Entre trabajo sexual y abolicionismo hay algo más que una grieta

Más allá de la estridencia de las redes sociales y la condena rápida y violenta sobre Jimena Barón, por ejemplo, por la sexualización de su imagen y de sus canciones hay diálogos que quedan obturados y simplifican las posturas en torno a la prostitución y el trabajo sexual y dejan afuera del debate cuánto pesa la clandestinidad y el estigma, cuál es la agenda de derechos que reclaman quienes se reconocen trabajadoras. En este texto, unas cuantas preguntas para reflexionar sin poner por delante la indignación.

Por Noe Gall y Constanza san Pedro*

Hoy la discusión de un tema en la arena pública sucede por las redes sociales, y siempre resulta movilizadora. El ejercicio de escribir, ya sea posteos o en foros debates nos invita a pensar, a dialogar con otrxs, y con las ideas propias, a tomar ciertas definiciones sobre nuestras posiciones. Esto puede suceder de manera crítica, reflexiva, atenta, y otras veces las lógicas de la inmediatez llevan a que nuestros discursos deban ser ataques antes que diálogo, bardeo antes que preguntas, para conseguir más visibilidad, más “me gusta”, más “seguidores”. Pero, sin embargo, si bien esta es una práctica actual, hay algunos debates que la tensan hacia extremos que hacen imposible la construcción de un diálogo respetuoso, el primer paso es el reconocimiento del otrx, y de su capacidad de agenciamiento. Las redes sociales no deberían hacer perder las dinámicas de escucha que supimos construir en los espacios de intercambio feministas.

Nos preguntamos por qué la visibilización de -ciertos- cuerpos de mujeres en el espacio público, que de alguna forma ponen en tensión el lugar de pasividad asignado a las mujeres, donde se muestran como cuerpos sexuados, irreverentes, genera tanto revuelo. No es la primera vez que alguna aparición de Jimena Barón escandaliza a más de una feminista. Se la ha juzgado por decidir tener un cuerpo fitness, por bailar en tanga al lado de su hijo, por promover la putez, se la ha juzgado de alguna manera por hacer pública su vida sexual, y por hacer una carrera artística con ello. Entendemos que esta forma de la misoginia trasciende a Jimena, que no es personal para con ella, sino que es una de las expresiones de un tipo de feminismo muy arraigado en nuestra cultura, que siguen responsabilizando ciertos comportamientos de algunas mujeres como sostenes del sistema patriarcal. La sexualidad, sus prácticas, sus representaciones, su relación con el mercado y con el deseo, es uno de los últimos paradigmas a deconstruir.

¿Qué se mueve del orden sexual, qué se pone en tensión, qué se pone en riesgo para que emerjan las más disímiles reacciones, en su mayoría desde un enojo visceral con quien no acuerde con mi postura? ¿Cómo se ha tejido ese entramado entre representación y violencia? ¿Por qué algunas formas de expresiones artísticas son ofensivas para ciertos feminismos cuando las realiza una mujer? ¿Qué formas del arte son permitidas para hablar de sexo? ¿Por qué cuando un varón utiliza alguna expresión que puede ser leída como misógina no genera el rechazo que genera cuando lo hace una mujer?

Nos preocupa que frente a la aparición de estos cuerpos, la respuesta de la sociedad en general y de las feministas en particular, reproduzca lógicas machistas y patriarcales, de negación, invisibilización y deslegitimación de lxs otrxs, lo que resulta en una misoginia nefasta. O en la clausura del debate a través de polaridades, que obligan a ubicarse de un lado o del otro de la discusión, graficado en la metáfora que se viene utilizando en nuestro país para referirse a este tema, “la grieta” del feminismo.

Los feminismos hemos demostrado de manera sobrada que hemos podido construir otras formas de la política, en las calles, masivamente, entre todxs, unidas para un mismo fin, erradicar la violencia y conquistar derechos. ¿Qué hace que no se pueda construir política feminista con las trabajadoras sexuales?

Es necesario elaborar lecturas que puedan dar cuenta de la complejidad de la realidad de las trabajadoras sexuales de todo el país, con sus diversas experiencias y expresiones. Sin caer en simplificaciones o liviandades, ni en una concepción feminista liberal, somos críticas de la premisa “mi cuerpo mi decisión” que brega por un uso individual y liberal del cuerpo, vivimos en sociedad y urge detenernos a pensar las maneras en las que construimos comunidad aun cuando no haya consensos con algunos temas. Nos interesa más bien pensar desde una perspectiva ética, porqué los términos de un debate que históricamente parte aguas en el movimiento feminista, no puede hoy saldarse más allá de la chicana, el desprecio y el odio.

Los feminismos como movimientos políticos emancipadores tienen que poder generar herramientas para construir pensamientos no binarios, no dicotómicos, y sobre todo pensamientos situados. Esa es la mayor fuerza del feminismo, pensar con quiénes están con los pies en estas tierras, no por ellas, ni contra ellas, pensar con ellas, y ello no significa estar de acuerdo en todo, se puede discutir sin negar voces, como discutimos con muchas formas del feminismo abolicionista que sostienen compañeras que salieron de la prostitución o que la vivieron como una forma de violencia. Los feminismos no pueden negar las voces de estas compañeras como tampoco de las que hoy ejercen el trabajo sexual. Pensar juntas las herramientas para luchar por los derechos de todas, esa es la tarea. Sin pretender homogeneizar, ni suponer que la política, el estar y construir con otrxs, no es conflicto. El ejercicio feminista es tramitar el conflicto de manera tal que no sea a través de la negación del otrx, de la burla, la ridiculización, del odio. Porque el odio, y la misoginia como una de sus expresiones inhabilita la palabra del otrx.

¿Hay palabras más “acreditadas” que otras en este debate? Sin dudas. Quienes hoy ejercen el trabajo sexual, quienes deciden no hacerlo, quienes construyen organización, quienes luchan contra las redes de trata tienen una voz de suma importancia

Y tiene que ser ponderada, porque muchos feminismos han desacreditado esas voces históricamente. Quienes hablan “por” las trabajadoras sexuales, quienes no les dan voz (ni espacios en los medios de comunicación), quienes creen que no son voces autorizadas porque son “víctimas del patriarcado que no se dan cuenta que están siendo oprimidas”, es no reconocer su capacidad de agencia, de autonomía, de ser sujeto político, de ser feminista. ¿Este es el feminismo que construimos? ¿Uno que determina qué acciones sí puede hacer una mujer y qué acciones hay que condenar públicamente de toda manera posible?

Tenemos experiencias que nos permiten trascender el debate abolicionismo vs reglamentarismo como construcciones fijas, estáticas y empaquetadas. La perspectiva de AMMAR Córdoba discute con el abolicionismo por, entre otras cosas, negar la voz y capacidad de agencia de las compañeras que se reconocen como trabajadoras sexuales y luchan por una mejora en sus condiciones de trabajo y por no ofrecer salidas concretas a las mujeres que dicen defender. Al mismo tiempo cuestionan el reglamentarismo, por desconocer las múltiples formas en las que hoy se ejerce el trabajo sexual y pretender homogeneizarlo; a su vez, en países donde se ha reglamentado, los efectos son la estigmatización de las trabajadoras a raíz de un control disciplinatorio del Estado, encubierto en la promoción de la higiene. Como salida a esta dicotomía han centrado su agenda de trabajo en buscar formas concretas de derecho laborales como la jubilación y la obra social.

El movimiento de trabajadorxs sexuales se ha centrado históricamente en hacer la distinción entre trata de personas y trabajo sexual, ya que la confusión entre trata y trabajo sexual, es la principal herramienta que ha utilizado el Estado para perseguirlas. Es importante detenernos y evitar caer en simplificaciones y discursos mediáticos que buscan instalar que trabajo sexual es igual a la trata de personas. La trata de personas con fines de explotación sexual es un delito contra la libertad de las personas, que implica engaño, coacción, violencia, explotación y esclavitud. El trabajo sexual es una decisión autónoma y personal ejercida voluntariamente por personas mayores de edad que deciden brindar servicios sexuales a cambio de una remuneración.

¿Podemos hablar de nuestros cuerpos, de nuestros deseos, de nuestras prácticas sexuales sin poner en el medio a las trabajadoras sexuales?

Por último, nos preguntamos cuál es el lugar que le damos como sociedad al sexo. ¿En qué espacios hablamos de sexo? ¿Con quiénes? ¿Podemos hablar de sexo? ¿Cuándo debatimos sobre trabajo sexual, pensamos en nuestra propia sexualidad? ¿Por qué siempre está en boca de todo el mundo la vida sexual de una trabajadora sexual y no la propia sexualidad? ¿Será que es más fácil suponer la sexualidad de una otra que acercarnos a conocernos a nosotras mismas? ¿Nos hemos preguntado qué sexualidades queremos, deseamos? Resulta que es tan difícil como urgente que hablemos sexo, porque cuando se desata un escándalo sexual se tiende a utilizar a lxs trabajadorxs sexuales para decir sobre el sexo todo aquello que no nos animamos a decir sobre nuestra propia sexualidad.

Cuando aparece la sexualidad en la escena pública siempre viene de la mano del escándalo, la prohibición, la moral conservadora o la censura. Si se va arrastrar a la arena pública a las trabajadoras del sexo cada vez que la sociedad necesite hablar del sexo, al menos escuchemos lo que tienen para decir, porque traerlas a un debate, hablar en su nombre, juzgarlas y estigmatizarlas, criminaliza más aún sus vidas.

Debemos dejar de suponer que la sexualidad es algo que nacemos sabiendo o que se aprende de repente. Todxs tuvimos una educación sexual y las trabajadoras sexuales fueron parte de la educación de muchas personas, son unas de las grandes promotoras de salud inculcando el uso de protección sexual. No son reconocidas en este rol de educadoras y es necesario que empecemos a hacerlo, durante mucho tiempo funcionaron como las únicas formadoras en sexualidades, las únicas que se animaban a hablar de sexo, a ponerlo en escena, a hacerlo público. Y hoy el costo que tienen que pagar es el estigma y la criminalización. No hablar de esto es seguir sosteniendo el sistema de hipocresía y doble moral que se entreteje en nuestra sociedad con la sexualidad.

¿Entonces? ¿Qué es lo que tanto molesta del sexo? ¿Que se vuelva público? ¿Que una madre artista quiera reivindicar la putez como un ejercicio de libertad sexual? o ¿Que haya personas que quieren seguir explorando sus parámetros sexuales con otras personas que son en definitiva, unas profesionales del sexo?

Más allá de los debates y las campañas publicitarias, que un tema esté en agenda tiene que tener además de un impacto en las construcciones discursivas, una modificación en la materialidad de los cuerpos. Este debate no va a tener sentido si no genera modificaciones concretas en las vidas de quienes deciden ejercer el trabajo sexual, y que mientras todo esto ocurre virtualmente, siguen intentando resolver, organizadas, las condiciones en las que efectivamente trabajan, frente a un Estado que las abandona.

Llamamos a las compañeras feministas a debatir con respeto, a escuchar abiertamente todas las voces, a buscar salidas conciliadoras que reconozcan los derechos de todas, y a trabajar colectivamente como lo venimos haciendo, por un mundo más justo y libre de violencias.

*Constanza san Pedro y Noe Gall. Integrantes de la Red por el Reconocimiento del Trabajo Sexual. Nota escrita en diálogo con AMMAR-CTA Córdoba. 

Fuente: www.pagina12.com.ar