El séptimo día

Cada año, cientos de miles de trabajadores golondrina trabajan a destajo en las cosechas. De sol a sol, de lunes a lunes, para empresas que exportan gran parte de sus productos y que los privan de los servicios básicos y esenciales para sobrevivir dignamente. Muchos mueren en esas condiciones de semiesclavitud.

Por Martina Kaniuka

Cuenta la Biblia en el Génesis que el sexto día, ese dios al que rezan los obreros, hizo la tarde y la noche y que el séptimo descansó. Esta semana los trabajadores golondrinas que contrata la multinacional Kleppe, ubicada hace 85 años en Chimpay, Río Negro, denunciaron que no tienen un séptimo día desde que empezó la cosecha.

Oriundos de las provincias de Salta, Corrientes, Tucumán y Santiago del Estero, viajan cada temporada, algunos hace más de seis años, para cosechar manzanas, cerezas y peras en el Valle rionegrino por la paga -en negro- de $5200 argentinos que, según un informe de ANRED, no pueden renegociar, a pesar de la inflación y los más de $2000 que les cuesta comer por día.

Según un informe del INDEC publicado este último 20 de abril, los precios han registrado una suba general del 110% en 2023 y el costo de los productos de primera necesidad para una familia tipo alcanzó los $191.228 en el tercer mes del año. El jornal mensual de los trabajadores que emplea Kleppe es, asumiendo que no tuviesen gastos, de $156000.

Las jornadas empiezan bien temprano de madrugada, antes de que el rocío de la mañana termine de escarchar los campos y los gallos se atrevan a clarear la voz. Antes de que los patrones salgan al galope a abrir la tranquera y supervisar que la peonada y el servicio abandonaron las catreras. Antes de que el sol despunte de esa línea finita y anaranjada que separa el comienzo de un día del final de otro. A esa hora, los trabajadores de Kleppe ya están trabajando en el Valle para una corporación privada que, exportando su producción a más de 35 países del mundo, priva en el propio a sus trabajadores, de los servicios básicos y esenciales para sobrevivir dignamente.

En las chacras destinadas a ser habitadas por los trabajadores no hay luz, no hay gas, no hay cocina, no hay calefacción ni refrigeración, no hay baño, ni agua para bañarse. Las condiciones de hacinamiento se reproducen como calcadas por temporada y para poder llamar un médico tienen que caminar por el valle cientos de kilómetros: en el Valle y en las gamelas donde se acomodan con sus pertenencias no hay señal.

El mecanismo es el mismo, la lógica también: como en los tiempos de la mita impuesta por el Virrey Toledo, como en la esclavitud romana, como en los señoríos feudales. Cada temporada, cada cosecha, en regiones distintas del país, un grupo de trabajadores con necesidades básicas insatisfechas es reclutado en su provincia de origen y trasladado lejos de su familia y de su hogar, para trabajar tierras que no le pertenecen, vendiendo el fruto de su trabajo por un precio que, sujeto a las leyes del sistema capitalista, es fijado con la dinámica de la esclavitud. No existen vacaciones, feriados, licencias por enfermedad, descanso, bono, presentismo. Tampoco el sentido de la humanidad.

Dios almuerza con el patrón

La ironía del marketing descansa en el cartel de bienvenida a Kleppe: “Con-ciencia”, reza. Y ciencia hay, porque todos los productos que comercializa han sido, como la mayoría de los agrocultivos que consumimos, genéticamente modificados. De conciencia no quedó nada y las tres millones de cajas de fruta que se empacan al año traen sufrimiento, explotación y trabajo infantil.

“Fomentamos el crecimiento y reconocimiento de nuestra gente en la medida de su talento, ofreciéndoles el respaldo, la motivación y las oportunidades para que puedan desarrollar su carrera dentro de la empresa”. En la foto puede verse un trabajador provisto de un delantal y un balde con correa, recogiendofruta. Sin embargo, Kleppe no provee a los trabajadores de ropa, ni de elementos de seguridad.

En el año 2021, Rodolfo Córdoba, correntino, falleció a los 52 años después de haber caído desde una altura de diez metros entre los cajones apilados por no tener colocado un arnés. Eran las once de la noche y seguía trabajando: a veces el destajo irrumpe como un mal sueño por la noche, para compensar lo magro del salario. Fue en Guerrico, en una de las cámaras de frío, a la vista de todos sus compañeros. La justicia, más fría todavía, catalogó su muerte como “dudosa”.

Otro caso emblemático de los trabajadores golondrinas en la zona del Valle, en Choele Choel, es el de Daniel Solano, que había sido contratado en el año 2011 por la empresa Agrocosecha (subsidiaria de la yanqui ExpoFrut) que lo estafó en Tartagal. Daniel reclamó por las condiciones de trabajo y la paga, después de descubrir que tanto a él como a sus compañeros no les pagaban las jornadas acordadas, quedándose ExpoFrut con el dinero.

El 5 de noviembre de ese mismo año, la Policía irrumpió en su lugar de trabajo, lo asesinaron y desaparecieron: detrás de su caso se descubrió el entramado del narcotráfico, la trata, la corrupción de la justicia y del gobierno y el estado provincial y nacional que, desde el Congreso, después de derogar – por la mediatización del caso – el Régimen de Trabajo Agrario y reemplazarlo por un nuevo Estatuto del Peón y la Ley de Trabajo Agrario, sancionó la creación del Registro Nacional de Trabajadores y Empleados Agrarios (Renatea).

El organismo fue convenientemente desguazado en el año 2016 por el sindicalista Jerónimo “Momo” Venegas, caudillo de UATRE (Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores) que volvió a funcionar –con la connivencia de la Corte de Lorenzetti, que decretó inconstitucional al Renatea – volviendo a impulsar otra vez el Renatre, cómplice histórico de la oligarquía y el “campo” argentino. Variaron los nombres, los colores y banderías partidarias, los intereses en cambio, como la injusticia en las cosechas cada estación del año, pervivieron.

Pedro Cabañas Cuba, jujeño y Héctor Villagrán, paraguayo, son otros dos trabajadores que fueron desaparecidos y asesinados por el accionar de la empresa.

Seis años después del asesinato y desaparición de Daniel Solano, en enero de 2017, Roque Peradillo, también oriundo de Tartagal, moría trabajando para ExpoFrut cuando se ahogó en el canal al que fue a lavarse la cabeza, porque bajo el rayo del sol de enero, las instalaciones dispuestas por la empresa para que vivieran los trabajadores, no contaban con agua.

No hubo día de duelo: “acá no se mezcla el dolor con el trabajo”, dijo el patrón a sus compañeros que intentaban explicar la muerte de Roque, que murió ahogado por no haber tenido agua.

El cajón de Roque, pasó frente al acampe que Gualberto, papá de Daniel, sostenía a la espera de justicia en Choele Choel.

Los siete policías responsables del asesinato y desaparición de Daniel Solano fueron condenados este año a prisión perpetua. ExpoFrut y Kleppe siguen contratando trabajadores golondrinas para las cosechas, bajo el mismo sistema de trata.

A lo largo y a lo ancho del país el beneficio y la acumulación de los grandes terratenientes y latifundistas, se carga con la muerte y el sufrimiento de miles de trabajadores que migran en la búsqueda de trabajo y son sometidos a brutales condiciones inhumanas de trabajo que los sigue subsumiendo en la más profunda desigualdad. Según un estudio del Elena Mingo, socióloga e investigadora del CONICET (*) -aunque son estimaciones por la dificultad de censar a poblaciones que migran-, hay alrededor de 350.000 trabajadores golondrinas al año.

Es el mismo RENATRE quien debería gestionar el contralor, sobre todo en época de cosechas, de las condiciones de contratación y de trabajo de los trabajadores rurales. Actualmente y, según puede consultarse en la página del organismo, son tres los inspectores designados a la zona de Río Negro: tres inspectores para verificar una provincia que, sólo en época de cosecha de manzanas y peras – el 80% de las exportaciones de la provincia – recibe hasta 20.000 trabajadores y trabajadoras, sin contar la mano de obra infantil que emplean.

¿Cómo puede ser que las instituciones del estado que deben velar y proteger las condiciones de vida de los trabajadores rurales disponga de tres empleados?  Y será que, como se respondía Atahualpa, “el dios que vela por los pobres es el que almuerza con el patrón”.

(*) Elena Mingo trabaja en el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL), dentro del programa “Trabajo, hogares y organizaciones en espacios rurales”

Fotos: Izquierdadiario, Anred y Lineasindical

Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar