Jirones de Belgrano

Por Carlos del Frade

El 27 de febrero de 1812, una de las cabezas más lúcidas de habla hispana, segundo promedio en la historia de la Universidad de Valladolid, cabalga al frente de mil quinientos muchachos que no saben leer y escribir.

Manuel José Joaquín del Corazón Belgrano sabe que tiene que contagiar algo parecido a lo que entiende como significado de la palabra esperanza.

Esos pibes no saben nada de revolución, independencia ni tampoco perciben la idea de un futuro mejor.

Él, sin embargo, está enamorado de tres palabras que le van a consumir la existencia en poco tiempo: revolución, independencia e igualdad.

Pero ellos, esos chicos que jugarán y perderán la vida por esas palabras que no saben qué quieren decir, necesitan algo que los motive.

Belgrano ilustrado por el genial Pablo Bernansconi

Y una vez más, como ya lo había hecho en Curuzú Cuatiá, enarbola otra bandera.

A la vera del Paraná, desafía el universo, el poder de la soberbia Buenos Aires y en la batería de nombre prohibido, “Independencia”, iza el pabellón.

Doscientos doce años han pasado de aquel hecho. ¿Qué queda de aquella guerra por la independencia y la felicidad? ¿Qué queda de Belgrano en la vida cotidiana del pueblo argentino?.

Jirones…

Jirones…

A consecuencia de la proclama que expedí para hacer saber a los naturales de los pueblos de Misiones, que venía a restituirlos a sus derechos de libertad, propiedad y seguridad de que por tantas generaciones han estado privados, sirviendo únicamente para las rapiñas de los que han gobernado, como está de manifiesto hasta la evidencia, no hallándose una sola familia que pueda decir: ‘estos son los bienes que he heredado de mis mayores’, y cumpliendo con las intenciones de la Excelentísima Junta de las Provincias Unidas del Río de la Plata y a virtud de las altas facultades que como a su vocal representante me ha conferido, he venido a determinar los siguientes artículos con que acredito que mis palabras, que no son otras que la de su Excelencia, no son las del engaño, ni alucinamiento, con que hasta ahora se ha tenido a los desgraciados naturales bajo el yugo del fierro, tratándolos peor que a las bestias de carga, hasta llevarlos al sepulcro palpando con ver su desnudez, sus lívidos aspectos y los ningunos recursos que les han dejado para subsistir.

Primero: Todos los naturales de Misiones son libres, gozarán de sus propiedades y podrán disponer de ellas como mejor les acomode, como no sea atentando contra sus semejantes.

SegundoDesde hoy los liberto del tributo, y a todos los treinta pueblos, y sus respectivas jurisdicciones los exceptúo de todo impuesto por el espacio de diez años.

Tercero: Concedo un comercio franco y libre de todas sus producciones, incluso la del tabaco con el resto de las Provincias del Río de la Plata.

Cuarto: Respecto de haberse declarado en todo iguales a los españoles que hemos tenido la gloria de nacer en el suelo de América, les habilito para todos los empleos civiles, militares, y eclesiásticos, debiendo recaer en ellos, como en nosotros los empleados del gobierno, milicia y administración de sus pueblos.

(…) Séptimo: A los naturales se les darán gratuitamente las propiedades de las suertes de tierra, que se les señalen que en el pueblo será de un tercio de cuadra, y en la campaña según las leguas y calidad de tierra que tuviere cada pueblo su suerte, que no haya de pasar de legua y media de frente y dos de fondo.

(…) Décimo séptimo: Respecto a que las tierras de los pueblos están intercaladas, se hará una masa común de ellas, y se repartirán a prorrata entre todos los pueblos, para que unos a los otros puedan darse la mano y formar una provincia respetable de las del Río de la Plata.

Décimo octavo: En atención a que nada se haría con repartir tierra a los naturales, si no se les hacían anticipaciones así de instrumentos para la agricultura como de ganados para el fomento de las crías ocurriré a la excelentísima junta, para que se abra una suscripción para el primer objeto, y conceda los diezmos de la quatropea de los partidos de Entre Ríos para el segundo; quedando en aplicar algunos fondos de los insurgentes, que permanecieron renitentes en contra de la causa de la Patria a objetos de tanta importancia, y que tal vez son habidos del sudor y sangre de los mismos naturales..

(…) Vigésimo Séptimo: Hallándome cerciorado de los excesos horrorosos que se cometen por los beneficiarios de la hierba no solo talando los árboles que la traen sino también con los naturales de cuyo trabajo se aprovechan sin pagárselos y además hacen padecer con castigos escandalosos, constituyéndose jueces en causa propia, prohíbo que se pueda cortar árbol alguno de la hierba so la pena de diez pesos por cada uno que se cortare, a beneficio la mitad del denunciante y para el fondo de la escuela la otra…”, hecho en el campamento de Tacuarí, el 30 de diciembre de 1811.

Uno de los textos más hermosos, profundos y actuales de la historia argentina. Una especie de mapa que debe contrastarse con la realidad social y política de cada provincia del país. Uno de los documentos menos difundidos de Belgrano.

No es por casualidad. Todo lo contrario.

Dos clases

“Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les sobra. El imperio de la propiedad es el que reduce a la mayor parte de los hombres a lo más estrechamente necesario“, escribió Manuel Belgrano, en “La Gaceta”, del primero de setiembre de 1813.

“…el vestido de los héroes de la Patria, siempre tirados y siempre en trabajos  y poco menos que desnudos”, escribió Don Manuel en una de sus 370 cartas reunidas en el llamado “Epistolario Belgraniano”, recientemente editado.

El párrafo hace mención a sus compañeros de armas. Los describe como héroes de la Patria. Son anónimos. Pero ellos son los héroes. Los protagonistas de la historia.

Para Belgrano, entonces, el sujeto social son las masas anónimas, las que combaten en el interior en pos de una nación americana.

Llora la guerra civil y destruidora en que infelizmente está envuelta la América”, se lamentaba el dirigente que había sido educado en España en medio de las privaciones económicas propias y las de toda su familia. Se recibió de abogado, volvió y a los 24 años ya era secretario del consulado en Buenos Aires.

Ya estaba “hecho”, según el malversado sentido común de estos tiempos.

Sin embargo repetirá una y otra vez un concepto político existencial desmesurado. Una infranqueable intransigencia contra toda forma de corrupción.

Ofrezco a VE la mitad del sueldo que me corresponde, siéndome sensible no poder hacer demostración mayor, pues mis facultades son ningunas y mi subsistencia pende de aquel, pero en todo evento sabré también reducirme a la ración del soldado, si es necesario, para salvar la justa causa que con tanto honor sostiene VE”, dijo e hizo el abogado economista  transformado en militar.

“No quiero pícaros a mi lado…Lo mismo es morir a los cuarenta que a los sesenta, no me importa y voy adelante, quiero volar, pero mis alas son chicas para tanto peso”.

¿Cuál era el vuelo que quería remontar Belgrano?.

¿Qué cielo imaginaba para esas masas miserables que lo seguían?.

¿Por qué le achicaron las alas al general?.

Dice y repite que en las revoluciones “los que las intentan y ejecutan, trabajan las más de las veces para que se aprovechen los intrigantes… es la época de aprovecharse”. Pero él no se aprovechó. Estuvo siempre a la orden de los distintos gobiernos que se hicieron cargo de un país todavía enemigo de sí mismo. De una colonia que quería cambiar de dueño y formar parte, relaciones carnales mediante, con la potencia hegemónica de entonces, Gran Bretaña.

“Entré a esta empresa con los ojos cerrados y pereceré en ella antes que volver la espalda…”, confesó y fue fiel a esas palabras.

Palabras refrendadas con hechos. Palabras de un político refrendadas con hechos.

Un compromiso hasta la locura

Compromiso. Como así se le llamaba a la coherencia en los años setenta del siglo XX también en estas tierras de América latina.

Un compromiso que lo llevaba a la locura.

En Vilcapugio, Belgrano estaba “parado como un poste en la cima del morro, con la bandera en la mano, parecía una estatua”, narran los historiadores. Allí estaba, en medio del desbande, sosteniendo la bandera por la que había sido juzgado.

¿Por qué ese hombre que había logrado un difícil, pesado y fatigoso ascenso social se exponía a la muerte en un sucio campo de batalla?.

También sostienen los cronistas oficiales que Belgrano, en  la retirada de Vilcapugio, se ubicó en la retaguardia y cargó un fusil y cartuchera de un herido.

Estaba cargado de ideas y proyectos. Enamorado de un país inventado en las mesas de cafés clandestinos antes de que estallara el 25 de mayo.

Crea V que es una desgracia llegar a un país en clase de descubridor”, dijo en una clara demostración de inteligencia y modestia.

Allí se juega el destino de sus sueños. Las ideas de un grupo de una incipiente clase media que tomó el cielo por asalto y que no entendía que allá lejos, a través de ríos y pampas, allá en el interior, se pensaba y se creía en otras cosas. Será un choque para Belgrano, Castelli y los otros revolucionarios. Eso es lo que connota esta primera impresión de Don Manuel cuando se entrevista con la gente de carne y hueso del país que tendrá que descubrir. “Esta gente son la misma apatía; estoy convencido de que han nacido para esclavos”, dijo.

Repitió en abril de 1818: “todo es país enemigo para nosotros, mientras no se logre infundir el espíritu de provincia, y sacar a los hombres del estado de ignorancia en que están, de las miras de los que se dicen sus libertadores, y de los que los mueven para satisfacer sus pasiones”.

Fuente: “Los caminos de Belgrano”, del autor de esta nota

Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar