Malvinas entre rejas

Por Juan Carlos Giuliani*

Me enteré del desembarco de tropas argentinas en nuestras Islas Malvinas el 2 de abril de 1982 por boca de un guardia cárcel en Caseros, la prisión inaugurada en 1979 por el genocida Jorge Rafael Videla y de la que Martínez de Hoz se jactaba porque “constituía una tecnología carcelaria de avanzada para exportar al mundo”.

Esta tumba construida en modo panóptico -su diseño hacía que se pueda observar la totalidad de su superficie interior desde un único punto- ocupaba 85 mil metros cubiertos, 23 plantas, con 2096 celdas individuales levantadas una pegada a la otra para que los detenidos no pudieran mirarse. Tenía además catorce ascensores, dieciséis patios de recreo, veinte talleres de trabajo, un hospital, dos gimnasios, un cine, una capilla, aulas y los buzones de castigo. Hubo alojados ahí más de 1000 presos políticos durante la dictadura. No había patio exterior y cada celda tenía un solo preso. Las ventanas eran de ladrillos de vidrio, de un material que no permitía el paso de la luz del sol. Vivíamos todo el día con luz artificial. Desde las celdas de los últimos pisos se podía ver parte de la cancha de Huracán. La cerraron definitivamente en 2001. Actualmente allí funciona parte del Archivo General de la Nación.

En este lúgubre sitio donde no entraba un rayo de sol, hace 42 años un “cobani” me comentó que “habíamos recuperado las Malvinas”, en un gesto amistoso que distaba bastante del trato habitual que recibíamos los presos políticos en este establecimiento de acero y vidrio donde había ido a parar a fines de 1981 a raíz de la presentación de un Recurso de Amparo en la cárcel de Rawson.

Los presos que militábamos en Montoneros decidimos activar el “Operativo Gorrión”, consistente en denunciar ante el juez natural de nuestra causa las condiciones infrahumanas de encarcelamiento, la estrategia de destrucción física y psíquica llevada adelante por el Servicio Penitenciario, las carencias en la atención de la salud, la alimentación, la represión en las requisas, la distancia del penal con nuestros lugares de residencia lo que imposibilitaba tener un contacto frecuente con los familiares y muchas otras cosas más.

Como consecuencia de ese planteo que presentamos decenas de presos del Peronismo Revolucionario, una mañana temprano nos avisan a mis hermanos Héctor y Diógenes y a mí que preparemos el “mono”, nos sacan hasta un aeropuerto cercano –presumiblemente en Trelew- nos suben a un avión pequeño y nos trasladan hasta Buenos Aires.

Cuando arribamos a la Capital Federal nos suben a un celular para llevarnos hasta los Tribunales de Comodoro Py. Nos causó un shock tremendo ver tanta gente en las calles, el frenético movimiento del tránsito, los colores vivos que contrastaban con el gris de uniformes, candados, rejas y muros que veníamos viendo durante los últimos largos años. La vida bullía y nosotros descubríamos que, al fin y al cabo, también estábamos vivos pese a todo. Cuando nos metieron en los calabozos de la Alcaidía de Tribunales para pasar la noche, nos sirvieron una comida que hacía mucho tiempo no probábamos y el trato de los guardias era menos áspero, más relajado, casi amable, sentías que te estaban tratando como una persona, o eso nos parecía. Al otro día el juez cumplió con la formalidad de tomarnos declaración y ordenó nuestro traslado a Caseros.

Tenía además catorce ascensores, dieciséis patios de recreo, veinte talleres de trabajo, un hospital, dos gimnasios, un cine, una capilla, aulas y los llamados buzones de castigo.
La tiranía oligárquico-militar que tenía las manos manchadas con la sangre de nuestros 30.000 compañeros detenidos-desaparecidos pretendía –en el ocaso de su gobierno- recuperar nuestras Malvinas con pibes a los que no les permitía organizarse en un sindicato, afiliarse a un partido político, formar un centro de estudiantes o expresarse culturalmente en libertad. Recién cuando se prohibió la transmisión de música en inglés en abril del 82, explotó el “boom” del rock nacional, un fenómeno de masas que llegaría para quedarse.

Con el tiempo nos enteramos de la malversación de los fondos que se recaudaban para los soldados de Malvinas gracias al generoso aporte de nuestro pueblo, del accionar verdugo de los oficiales de las Fuerzas Armadas con sus subordinados, muchos de los cuales fueron torturados, estaqueados en el suelo helado e irredento de nuestras Islas como fuera denunciado, entre otros, por el querido amigo y compañero –tempranamente fallecido- el periodista correntino Orlando Pascua, ex Combatiente de Malvinas.

La derrota en la Guerra de Malvinas precipitó la huida de los militares del poder. Pero hacía bastante tiempo -con los calamitosos resultados económicos, sociales, políticos y culturales a la vista-, que carecían de consenso social y nadaban en un mar de desprestigio. Resulta una simplificación histórica adjudicar al desastre de Malvinas la causa excluyente del cese de la dictadura y la reinstauración democrática. Implica, además, desconocer la innegable resistencia de la clase trabajadora y el pueblo a la dictadura cívico-militar.

La alegría que derramó sobre nuestro pueblo sufriente la Selección que ganó el Campeonato Mundial de Fútbol en Qatar 2022, tiene como himno una canción -“Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar”- que, con justicia, reivindica a nuestros héroes y pone un cepo a los intentos de “desmalvinización” que periódicamente intentan imponer la oligarquía cipaya y los fachos negacionistas como lo hacen actualmente el Presidente Milei, su Vice Villarruel, y la runfla que lo secunda.

“En Argentina nací/Tierra del Diego y Lionel/De los pibes de Malvinas/Que jamás olvidaré”, comienza el hit musical que se viralizó en las redes y del que se apropió el imaginario colectivo en clave de esperanza.

Malvinas puso al rojo vivo la contradicción principal que viene del fondo de nuestra historia y no está zanjada entre Patria o Colonia, Imperialismo o Nación. Jamás olvidaremos a los 649 caídos en ese pedazo de suelo argentino y, mucho menos, que la solidaridad latinoamericana estuvo de nuestro lado, mientras que la OTAN y Estados Unidos apoyaron a Inglaterra.

Como escribió Paco Urondo: “Arderá la memoria hasta que todo sea como lo soñamos”.

*Periodista. Escritor. Congresal Nacional de la CTA Autónoma en representación de la provincia de Córdoba