Por Jorge V. Restovich*
Muchos conocemos esta frase y recordamos también las controversias que generó cuando fue expresada por un mandatario poco reflexivo. Pensando bien, no se equivocó: los argentinos descendemos de los barcos, aunque sea doloroso para algunos sectores. ¿Por qué hago esta afirmación tan provocadora? Porque nuestra sociedad, en general, parece no considerar integrantes de nuestro pueblo a quienes no tienen antepasados llegados a estas tierras a bordo de los barcos que los trajeron en las sucesivas oleadas inmigratorias.
Particularmente, casi que no considera argentinos a quienes no descienden de inmigrantes europeos. Es doloroso aceptarlo pero, nuestra sociedad ha mantenido en la invisibilidad a vastos sectores de la población con iguales o incluso mayores derechos que aquellos “descendientes de los barcos”. Me refiero a los argentinos que llevan en sus venas sangre de pueblos originarios. Postergados, aislados, no reconocidos y nunca hasta ahora verdaderamente incorporados, nuestros pueblos originarios siguen ahí (al menos, sus descendientes).
Para la mayoría de los argentinos, Quilmes es una marca de cervezas, ignorando la cultura ancestral de este pueblo y su heroica lucha para no ser sometidos. Amaicha, Tafí, son lugares turísticos pintorescos pero no nos hemos ocupado por indagar en el origen de estos nombres, en las culturas asociadas a ellos, en el pasado de gloria que tenían en estas tierras. Mi ciudad, Villa María, claro ejemplo esta situación, está enmarcada por 4 boulevares que honran a las olas inmigratorias mayoritarias (Boulevard España, Boulevard Italia) a un político importante (Boulevard Vélez Sarsfield) y a un personaje considerado el padre de las aulas, con himno propio y todo (Boulevard Sarmiento). Más aún, en Boulevard España hay un monumento a España, celebrando nuestras raíces con esa Nación y por qué no, homenajeando a la vasta población inmigrante proveniente de ese país (una de mis abuelas, por ejemplo).
Ocurre que, España también tiene un pasado doloroso en estas tierras. No para ellos, claro está pero sí muy doloroso para nuestros pobladores descendientes de originarios, quienes sufrieron un atroz avasallamiento de su cultura y, tristemente, en muchos casos llevados al borde de la desaparición como pueblo. La cuestión es que, en algún momento, mi ciudad llegó a promulgar una ordenanza para hacer también en este boulevard, un monumento que honrara a los pueblos originarios lo que nunca llegó a concretarse y, cada uno podrá analizar por qué.
Voy a detenerme en este último personaje: Domingo F. Sarmiento. Venerado por sus aportes a la estructura educativa argentina pero con terribles pensamientos y acciones hacia nuestros pueblos originarios. El “prócer” llegó a afirmar, en 1874 en sesiones de la Cámara de diputados: “Llego feliz a esta Cámara de Diputados donde no hay gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir patriotas”. “¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”, Domingo Faustino Sarmiento-1874.
Personalmente, nunca me sentí representado como docente por este sujeto. Creo que la Educación es un acto social que involucra mucho compromiso, mucho amor y, como bien se hizo en nuestro país en las últimas décadas (de la mano de gobiernos democráticos de tinte progresista) con inclusividad. La inclusividad es pensar en que la educación debe llegar a todos los sectores y el sistema educativo debe además garantizar que todos los estudiantes, sin importar sus características, necesidades o diferencias, accedan a una educación de calidad y participen activamente en un entorno de aprendizaje seguro y respetuoso. No sólo que considera la diversidad sino que la valora, cree que misma aporta a una educación más rica.
¡Qué lejos estaba el pensamiento de Sarmiento de la inclusividad! Lo perdonamos a la luz de la época, dirán algunos. No sé si perdonarlo es nuestra atribución. Entenderlo, podría ser, en una época donde la “civilización” consideraba bárbaros sin alma a los “indios”. Pero de entenderlo a ponerlo como prócer de nuestra educación hay una gran distancia. ¡Tantos maestros rurales desconocidos, que día a día transitan caminos polvorientos para llegar a una escuelita perdida y que nunca han pensado en el exterminio de un pueblo y justo venimos a consagrar a este! Para entender como llegamos a este punto hay que entender que nuestro país, un país que se proclama federal es quizás hoy el más unitario de los países y que la historia oficial que se ha transmitido en las escuelas es la que conviene a ciertos poderes.
Así, Rosas es solamente “La Mazorca” y se soslaya su relación con los pueblos originarios y su defensa de la Soberanía Nacional. Ninguna calle lleva su nombre, a pesar de lo importante que fue su figura pero sí estamos llenos de barrios, calles y avenida que honran a Urquiza, quien lo derrotó en Caseros instigado por los ingleses y a quienes otorgó la libre navegación de los ríos apenas asumió el poder, como si la Vuelta de Obligado no hubiera existido. También honramos a Julio A. Roca, a lo largo y ancho de nuestro extenso territorio, enrostrándoles a los descendientes de originarios el nombre de uno de los responsables del genocidio de sus ancestros y naturalizamos que corresponde por haber sentado el trasero en el sillón presidencial. Eso sí, por suerte, siguiendo a Osvaldo Bayer y una campaña de concientización en nuestra ciudad, se le cambió el nombre a una avenida que lo recordaba.
Viendo hacia atrás, a la historia americana que me enseñaron, se pasaba directamente de 1492 con la llegada de los “conquistadores” a 1810 y las luchas por la independencia. Entre medio, tres siglos de misterio donde no se indagaba prácticamente nada. Implícito quedaba que, los pueblos originarios bajaron la cabeza ante los invasores y aceptaron la nueva cultura impuesta. Entonces, se enseñaba que la conquista trajo cultura, riqueza idiomática, progreso, etc. Lo otro, era la barbarie, sacrificios humanos y bestialidad. Nunca nos enteramos de las luchas como la de los Quilmes, resistiendo estoicamente hasta el último hombre. A lo sumo, se contaba lo de Tupac Amaru, en Perú, casi como una amenaza persistente de lo que le ocurría a quienes osaban sublevarse al cruel designio de los conquistadores. Nunca supimos del respeto a la madre tierra, de sus saberes astronómicos y su dominio de la piedra. No interesaba. Cruz y espada, y aquí no quedó nada. Ninguna calle honra los históricos Caciques. Antiguos señores de estas tierras.
Nuestro complejo país, inmerso continuamente en turbulencias político económicas nunca encuentra el tiempo ni los recursos para reivindicarlos. No existen para Argentina, porque no descendieron de los barcos. Incluso puedo agregar que tampoco existen algunos habitantes que sí descendieron de los barcos pero traídos por la fuerza desde el África, como esclavos. La historia no recuerda más que generales y por eso tampoco los nombra, aunque pelearon valientemente en las guerras de la Independencia (Batallón de Pardos y Morenos, por ejemplo), incluso en algunos casos para reemplazar a algún hijo de familia acomodada que quería librarse del patriótico llamado. Ningún monumento honra en el país, a los afrodescendientes. Mal que nos pese, así actuamos como sociedad hasta el día de hoy.
Por eso la afirmación inicial, por la forma en que tratamos a nuestros habitantes originarios. Ojalá algún día, la inclusividad social y educativa sea real para ellos y llegue hasta el último rincón de nuestros bosques, de nuestras montañas en la puna jujeña, del litoral argentino, de los barrios periféricos donde se los encuentra. Ojalá…
*Docente universitario