Y Alberto sigue marchando

En la tierra por donde andan sus huesitos hay un Chaplin con la leyenda “fue coherente”. El, que nació en Córdoba, perdió tres dedos trabajando, se vino al ombligo de este mundo en busca de las niñeces que asomaban de las cañerías metropolitanas, él, que dio cátedra mientras rescataba a los morenos y flaquitos que se resguardaban bajo las columnas y la indiferencia del claustro, él, que se puso la infancia al hombro –la de los millones de niños de esta tierra y la suya propia- y tomó las termas de Federación para que entrara la infancia marchante, él, que fue ocho meses funcionario para cerrar todos los institutos, esas cárceles para niños, esas tumbas de tortura, él, que pensó y creó una obra inmensa a la que quiso llamar Marco Avellaneda pero la cultura popular terminó imponiendo como Pelota de Trapo.

El, que guerreó contra todos los molinos de viento. A algunos derrotó. Otros lo golpearon feo. Pero él, niño lleno de niños, se levantó y marchó. Con el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo, desde Jujuy, desde Misiones, desde Tucumán, hasta la Plaza de Mayo. Para que enrojeciera de vergüenza el cenit del poder político frente a una infancia que ya sería, de ahí en más, sujeto político.

Laura Taffetani (Pelota de Trapo): “Alberto fue un antes y un después en la vida nuestra. Irrumpió en las políticas de niñez dando una visión absolutamente distinta. Era como estar corto de vista y que te pongan anteojos. De repente ves la realidad tal cual es. Cualquier respuesta que se diera tenía sentido si era para trabajar por un proyecto de país distinto. Con los chicos como protagonistas de esos procesos. El les daba dimensión política, por eso hablamos del niño como sujeto político no sujeto de derecho. Que tiene capacidad transformadora de esa realidad que vive.

“Uno admiraba su coherencia. Yo recuerdo que en los inicios del Movimiento (Chicos del Pueblo), había muchas organizaciones de la provincia, éramos realmente muchos movilizados por las becas. Y al mes asesinan a un pibe en un instituto. Alberto llama a movilizarse y éramos diez gatos locos. Fue en ese momento en que él decidió que si no podíamos defender la vida de todos los pibes de Argentina y no sólo los de nuestras organizaciones, no íbamos a poder pelear nunca por ese país que queremos… fue una razzia inmensa en el Movimiento, quedamos muy pocos… hasta que volvió a crecer”.

Se aferró a la coherencia en tiempos en los que esa palabra suele ser un exceso. Tal vez aferrarse a esa coherencia suya tan pertinaz es lo que nos salva cuando todo parece naufragar alrededor. Y es jugar a soñar cómo se pondría en pie, con sus dimensiones de gigante, ante los huracanes de pobreza sistémica que nunca cesaron. En el instante exacto en que Alberto dimensionaba un objetivo, se lanzaba de cabeza a cuanto océano hubiera que atravesar para lograrlo. Aunque hubiera que dejar girones en ese camino. Sin temores a la soledad arremetía contra los molinos de viento con una inteligencia estratégica que sopesaba cuál era el momento exacto para dejar desnudos a los crueles y rescatar de sus derroteros a las infancias.

Jorge Rómulo (Amigo y compañero de gestión de Alberto en el gobierno de Antonio Cafiero en la provincia de Buenos Aires): “Alberto fue una irrupción en mi vida. Yo era Director del Instituto para Discapacitados Mentales Adolescentes, todavía en la gestión provincial del radicalismo. Cuando llega el gobierno peronista Alberto me convocó a trabajar, con todo ese estilo de él y no sabíamos si iba a ser el subsecretario del Menor y la Familia o no. Fue traumática su designación y traumática su vida en el ministerio. Se proponía hacer algo y lo hacía. Duró ocho meses nuestra gestión. Ibamos a cerrar los institutos porque no servían para nada. Cerramos uno. Teníamos todo en contra. Hasta nuestros asesores.

“Un día la señora de Cafiero dice ´está vacante el puesto de Capellán Mayor de Menores, por qué no nombran a uno´ y Alberto le dijo ´ya lo tenemos, es (Carlos) Cajade´. Monseñor Quarracino se entera, lo llama a Alberto y le dice ´no, yo te voy a recomendar a otro´. Lo ensalza a Carlitos y después lo baja. El que recomendó era un nazi fascista. Nunca nombramos a nadie”.

Alberto Morlachetti fue un mapa, un GPS, una rosa de los vientos. Diseñó rumbos y soñó utopías, propietario del secreto para alcanzarlas. Dejó fuego en el corazón de todos quienes lo escucharon, en un acto en la Plaza o en las mateadas de Florencio Varela. Fue el despertar de tantos. Fue el sol que asomó, intenso e insolente, por el cielo oscuro de los 90. Cuando se sentía a la esperanza agonizar en la cola de un banco. Fue quien se atrevió a gritarles que el hambre es un crimen, una consigna que muchos no se atrevieron –no se atreven- a enarbolar. Y señaló a los responsables, a los nombres y apellidos de aquellos criminales. Y de éstos. Que son, fatalmente, los mismos.

Luciano Candiotti (Juanito Laguna–Santa Fe): “Alberto nos marcó a fuego. Nos marcó un camino y nos despertó. Cuando murió Gaby (Almirón) mi compañera y fundadora de nuestra organización, armó un viaje con todos los chicos de Pelota de Trapo para acompañar a las mellizas nuestras a Mar del Tuyú; inventó un viaje por el profundo amor que les tenía a dos niñas. Y el amor que le tenía a Gaby. Para nosotros como seres humanos y como obra fue un gesto que nos ayudó a seguir en pie”.

Luis Fernández (Grupo Encuentro de Bariloche): “Para nosotros Alberto fue un ser que nos guió y nos guía en un camino impresionante. Nos abrió el corazón, la cabeza. Fue coherente. Nos llenó de magia. Nos llenó el alma y la vida de historias y recorridos. Era un tipo súper generoso, que nos acompañó en momentos muy difíciles acá. Y aún hoy nos marca el rumbo: “con ternura venceremos” sigue siendo una bandera inclaudicable que nosotros levantamos desde acá.

“Recuerdo su picardía en el juego, sobre todo en el truco. Con toda su grandeza y su humildad. Recogemos tantas cosas… Hay que retomar eso de que en nuestras obras haya cosas bellas para nuestros chicos. Y la campaña el hambre es un crimen que está más vigente que nunca”.

Hay quienes en el mundo se empeñan en tejer los rumbos de la historia y van recogiendo en ese camino a los ningunos, a los olvidados, a los devastados. Pincelan las aldeas y le engarzan música a las alas para poder afrontar la dureza de los tiempos con risas y ternuras aunque sin perder esa firmeza única e imprescindible. Rueda que irás muy lejos /Ala que irás muy alto /Torre del día, niño /Alborear del pájaro, escribió Miguel Hernández y tal vez, sin saberlo, habló de Alberto. Asomó al mundo poniéndole claridad a las miradas en medio de la oscuridad más honda. Y les dio a las niñeces una dimensión política y humana que nunca antes nadie se había atrevido a soñar.

Darío Cid (Pelota de Trapo):“Yo vivía en Mendoza, tenía unos 18 años. Lo conocí en un encuentro que trataba el tema de infancia y pobreza. Era una mesa muy larga de personas que hablaban de manera técnica, todos trajeados. Y al final de todos estaba Alberto con su chaleco de jeans y sus toper blancas, el pelo largo. Fue el último expositor. Ya nos estábamos yendo cuando lo escuché, él hablaba de cosas que vivíamos con los pibes. Descubrir la dimensión política de la infancia para mí fue un cambio profundo en mis prácticas con la infancia pero también un cambio profundo en mi vida. Su coherencia fue para mí el camino a seguir, muy difícil en estos tiempos.

“Creo que Alberto vio hace muchos años lo que se venía. Y él lo sentía no por ser un profeta adivinador del futuro. Si hoy estuviera aquí, estaríamos marchando con los pibes, con los educadores de todo el país. Ya en 1991 decía que la mitad de los niños argentinos estaban por debajo de la línea de pobreza. Hoy, en 2022, más de la mitad de las niñas, niños y jóvenes están por debajo de la línea de pobreza. Entonces creo que él se atrevería a decir que entre medio no pasó absolutamente nada que cambiar al rumbo en las vidas de nuestras niñas y niños”.

 

Luis Espósito (Estación Alandar-Gerli): “Alberto es como un mapa. Alguien que me ayudó a trazar un camino. Que le puso claridad a un montón de cosas. Uno ante un mapa distingue territorios, mares, accidentes geográficos. Y él me ayudó además a poder encontrar ese mapa y dentro de ese mapa, a ver cuál es la vida que todos nos merecemos, el modelo de sociabilidad humana que tendríamos que encarnar y por el que todos deberíamos luchar. Después de años, me quedó el mapa, pero ya no me quedó Alberto”.

Hace siete años que este sur del conurbano lo sigue buscando, con los colores de Racing y el mito de Orestes Corbatta mirando el partido que los morochitos de Alberto (aquellos que despreciaban los clubes) jugaban en la canchita incipiente de Pelota de Trapo, rellena de residuos industriales, vecina del Riachuelo, parienta pobre de los sueños pasados. Lo sigue buscando en los esqueletos de las fábricas, en las villas con pibes flaquitos de hambre, que resisten al paco, a todos los venenos, a la bala de la bonaerense, de la gendarmería, de la prefectura.

Son tercos en la vida porque traen la rebeldía escondida en algún rinconcito de la sangre. Porque hubo un Alberto y si lo hubiera hoy, si él anduviera pateando estas calles, estaría marchando con ellos. A la cabeza de esa revolución de alas de colibrí que él puso en marcha y en alguna parte está encendida. Sólo hay que abanicarla un poco para atizarla.

Y ponerla a andar.

Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar