Es la plata, que no alcanza

Por Pablo Callejón*

El mercado mide los éxitos en términos de rentabilidad. Si este fuera el único factor de análisis, rápidamente podría advertirse el fracaso en las políticas que hunden, sistemáticamente, al poder adquisitivo de los salarios. Desde hace seis años, los trabajadores han sido la variable de ajuste que les hizo perder calidad de vida. Han sido años de exclusión y empobrecimiento, que les hicieron pagar el costo de una crisis que puede mostrar crecimiento del PBI, subas en las exportaciones, precios récords de carnes o cereales, explotación inédita de recursos naturales y hasta una mejora en los índices de empleo, pero resultar insuficiente. La persistente y planificada devaluación de los ingresos revela la derrota social de modelos económicos que castigan los bolsillos de una mayoría.

En promedio, en abril los salarios subieron un 5 por ciento con una inflación superior al 6 por ciento, según datos del INDEC. La paradoja se reveló en la situación de los trabajadores informales. Por el bono otorgado por el gobierno nacional tuvieron una mejora del 7 por ciento. Sin embargo, acumulan un 49,5 por ciento anual, es decir, unos 12 puntos por debajo de los índices inflacionarios. La situación es aún más grave cuando se evalúa la canasta básica alimentaria.

Los sectores más vulnerables destinan una mayor parte de sus ingresos a comprar la comida. Los aumentos de precios de los alimentos, que implican una extraordinaria transferencia de recursos a poderes concentrados, no impactan de igual modo en ricos y pobres. Mientras la maquinita despierta las carcajadas de un millonario supermercadista, al mismo tiempo, se derrumba la capacidad de una familia para acceder a productos básicos. Solo hay que observar durante algunos minutos la fila en la caja de un supermercado para entender el ánimo que provocan las tickets de compra.

Un informe del Centro de Almaceneros y Autoservicios de Córdoba sobre la evolución de salarios y precios de la canasta básica reveló que los alimentos aumentaron el doble que los ingresos en la Argentina. Las cifras representan un impacto brutal sobre la calidad de vida en un aspecto muy sensible, la mesa de todos los días. Según datos del Ministerio de Trabajo, desde el 2012 los haberes subieron 2 mil por ciento, mientras que la Canasta Básica Total tuvo incrementos por encima del 4 mil por ciento. Al indagar sobre los productos con mayor alza aparecen la carne vacuna, la yerba, el pan, la harina, el aceite de girasol y el gas envasado, elementos imprescindibles en familias vulnerables o de clase media.

La entidad precisó que en 2012 se podían adquirir 118 garrafas de 10 kilos con un salario mínimo vital y móvil, mientras que 10 años después, el ingreso solo permitiría comprar 45 unidades. Si la comparación se realiza con la carne vacuna, hace una década el haber mínimo alcanzaba para adquirir 60 kilos y actualmente equivale a 24 kilos.

La caída del salario se profundizó desde el 2016. Los trabajadores perdieron un 22 por ciento de sus ingresos en apenas 6 años. En el caso de quienes trabajan en la informalidad, la caída fue del 33,7 por ciento. Más allá de los condicionantes de la pandemia y la guerra en Ucrania, el desplome está ligado a decisiones políticas. ¿Todos perdieron por el impacto del Covid o los coletazos del conflicto bélico? ¿O solo perdieron algunos? Sobrevivir a la enfermedad no nos hizo mejores. Se amplió la brecha entre ricos y pobres, sin dejar estelas de solidaridad.

La aceleración inflacionaria se reveló en cinco meses consecutivos de pérdida del salario real durante el 2022. Nadie parece celebrar una merma en la desocupación constante y una mejora del PBI, mientras los haberes no alcanzan para pagar el ticket del súper, el alquiler, las facturas del gas y la luz o la cuota del colegio.

La compra de alimentos en cuotas, la búsqueda de segundas y terceras marcas, la espera por una oferta y la resignación al chanquito semi vacío forman parte de la estrategia de supervivencia de las clases medias y bajas. El consumo ya no es el factor que impulsa la economía. El Producto Bruto crece aunque una mayoría no logre llegar a fin de mes. En el 2001, el consumo privado significaba dos tercios del PBI. Con matices mantuvo su incidencia hasta 2018, cuando empezó a caer. El año pasado representó solo 61,8%, el menor impacto en décadas.

La plata que pierden los trabajadores significó una transferencia directa a sectores empresarios. En 2017, los salarios tenían una participación del 51,8 por ciento en los ingresos. Cinco años después, solo representan el 43,1 por ciento.

El crecimiento con desigualdad y la riqueza concentrada en pocas manos, tienen definido claramente a sus vencedores y sus vencidos. Las rutas se pueden llenar con 4 millones de turistas un finde largo, a pesar de que un 40 por ciento de la población subsiste en la pobreza. Las postales de una economía donde la panorámica sigue sin incluir a todos y todas en la misma foto.

*Periodista