Por Hernán Vaca Narvaja*
Conocí a Juan Carlos Giuliani en los años noventa, cuando me quedé sin trabajo tras el cierre de la efímera experiencia editorial de la franquicia cordobesa de Página/12. Yo era delegado gremial y “Pipón” Secretario General del Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación de Córdoba (Cispren). Nos conocimos en medio del conflicto. Nos abrió las puertas del sindicato y puso a disposición todo lo que nos hiciera falta.
En el sótano de la sede gremial de calle Obispo Trejo preparábamos el engrudo para salir a la noche a pegar los afiches con el rostro de José Oreste Gaido, Fernando Sokolowitz, Gustavo Soria y demás artífices del previsible fracaso editorial del diario. Apenas el diario hegemónico La Voz del Interior empezó a apretar las clavijas para boicotear la venta y distribución del hermanito local de “Página” – que en Buenos Aires dirigía el primer Jorge Lanata, férreo opositor a Carlos Menem-, la empresa eyectó al admirado José María Pasquini Durán para reemplazarlo por el obediente Luis Rodeiro, que elogiaba al Gobierno Provincial de Eduardo César Angeloz a cambio del indispensable financiamiento del Banco Social que regenteaba el inefable Jaime Pompas.
“Pipón” era una rara avis del sindicalismo cordobés de ese tiempo: los lunes a la noche viajaba para ponerse al frente del sindicato provincial y los miércoles se tomaba el colectivo de vuelta para estar los jueves en la redacción del diario Puntal, donde completaba su semana laboral, que incluía los fines de semana. No había tregua ni descanso para poder cumplir su rol de periodista y sindicalista. A la consigna “somos lo que hacemos” que acompaña el título de este libro “Pipón” la honraba siguiendo la mejor tradición del sindicalismo combativo de Córdoba: Predicar con el ejemplo, como hacían sus admirados Agustín Tosco y Atilio López.
Rodeado mayormente por periodistas jóvenes que alimentaban su hambre de gloria profesional en la sección “locales”, “Pipón” era el jefe natural de esa redacción. Presidía la informal “reunión de blanco”, editaba las notas y distribuía tareas. Todos y todas acudíamos a él cuando teníamos alguna duda o planteábamos la necesidad de realizar alguna cobertura especial. La empresa nunca le reconoció esa función en los papeles (ni en el salario), pero tuvo que aceptar que era el más capacitado para escribir el comentario político del diario de los domingos, leído con fruición por la dirigencia (política, empresarial, sectorial y sindical) del Imperio del Sur. El cargo formal de Jefe de Redacción, como suele ocurrir, quedó en manos de una persona tan sumisa y obediente como poco talentosa.
Me tocó tratar con “Pipón” como editor cuando me mudé a Catamarca tras el cierre de Página/12. Trabajaba en el diario El Ancasti y cubrí las instancias del primer juicio oral y público que fue televisado en directo a todo el país: El proceso contra Guillermo Luque y Luis Tula por el crimen de la adolescente María Soledad Morales, que motivó la intervención federal a la provincia en los albores de la década del ´90. Yo escribía un informe semanal de dos páginas para Puntal contando los pormenores del proceso. Coordinaba por teléfono su contenido y extensión con “Pipón”, que después me mandaba por fax una copia de la versión impresa, impecablemente editada. Era un lujo trabajar con él.
Producto de esa experiencia, meses después aterricé en Río Cuarto para sumarme a la redacción de Puntal, donde compartimos largas jornadas de trabajo y se convirtió en mi “ángel de la guarda”: Intercedió en algún penoso episodio de censura ante el director del diario y, editor atento y riguroso, salvaba mis distracciones en las notas que iban a la edición del domingo. Por entonces, joven y soltero, iba a trabajar los sábados después de un ajetreado raíd nocturno de jueves y viernes junto a mis inseparables amigos de la redacción Javier Sáenz y Alejandro Fara. Quienes -para alivio de “Pipón”-, tenían sus días de franco los fines de semana.
Cuando el corazón de “Pipón” le advirtió que debía bajar un cambio porque la salud le estaba pasando factura, dejamos de vernos cotidianamente. Cada tanto intercambiábamos opiniones sobre el trabajo del diario. Desde el Cispren primero y desde la CTA después me acompañó en todas y cada una de las instancias de mi largo litigio judicial con la familia Macarrón por mi cobertura periodística del Cso Dalmasso desde la revista El Sur.
Mientras ADEPA miraba para otro lado y FOPEA meditaba cada pronunciamiento, el Cispren -y “Pipón”- me acompañó en cada fallo adverso denunciando en sendas conferencias de prensa el apriete mafioso de la corporación judicial cordobesa. Nunca le tembló esa voz grave de locutor que lo caracteriza para apuntar con nombre y apellido a quienes consideraba responsables de la infausta persecución judicial de la que fui víctima durante las últimas décadas.
Hace un tiempo que “Pipón”, tal vez sin saberlo, empezó a escribir sus memorias. Lo hacía -lo hace- en sus frecuentes posteos en las redes sociales, donde además de putear a Milei y Llaryora, comenzó a rescatar algunos recuerdos personales. Y como lo personal es político, en cada uno de esos recuerdos pintaba el color de una época: Una movilización popular, una lucha sindical, la evocación de un periodista, de un reportero gráfico, de un libro emblemático. Eran -son- pequeñas grageas narrativas, perlas en el desierto, diamantes que brillan con luz propia en el horizonte sinuoso y fragmentado de la comunicación digital.
Cada vez que nos encontrábamos o hablábamos por teléfono, yo le insistía:
- Tenés que sentarte a escribir tus memorias.
Después de varios intentos fallidos, de gestos de aprobación (des)comprometida, este año, cuando menos lo esperaba, recibí por mail el primer borrador de este libro. “Todo está guardado en la memoria. Somos lo que hacemos”, nombre “piponesco” si los hay, es el invaluable testimonio de un hombre íntegro cuya pasión por el periodismo y la militancia política lo llevó a vivir muchas vidas: Niño, compañero, folklorista, militante, deportista, preso político, periodista, sindicalista, abuelo.
Sobreviviente de las mazmorras del terrorismo de Estado, “Pipón” entregó todo en función de sus dos mayores pasiones sin medir consecuencias: El periodismo y la militancia política. Un temprano infarto lo obligó a sacar el pie del acelerador, pero nunca a detenerse. Porque, como suele repetir, la resignación no hace historia.
Actor principal de la Historia -con mayúscula- del periodismo cordobés: “Pipón” fue co fundador y Secretario General del Cispren, dirigente nacional de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), militante de Montoneros, preso político de la dictadura cívico militar, redactor y comentarista político de diario Puntal, concejal y candidato a intendente de Río Cuarto. Pero también fue aquél niño feliz que no olvida como su padre -un médico grandote, fornido y peronista – rescató a uno de sus hermanos de las cloacas domiciliarias, evitando una temprana tragedia familiar; el pequeño travieso que sucumbía a la seducción de las voces que emergían de la vieja radio a transistores que sonaba en la cocina de su casa; el entusiasta trovador de la banda de folklore “Los Cantores del Sur”, que integraba junto a sus hermanos “Oncho” y Diógenes; el adolescente que cambió la inocencia de las bolitas, el trompo y los autitos por la adrenalina de “la vuelta del perro” y los “asaltos” en la plaza central; el aguerrido delantero que abandonó la redonda en el club Correos y Telecomunicaciones para calzarse el buzo de rugby en Urú Curé; el compañero de “Teco” Perchante, “Peco” Duarte, “León” Arriague y “Corcho” Cisneros, entre otros entrañables militantes que integran la infausta nómina de detenidos-desaparecidos de la última dictadura cívico militar; el simpatizante del club Belgrano de Córdoba, el hincha de Estudiantes de Río Cuarto y el fanático de River Plate, su amor a primera vista. El preso político, el militante aguerrido, el padre orgulloso, el abuelo tierno, el compañero leal, el ciudadano indignado, el periodista comprometido.
“Todo está guardado en la memoria” discurre con el estilo periodístico característico de “Pipón”: El tono enérgico, la escritura clara, comprometida, sin concesiones; un entramado narrativo que cruza el anecdotario, el testimonio y la reflexión, donde cada capítulo condensa las enseñanzas de la experiencia: Las alegrías y sinsabores de la lucha, la alegría de la victoria, las consecuencias de la derrota, la claridad del camino emprendido, los tropiezos que obligan a levantarse y volver a andar. En definitiva -como escribió Eduardo Galeano-, el inalcanzable camino hacia la utopía (el que mejor nos enseña a caminar).
“Pipón” suele terminar sus posteos en las redes sociales con una frase que ya es una marca registrada: La resignación no hace historia. Este libro muestra el inconmensurable valor de vivir según las propias convicciones, de no renunciar a los principios y de ser en función de lo que hacemos. Una vida plena, que valió la pena porque la vivió –la vive- con irrefrenable intensidad; porque sobrevivió -sobrevive- al terrorismo de Estado y a las políticas crueles del neoliberalismo; porque como escribió Rodolfo Walsh eligió -elige- dar testimonio en momentos difíciles a través de la profesión que Gabriel García Márquez definió como el oficio más lindo del mundo.
*Periodista. Escritor. Docente universitario
Prólogo del libro “Todo está guardado en la memoria. Somos lo que hacemos” de Juan Carlos Giuliani