenderán a participar más y otros menos.

Consolidando nuevos saberes referidos a la construcción de la conducta, el carácter, y la convicción para la transformación de la ausencia, lo que no se tiene, lo que no ha sido provisto, aspecto ineludible cuando los sujetos enfrenta sus responsabilidades diarias.

Formulaciones provisorias para el cambio social

La salida es colectiva, siendo, grupos, sectores, líneas de producción, la base de los primeros pasos. No es casual que cada momento de represión se atacó y destruyeron los espacios de representación de base, comisiones internas gremiales, clubes barriales, centros de estudiantes, por la certeza que donde está la esencia y los intereses de clase, no hay posibilidad de comprar esas representaciones, por el control social que significa la cercanía con los representados.

La información que los trabajadores necesitan para contar con claridad y precisión en su toma de decisiones no puede ser provista por intelectuales que no pertenezcan a la clase, ya que se corre el riego de formulaciones adaptativas al sistema que los oprime. Parafraseando a Frantz Fanon, evitando formulaciones propias del “colonialismo progresista”.

Para quienes se preguntan cómo pasar de la precariedad a el empleo digno, deberá antes contestarse como pasar del repudio a la propuesta, en este contexto de fiesta del consumo, donde cada record de producción también lo es de explotación obrera, más que recetas no está mal observar y aprender de la sabiduría de las organizaciones sociales y populares que supieron darse una respuesta ahí por los años 2000. Ya en los noventa se los habían definido como zonas, y oficios “inviables”, los “recursos humanos” no eran necesarios, no existía posibilidad de apropiación de nada.

Los excluidos, que nunca fueron desocupados ya que emplean todo el tiempo disponible para sobrevivir, cambiaron el paradigma y formularon lo siguiente “la fábrica (que ya no existía como núcleo de organización social) ahora es el barrio” Y simplemente retomaron las formas de organización que habían aprendido para enfrentar al patrón y al sindicato cuando no los representaba y las sostuvieron con relación al sistema económico, el estado y los punteros políticos.

El Dr. Enrique Pichon-Riviere definió al aprendizaje como “…el proceso de apropiación instrumental de la realidad para modificarla. Todo aprendizaje es aprendizaje social, aprendizaje de roles. Lo que se internaliza en ese proceso de apropiación de la realidad son funciones, las que pueden ser descriptas en forma de roles en situación…”, y al sujeto sano a quien “…aprehende el objeto y lo transforma, es decir, que hace ese aprendizaje operativo, se modifica también a sí mismo entrando en un interjuego dialéctico con el mundo, en el que la síntesis resuelve una situación dialéctica…”

Estos colectivos sociales transformaron lo instituido, construyendo lazos sociales, resonando emocional y solidariamente, armando nuevas redes sociales, construyendo nuevas legalidades a partir de acciones que orillaban la ilegalidad. Con sus historias, sus hijos y sus luchas, para que nada, ni nadie quede atrás. Procesos para construir nuevos instituyentes y nuevos sujetos sociales, desandando los caminos del gerenciamiento y del management donde el trabajador no tiene un lugar como persona.

Seguramente no leyeron a Frederick W. Taylor, Peter DruckerSigmund Freud, Karl Marx, Fernando Ulloa, Enrique Pichón-Rivière o Rodolfo Kush. Escriben la historia con sus cuerpos, sus manos, su inteligencia y sabiduría. Desandando el camino del disciplinamiento que propone la empresa, la fábrica, la oficina estatal o la cooperativa social y transitando caminos creativos, colectivos y sustentables socialmente.

*Director de Confluencia Psicosocial–Intervención, Formación e Investigación en el campo de las Organizaciones y la Psicología Social. Autor de “Psicología Social en las Organizaciones” Lugar Editorial 2010 y “La Praxis de la Psicología Social” 2022 de próxima aparición. Director de la Especialización en Intervención Organizacional y Equipos de Trabajo. Fundador de la Universidad de los Trabajadores. Psicólogo Social. Técnico Superior en Psicología Social

Fuente: www.contrahegemoniaweb.com.ar