El Qatar ostentoso y tiránico: La ilusión de un país empobrecido

Por Silvana Melo

En menos de dos meses comienza a tejerse una esperanza, un hechizo argentino, a 14 mil kilómetros del conurbano. El desaliento, la pobreza, el escepticismo, el castigo inflacionario que consume todo esfuerzo, el hambre que se lleva todo sueño, el presente como única realidad palpable. La infancia empobrecida detrás de las imágenes inalcanzables. Todo queda prendido con alfiler humilde a las camisetas de 23 pibes que viven –en su mayoría- en Europa; todo sostenido apenas en las canchas de un país que ganó la sede del mundial con trampas, que se reconstruyó para uno de los fenómenos deportivos y económicos más importantes del globo, que somete a las mujeres, a los gays y a los trabajadores migrantes, que impuso un mundial en el verano argentino y en su propio invierno de 30 grados, que es dueño de dos equipos rutilantes de la Europa copada por la derecha, que paga el sueldo de la estrella planetaria sobre cuyos cuádriceps y gemelos se sostiene la última ilusión argentina.

Sobre la riqueza opípara y sobre lo peor de este mundo está cimentada la esperanza de una mínima alegría en medio de tanto desencanto, de tanta adversidad.

Cómo explicárselo a los niños y las niñas que abrazan como futuro inmediato la cena de la noche. Como utopía la figurita imposible. Esa que se quedan los adultos por mezquindad lúdica.

El emirato tiene apenas 250 mil habitantes propios. Apenas como un barrio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La población aumenta once veces con los 2.800.000 inmigrantes que trabajan en el país. Sus veranos llegan a los 50º y en jornadas larguísimas los trabajadores que cruzan las fronteras qataríes para entrar al país rico que, esperan, les salve la vida, sólo encuentran esclavitud, escaso descanso, amenazas de expulsión si no aceptan las condiciones de esa vida, imposibilidad de cambiar de empresa, viviendas inhabitables y la muerte a la vuelta de esa esquina.

Las organizaciones de derechos humanos han denunciado casi 10 mil trabajadores muertos en la construcción de los estadios y de las ciudades que brillarán en el escaso mes del Mundial. Aunque el fútbol nunca les importó demasiado a los qataríes, es una forma de exhibir al mundo su ingreso per capita privilegiado, blanquear su imagen, desmentir que se viole la integridad humana como cultura religiosa y que sus vecinos árabes los reconozcan, alguna vez en un liderazgo regional. A ellos que se independizaron del Reino Unido en 1971 y que cuentan con un ejército mínimo.

Obreros de India, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka, Pakistán, construyeron el paraíso de noviembre y las chicas filipinas limpian las casas de los qataríes y les cuidan a los hijos. Trabajan 18 horas por día, denuncian que les pagan mal o no les pagan, que las insultan, las abofetean, las escupen e incluso abusan de ellas sexualmente. En un país donde denunciar una violación implica convertirse en victimaria y quedar entrampada en la acusación de sexo extramarital: bajo la ley islámica es un delito condenado a 100 latigazos y siete años de cárcel. Las mujeres no pueden hacer nada sin permiso de sus padres y luego de sus maridos. Incluso salir de sus casas. La homosexualidad está prohibida y es castigada hasta con la pena de muerte.

Este país ha sido premiado con un Mundial de Fútbol y en su honor se cambió, por primera vez en la historia, la fecha: de julio a noviembre porque en el invierno de acá, Qatar supera los 50º y nada bueno es posible bajo ese sol. Pero claro, a la vez tienen petróleo y gas, muchos dólares, la agencia Al Jazeera, que también es qatarí, alfombra de oro para los jeques y dos equipos estelares de Europa: el Bayern Munich y el Paris Saint Germain (PSG). Lo que significa, a la vez, que le pagan el sueldo a la gran esperanza del infortunado pueblo argentino: Lionel Messi.

A la que la infancia argentina de los márgenes y los suburbios lleva como emblema en su candor, en su espejismo y en el diez de la espalda.

La misma estrella planetaria que el año pasado se fue del Barcelona barreando la cancha de lágrimas y moco. Después de una durísima negociación –revelada en estos días por los #barçaleaks– en la que padre e hijo (Jorge y Lionel) reclamaron tratamiento de monarcas y jeques para ceder la continuidad en el club culé. A saber: un bonus de 10 millones de euros por renovar el vínculo. Palco en el Camp Nou para su familia y la de Luis Suárez. Vuelo en avión privado para toda su familia para pasar las fiestas en la Argentina. Una cláusula simbólica de 10 mil euros para poder dejar el Barcelona cuando quisiera. Y la devolución de la (aparentemente solidaria) rebaja del salario durante la pandemia. Con intereses de prestamista.

La avaricia del ídolo que no acepta ni pagarse el avión a la Navidad de su país no merece ser espalda y columna de la esperanza de un pueblo.

Pero aun en ese país discriminante y opulento, aun con esos 23 brillantes europeos -a la hora de pagar por una vez el impuesto a las grandes fortunas varios de ellos se ofendieron- aun con ese ídolo suprahumano finalmente más humano de lo deseable, la esperanza quedó clavada.

Terca. Pertinaz. En un partido que deberá ser jugado siete veces para ganar el cielo. La niñez se pondrá al hombro esta esperanza. Como tantas veces.

Y después, si es con la copa de oro en manos de los representantes del pueblo en infortunio o sin ella, volverá el pobre a su pobreza y el rico a su riqueza.

Impasible e impiadoso, el rico.

Como toda la vida.

Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar