Por Juan Carlos Giuliani*
La restauración oligárquica pone en carne viva el problema del hambre en nuestro país. Con Alberto Morlachetti y el Movimiento Nacional Los Chicos del Pueblo se propagó a los cuatro vientos una denuncia que se convirtió en grito justiciero: El Hambre es un Crimen. La miseria está planificada. La pobreza no es un castigo divino. Es una decisión consciente de los que mandan.
El hambre no espera. No sabe de burócratas ni traidores. Los pibes y los viejos conforman la población de riesgo y constituyen el blanco predilecto de las políticas de ajuste. Nadie se salva solo. La salida es colectiva. Al hambre se lo combate con solidaridad. Entre todos los que creemos en una sociedad sin explotadores ni explotados.
La olla popular es sinónimo de solidaridad. De camaradería entre iguales. Y de organización. Los locales sindicales, sociales, culturales, barriales, pueden abrir sus puertas y montarlas a lo largo y ancho del país para saciar el hambre que crece entre los que no tienen trabajo, los jubilados, los que no tienen ningún sustento y darle una perspectiva transformadora a la lucha hurgando, de paso, las características de los nuevos actores políticos y sociales que van emergiendo en esta etapa.
El revanchismo patronal ha puesto al desnudo la infamia del hambre naturalizado en un país como el nuestro, plagado de bienes comunes, fabricante de alimentos, que alguna vez supo ser el más igualitario de Latinoamérica y que hoy padece una desigualdad social escandalosa.
Hacernos cargo del sufrimiento de nuestro pueblo. Poner el cuerpo. Defender un Estado Soberano, que promueva la Salud y la Educación Pública, garantice comida para todos y establezca una Renta Básica Universal para que no haya ningún hogar pobre en la Argentina. No dar tregua en la lucha frontal contra el gobierno neofascista y cipayo de Milei.
Los adalides del negacionismo y nostálgicos de la dictadura genocida, con la complicidad de la burocracia están arrasando los convenios colectivos de trabajo, recortando salarios, suspendiendo y despidiendo personal, destruyendo el Estado para ponerlo al servicio de las minorías del privilegio. Así como hay un estado latente de conflicto en los barrios dejados a la mano de Dios, sin recursos suficientes para hacer frente al desastre social y con las fuerzas de seguridad respirándoles en la nuca, a nivel sindical también crece el descontento y hay aprestos de resistencia con una creciente movilización. Las marchas, cortes y asambleas del día 9 en todo el país y el contundente Paro Nacional de ayer, son dos botones de muestra.
Esta fuerza -todavía imperceptible- que está dando sus primeros pasos de manera desarticulada e inconexa, tiene como pistones al movimiento de mujeres, la juventud y la militancia barrial. La única garantía que blinda su posibilidad de intervención en el debate de lo que pasa es canalizando la participación popular que, con imaginación y voluntad, puede irrumpir con su discurso y acción tanto a nivel municipal como provincial y nacional.
En todo caso, es momento de plantearse los cambios desde lo micro, multiplicar pequeñas acciones en el territorio para llegar a instancias superiores de elaboración y construcción de una alternativa más abarcativa, respetando la diversidad de los diferentes actores políticos y sociales.
Es la posibilidad que se abre para promover la unidad necesaria con todas las organizaciones del campo nacional, popular y revolucionario. A la fuerza brutal de la antipatria le opondremos la fuerza del pueblo organizado.
*Periodista. Escritor. Congresal Nacional de la CTA Autónoma en representación de la provincia de Córdoba