Por Claudia Rafael
Las calles ofrecen radiografías acabadas de la realidad. A espaldas de un instituto de formación terciaria, en el Conurbano Sur, hay una prolija cama armada sobre un colchón en la vereda. La cama está tendida. Detrás, hay dos cajones de madera con enseres prolijamente acomodados. Llega un hombre joven, con una mochila en la espalda, que se sienta sobre la cama a descansar. Son las tres de la tarde de un día de semana. Se acomoda como quien llega del trabajo, la changa, el horario corrido. No hay casa. No la hay en lo que los diccionarios definen como construcción cubierta destinada a ser habitada. Hoy la casa es parte de uno de los grandes escenarios del debate.
El mapa argentino que midió el INDEC en 2022 define 46.440.703 habitantes y un total de 17.780.210 viviendas. Sin embargo, la pintura de país responde a parámetros desalmados: hay alrededor de tres millones de viviendas vacías construidas básicamente para especulación. Y el número se fue incrementando con el correr de los años. En el territorio porteño, en 2019 había 138.328 viviendas vacías; en 2022 la cifra había trepado a 200.293: en apenas tres años, esa cantidad aumentó un 44,79%.
Pero a su vez, cuando esos datos se cruzan con los de quienes mes a mes y con subas irracionales pagan un alquiler, el combo se torna aún más arbitrario y desigual. En el 2000, según la Defensoría del Pueblo de CABA, el 20 % de la población era inquilina y 22 años después, ese número subió al 38 %. A la vez, si en el 2000 los propietarios eran el 68 %, en 2022, un 50 %. Es decir, un 18 % menos.
En definitiva, comprar una vivienda es una quimera pero alquilarla lo es cada vez más. La misma Defensoría estableció una línea temporal y reveló que durante el primer peronismo, en 1947, la ciudad de Buenos Aires tenía 740 mil viviendas; en 1991, se registraban 1.200.000 y en 2020, esa cifra llegó a 1.500.000 viviendas. Sin embargo, más se construye, hay cada vez menos suelo pero a la vez los alquileres resultan cada vez más inalcanzables.
“En las últimas décadas se construyó un nivel de viviendas que creció más que la población”, plantea Gervasio Muñoz, desde la asociación Inquilinos Agrupados. “El mercado privado edifica a un ritmo superior a lo que la Argentina necesita en viviendas”, plantea. Sin embargo, la lógica mercantilista logró romper inclusive con la teoría de la oferta y la demanda creada hace más de dos siglos que indica que a mayor cantidad de viviendas más bajo debería ser el valor del alquiler.
El mismo Muñoz hizo una comparación de “viviendas ociosas” en diferentes años de la historia reciente. El censo nacional de 1960 refleja 278.000 viviendas ociosas. Dos décadas después, el número llegó a 1.092.268; en 1991 ya eran un millón y medio y diez años después, dos millones. En el censo 2010, las viviendas ociosas eran dos millones y medio y, actualmente, serían tres millones. Pero entre medio el plan económico de José Alfredo Martínez de Hoz produjo un hecho medular: las viviendas comenzaron a ser dolarizadas. Ya no fue el Estado el ente regulador de los alquileres sino el dios mercado.
Algo de historia
A lo largo de la crónica argentina hubo grandes escándalos inmobiliarios. Movidas destinadas a correr a los habitantes de un sector para el aprovechamiento financiero de una determinada zona o para multiplicar las ganancias exprimiendo al máximo los bolsillos de los trabajadores. Hace más de un siglo representantes de la minoría patricia porteña determinaron correr de los conventillos a sus habitantes, en su gran mayoría inmigrantes anarquistas y socialistas. Y la mano armada del Estado, con Ramón L. Falcón a la cabeza, resolvió con sangre y muerte ese conflicto. En el diario La Protesta del 4 de octubre de 1907, se volcaron muchas de las demandas que hoy, 116 años más tarde, se siguen sosteniendo. Se pedía rebaja en el precio de los alquileres, se ponía en debate la garantía y los meses por adelantado, se cuestionaban los impedimentos para las familias con hijos, entre un sinfín de semejanzas con el tiempo presente que, a juzgar por la realidad actual, no son producto de una febril imaginación. Hay demasiado en común.
En mayo de 1978, Máximo Vázquez Llona, secretario de vivienda de la última dictadura, habilitó el desalojo de 200.000 personas sólo en territorio porteño y al mismo tiempo ofreció para esa zona créditos blandos para la instalación de hoteles cuatro y cinco estrellas.
Se trata de la necesidad imperiosa de revalorizar –bajo las lógicas capitalistas- las zonas que caracterizan como de los descartados.
Hace ya un cuarto de siglo la desarrolladora IRSA (Inversiones y Representaciones S.A.) –empresa del multimillonario Eduardo Elsztain, dueño además de los principales shoppings del país – adquirió por 50 millones de dólares el predio de 71,6 hectáreas ribereñas que en la década del 60 el Estado nacional había cedido a Boca Juniors para la construcción de la ciudad deportiva. Tras años de idas y vueltas judiciales, finalmente la Cámara de Apelaciones dio vía libre al convenio urbanístico entre el gobierno de CABA e IRSA para concretar su mega proyecto de “nuevas viviendas, oficinas, comercios, escuelas, sanatorio y un parque público. Conforme a lo acordado, el Gobierno porteño modificó la normativa para habilitar la construcción de edificios frente al Río de la Plata a cambio de que la empresa entregue al dominio público 48 de las 71 hectáreas para la realización de un espacio verde público”.
La antropóloga María Carman desarrolla en “Las trampas de la naturaleza. Medio ambiente y segregación en Buenos Aires” que, si bien la villa Rodrigo Bueno no tuvo reflectores sobre sí durante casi dos décadas, el avance de Puerto Madero como zona de lujo, desató las estrategias destinadas a su erradicación. Y durante gran parte del 2022 muchas viviendas del borde costero fueron desocupadas obligatoriamente con la promesa de nuevas edificaciones y mejoramiento de otras. Los vecinos expulsados denunciarion que “la mudanza obligada fue para que tuvieran buena vista los potenciales compradores de los departamentos que se levantarán en los terrenos de IRSA y las familias fueron reubicadas en viviendas del sector de Rodrigo Bueno conocido como Barrio Histórico, que presentaban serios problemas de infraestructura”.
Pesadilla
Una sociedad forjada bajo el interés mercantilista está imposibilitada de hallar una salida luminosa y equitativa a sus problemas y a sus angustias. Simplemente se sigue hundiendo más y más en un lodazal del que no logra salir y, cuando cree hacerlo, continúa cayendo indefinidamente en nuevas trampas. Allí donde se perdió la dimensión humana de los vínculos, donde lo único que realmente importa es una acumulación sin límites ni freno. Con un Estado que apaña y que define muchas veces los rumbos de las viviendas desde ministerios en los que los galardonados son los mismos empresarios con intereses inmobiliarios.
Un capitalismo feroz anidó en nuestros barrios como una pesadilla, escribía Alberto Morlachetti. Un capitalismo que lentamente se fue transformando en un pobre y dócil sueño colectivo.
Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar