Entre el dolor y la lucha

Por Claudia Rafael

En la sala de tribunales de Morón Nora Cortiñas se levantó y abrazó fuerte a Emilia Vasallo. “Cuánto dolor”, le decía al oído a Emilia que acababa de relatar ese derrotero cruel que transita desde el 18 de mayo de 2013. Cuando el oficial de policía Diego Ariel Tolaba le disparó a su hijo Pablo desde el puesto de peajes de la Autopista del Oeste, y una de las balas ingresó por la frente y lo dejó gravemente herido. Moriría siete meses más tarde. Ya esa primera etapa judicial concluyó. Tolaba fue absuelto y vendrán ahora apelaciones junto a la Gremial de Abogados (sus representantes fueron Eduardo Soares y Rosario Fernández) y nuevas luchas mientras otras, las más profundas, las que intentan ir al hueso de ese sistema que devora jóvenes desde las garras del Estado, continúan porque es una realidad que “no se va a terminar hasta que nosotros mismos, el pueblo, cambiemos a fondo este sistema”.

Emilia Vasallo es dura por momentos y se llena de ira frente quienes le arrebataron a su niño de 17 años y se ríe fuerte y se llena de ternura ante los suyos. Cuando a ella le faltaban todavía dos años para llegar a esa edad en que Pablo quedó congelado para siempre, ya era madre. Loreley, esa beba que irrumpió en su mundo y en el de su eterno compañero Ruben, hoy tiene 31. Y después llegaron los otros hijos: Ruben, como su padre, que roza los 29. Pablo, que el próximo 2 de julio cumpliría 27 y las mellizas: Lucía y Emelyn, las últimas. Que llegaron cuando Emilia tenía 28. “Fui abuela a los 32 años. Tengo una nieta que va a cumplir 15; un nieto de 12, uno de 8 y una de 4. Y todos estuvieron presentes en el juicio. Nosotros no lo presenciamos pero estuvimos todos juntos afuera. Así lo decidimos con Ruben, mi compañero de toda la vida”.

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El abrazo de Nora Cortiñas a Emilia es un símbolo de la época. Dos madres de dos tiempos diferentes y crueles. A Nora le arrebataron a su Gustavo un abril de hace 45 años. A Emilia le quitaron a su Pablo hace apenas ocho. Ninguna de las dos, por igual, pudo llenar sus ausencias. “Norita me abrazaba y me decía ´cuánto dolor, te amo con todo mi corazón, te voy a dar toda la fuerza que yo tengo´. Yo había contado que mi hijo estuvo internado 7 meses, que yo tuve que dejar de verlo, que Pablito dejó de moverse, de comer, de hablar”. Pablo Alcorta murió un 6 de diciembre, cuando el 2013 ya estaba al borde de su final.

-Más allá de la absolución, ¿qué significó para vos la conclusión del juicio? ¿Cómo estás hoy parada?

-A lo largo de los años que llevo militando pasé por un montón de juicios que me fueron marcando el camino pero que también me fueron afectando. Porque los hijos de mis compañeras familiares y de cualquier hijo del pueblo también me duele. Así que me fui preparando para ese momento. Pero no dejo de sentir impotencia, de sentir ira. Podemos seguir visibilizando, exigiendo justicia, podemos seguir luchando por nuestros derechos -que es algo que continuamos haciendo- pero lamentablemente siempre los que terminamos perdiendo somos nosotros. Creo que más allá de que es una lucha desigual, hay que seguir peleando porque todos los días hay un pibe o una piba nueva asesinado, desaparecido, no sólo por las balas policiales sino en contexto de encierro y de hambre.

-Cuando uno llega a la instancia del juicio es porque los hechos ya ocurrieron. Y sólo te queda el castigo por parte del mismo Estado. Pero vos planteás una transformación para que nada de esto ocurra.

-Tal cual. Pero en el mientras tanto, creo que hay que seguir luchando porque yo creo que es todo un proceso de un pueblo. Así como yo hice el proceso de darme cuenta de cómo era la pelea, todos y todas nos tenemos que ir dando cuenta. Hay compañeros míos que tuvieron su juicio y consiguieron una perpetua. A un compañero le dije antes del juicio: seguramente vas a obtener la perpetua, pero después de un tiempo decíme si eso te va a cambiar la vida y vas a tener paz y justicia. Y le pedí que me llamara para decirme qué sentía. Me llamó a la semana. Y me dijo: Emi, siempre es lo mismo. No hay justicia ni hay paz.

-Es que de última la única justicia real sería que tu hijo estuviera vivo. Y eso no ocurre.

-Es eso lo que digo. Hay muchas compañeras que no tuvieron justicia ni ninguna perspectiva de nada, y volvieron a luchar de vuelta. Y yo digo que está bien que exijan justicia pero que no se queden con que la vamos a obtener. Porque hemos tenido mamás que se han suicidado, compañeras que cuando no tuvieron la justicia que ellas esperaban se vinieron abajo. Lamentablemente el sistema es súper cruel. Porque primero tenés que luchar en el sistema judicial para que te acepten como querellante. Después hay que luchar por las carátulas con las que las causas llegan a juicio. Tenemos que hacer un esfuerzo gigante con esas familias para acompañarlas, sostenerlas. Es monstruoso lo que uno tiene que pasar. Después pasan años, como en el caso nuestro, donde los testigos ya no se acuerdan de nada. Y uno diría que no tiene ningún sentido, pero poder sentarlo ahí al asesino y que no sepa qué va a pasar con su vida, es algo importante y hay que hacérselo sentir.

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La historia de amor de Emilia y Rubén arrancó hacia finales de los años 80. Ella tenía escasos 13. El, amigo de los hermanos de ella, apenas un año más. “Tuvimos nuestras idas y vueltas y para el 2013, cuando pasó lo de Paly, estábamos separados. No tolerábamos compartir el mismo espacio. Si uno iba a un cumpleaños familiar el otro no y así. En ese momento nos cambió totalmente la vida. Y teníamos que estar todo el día juntos. Cuando el tiempo pasó yo pensaba qué estupidez habernos perdido compartir tanto con nuestro hijo, por cosas que a lo mejor ni sentido tenían. Fue todo un aprendizaje de vida. Este domingo estaban en casa un montón de amigos, mis hermanos, mis hijos e hijas con sus novios, los nietos y mi hija me decía ahora tenemos que estar juntos siempre. Yo estoy orgullosa de mis hijos.

-¿Cómo fue tu infancia?

-Desde muy chica mis padres nos enseñaron a ser así. Yo tuve una niñez perfecta y hermosa. Fue lo mejor de mi vida. Teníamos necesidades, sí. Porque no éramos una familia de la burguesía. Cuando empezaban las clases mi mamá compraba una caja de lápices de 12 largos, tres lápices negros, cuatro gomas. Nos cosía ella misma la cartuchera y todos teníamos nuestras cosas. Amasábamos el pan con mi mamá, mi papá era un trabajador común siempre tratando de construir sueños. El era militante peronista así que nos criamos prácticamente en unidades básicas. Por eso siempre me dicen que yo traía todo esto en la sangre.

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Su primera vez en una audiencia judicial fue en uno de los casos más emblemáticos de violencia estatal: el de Luciano Arruga, aquel pibe desaparecido en 2009 por la policía bonaerense. Ese juicio al policía Diego Torales por las torturas al adolescente de Lomas del Mirador en el año anterior a su desaparición. Emilia cuenta que “me marcó muchísimo la frialdad y la crueldad de los jueces, principalmente de la jueza que estaba sentada ahí y también de los abogados, cuando le preguntaron a Mónica ´si usted escuchó que lo estaban torturando a su hijo como dice a fojas no sé cuanto por qué se fue de la comisaría y lo dejó´. Y Mónica lo miró y le dijo ´porque yo me quería llevar a mi hijo de ese lugar. Y la única forma era irme a buscar su partida de nacimiento´. Y fue terrible. No tenían piedad. Eran crueles. Y eso me marcó muchísimo.

-En esas situaciones queda muy en claro cómo el Poder Judicial puede ser una estructura fría, perversa frente a los comunes mortales…

-Unos seis días antes del juicio por Paly con mis compañeras fuimos a los tribunales a entregar una nota para pedir la transmisión en vivo. Y nos recibió uno de los jueces. Nos pareció rarísimo. Hablamos un rato con él y me descompuse. No sé exactamente lo que sentí. Se me puso todo blanco, creo que me atravesaba un sentimiento de ira interior. Me atendió un médico del tribunal y me revisó. Me dijo que tuve un soponcio que yo ni sabía lo que era. Y después, lo que sentí es que ese juez nos recibió como burlándose. Son duros esos momentos, como lo fue entrar a declarar a la audiencia y verlo a Tolaba y ver a su abogado que me miraba de arriba abajo y sentí que se me taparon automáticamente los oídos y se me puso todo blanco. Dije que se fuera ese hijo de puta que mató a mi hijo y Rosario y el Negro (Soares) me hicieron sentar al lado.

-¿Cómo estás hoy, cuando ya pasaron varios días desde la absolución? ¿Cómo sigue todo para vos?

-Con respecto a la lucha, mi vida sigue igual. En lo legal vamos a seguir apelando en todas las instancias. Durante todo ese tiempo, él no va a saber si lo van a condenar o no. Pero además, seguiremos con el escrache. Que evidentemente le pesa. Porque cuando él declaró, lo primero que dijo fue que no era ningún asesino y que habían salido a difamarlo por la televisión. Entonces la verdad les duele. Pero además, seguiré como siempre. Acompañando a otros familiares. Para que cada uno haga su proceso, que es único, y que no sea tan doloroso como el de otros o el mío. Que sepan cómo manejarse para que no se pierdan pruebas, para poder llegar a la etapa de juicio de la mejor manera posible. Que estemos más preparados para luchar contra el sistema.

-Hoy representás una guía para muchas madres y familiares. ¿Quiénes fueron esas madres en las que querías espejarte?

-Cuando yo empecé a militar, fue con familiares de la Correpi. La primera mamá que conocí se llama Julia Torres, la madre de Christopher Torres. El asesinato de su hijo fue hace 14 años. La sentencia quedó firme hace dos años y medio y desde entonces el policía está prófugo. Que es lo que ocurre cuando se los condena y la sentencia no queda firme en el momento. Cuando queda firme, ya no están. Se fugaron. Con Julia aprendí mucho. Como yo fui siempre de meterme en todos lados y me dediqué a ir a cuanta actividad se hiciera, empecé a contactarme con familiares de otras zonas y después tuve la suerte de conocer gente que me fue marcando el camino, que me fue acompañando. Conocí a Norita, Mirta, Elia (todas Madres de Plaza de Mayo), a todas las chicas que las acompañan, a ex detenidos desaparecidos. Y nosotros sostenemos que el gatillo fácil, las muertes en contexto de encierro y las desapariciones tienen los mismos métodos que se usaron en la última dictadura y antes también. Es una política de Estado y no basta con llevarlos a juicio solamente.

Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar