¿Cuánta deuda resiste la democracia?

OPINIÓN

Por Carlos Saglul

A pocos días de un nuevo aniversario de la asunción de Alfonsín, la crisis argentina contradice sus máximas: las urnas no garantizan el alimento, ni la educación, ni la salud. En cambio, crece el odio, el individualismo, y el mar de fondo se vuelve cada días más tormentoso.

El 10 de diciembre próximo se conmemora un nuevo aniversario de la asunción del primer presidente constitucional luego de la dictadura cívico militar. Una multitud emocionada acompañó a Raúl Alfonsín del Congreso hasta la Casa Rosada, donde el dictador Reynaldo Bignone le dio los atributos del mando.

En su primer discurso, Alfonsín prometió: “Vamos a vivir en libertad. De eso, no quepa duda. Como tampoco debe caber duda de que esa libertad va a servir para construir, para crear, para producir, para trabajar, para reclamar justicia – toda la justicia, la de las leyes comunes y la de las leyes sociales -, para sostener ideas, para organizarse en defensa de los intereses y los derechos legítimos del pueblo todo y de cada sector en particular. En suma, para vivir mejor; porque, como dijimos muchas veces desde la tribuna política, los argentinos hemos aprendido, a la luz de las trágicas experiencias de los años recientes, que la democracia es un valor aún más alto que el de una mera forma de legitimidad del poder, porque con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”.

Con el neoliberalismo, por el contrario, no se come, no se educa ni se cura. Basta mirar el presupuesto para el año próximo votado por el PRO y sus aliados del peronismo “racional”. Las principales reducciones son justamente en salud, educación y gasto social.

La inflación de este año rondará un piso del 47 por ciento. Sólo el colchón de los planes sociales del anterior gobierno, ya devaluados, ha impedido un estallido de proporciones. En muchos distritos bonaerenses, la mitad de los pibes deja sin terminar el secundario. En el norte, la situación es peor. En Jujuy, el gobierno pone su firma a decretos que transforman a los niños en mano de obra esclava.

La inflación afectó fundamentalmente a los alimentos. El pan francés subió el 84 por ciento, los fideos guiseros el 80 por ciento, la harina el 174 por ciento. La leche, un 66 por ciento. Clarín informa sobre la “nueva tendencia” de comer carne de caballo. En algunas villas cazan ratas.

La desocupación crece a pasos agigantados. El Estado despide. Busca el déficit cero, aunque eso por supuesto no incluye el principal gasto: el pago de los intereses de la deuda externa. Por la recesión cierran por miles comercios y pequeñas y medianas empresas. Las altas tasas hacen prohibitivos los créditos. Los que conservan el trabajo son acorralados en la pobreza por las subas de las tarifas, el transporte, la salud prepaga, alquileres. Sólo los micros subieron un promedio de 113 por ciento anual. Y esto recién comienza.

El dolor social necesita de una policía brava dispuesta a dar trámite rápido al control por el miedo al pobrerío. Hay “daños colaterales” pero “es lo que pasa en cualquier guerra”. Y este gobierno “está en guerra con el delito”, dicen. Claudio Sánchez, de 28 años, es un caso testigo. Estaba subido a su moto cuando un policía que pensó que la había robado lo fusiló por la espalda en Tucumán. Lo mismo había pasado no muy lejos con un chiquito de 14 años que otro agente drogado con cocaína mató también por la espalda. La Doctrina Chocobar impulsada por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, deja al menos un muerto por día. La funcionaria dobla la apuesta y defiende la posibilidad delirante de que todos los argentinos anden armados.

Las fascistización de la población empuja la bronca de los sectores medios contra enemigos ficticios: terrorismo mapuche, bolivianos, paraguayos y sudaneses que “se roban el trabajo”. Ahora nos ataca el terrorismo musulmán. En la democracia Cambiemos, cualquiera puede quedar bajo prisión preventiva, especialmente si se es opositor. El individualismo, el odio al diferente, reemplazan la cultura de la solidaridad. En los barrios pobres la gente no sabe a quién temer más, si a los asaltantes o a la policía. Los infiltrados no se pierden movilizaciones para justificar  la represión salvaje. Antes de los actos, dejan contenedores de basura repletos de trozos de asfalto para ser utilizados por los provocadores. No hay torpeza. Se está adelantando que habrá incidentes. Se siembra el miedo. Es perverso.

Toda la economía está diseñada al solo efecto de pagar la deuda externa que –según la consultora Ecolatina- en estos días ya podría alcanzar al 93 por ciento del PBI. ¿Cuánta deuda puede aguantar la democracia amenazada por la miseria, el odio, lo más bajo de cada uno? Es hora de prender las alarmas.

Fuente: www.canalabierto.com.ar