La ruina policial

Por Pablo Callejón*
Unas horas antes de recibir la nota extorsiva, Rosa había logrado formalizar la denuncia por la desaparición. Desde hacía una semana no sabía nada de Nicolás. La última comunicación había sido el 14 de septiembre. Alguien le comentó que el joven había estado en la quinta del “Yaca” Vargas, “un tipo que andaba en la fulera”. ¿Quién carajo eran los Vargas? ¿Qué habían hecho con su hijo? Nico tenía 21 años y un leve retraso madurativo. No quería trabajar en el taller de su papá y llegaba tarde a casa. Rosa le pidió que cumpla con las normas de la familia, porque “costaba levantarlo a la mañana”. Un llamado de atención típico de cualquier hogar con hijos adolescentes. El paso del tiempo la había desesperado. En la Policía le pidieron esperar a realizar la denuncia, porque “quizás se había ido por su propia voluntad”.
El 19 de septiembre realizó una exposición y dos días después, pudo lograr que la escucharan. En la División Investigaciones de la Policía de Río Cuarto ya sabían que había un “chico desaparecido” cuando Rosa recibió un papel escrito a mano: “Si querés saber donde está tu hijo dejá 3 mil pesos en una bolsa negra, debajo de un árbol en la Placita Mójica”. Con las manos temblorosas intentó comunicarse con su esposo y no pudo. Decidió llamar entonces a la Policía. A los pocos minutos arribaron a su casa el entonces jefe de Investigaciones, el comisario Fernando Pereyra y dos oficiales de apellidos Salinas y De Yuani. El extorsionador prometió llamarla después de las 10 de la noche, cuando “dejara el dinero”.
Salinas se llevó la nota y Pereyra coordinó el operativo. El delincuente que aseguró haber impulsado el rapto le demandó que se trasladara en la Kangoo de la familia. Los padres de Nico no podían reunir la plata que le pedían. ¿A quién le iban a solicitar tanto dinero en tan poco tiempo? Envolvieron un billete con una nota que exigía una prueba de vida y partieron en dirección a calle Buenos Aires. Cuando llegaron a la ex estación de servicio Puma, sonó el teléfono. Rosa anotó el número del celular y atendió con una angustia que le asfixiaba el alma y le entumecía el cuerpo. Le pidieron que dejara el dinero en Buenos Aires al 1200. ¿Por qué ese cambio de planes? La mujer afirmó que la orden era de Pereyra. Ella le recordó que la nota hablaba de la Plaza Mójica, pero la voz de mando de milico resultó determinante: “acá se hace lo que yo digo”. El vehículo en el que viajaban los Sabena paró finalmente dos cuadras antes.
La carta extorsiva había sido escrita por Martín Soria, un remisero que había compartido celda con el “Yaca” Vargas. La pericia caligráfica fue reveladora y el sospechoso fue condenado a 3 años y medio de prisión. La pena se sumó a una sentencia anterior y alcanzó los 4 años y 6 meses de cárcel. La defensa había solicitado su absolución al considerar que nunca logró acceder al dinero, por lo que el delito “no se había consumado”. ¿Por qué no consiguió obtener el botín? ¿Quién le había pasado el dato sobre la desaparición de Nicolás? Rosa comprendió tiempo después que los Vargas le habrían exigido esa maniobra extorsiva para saldar “viejas deudas carcelarias”.
Un interrogante aún no tenía respuestas. ¿Por qué debieron cambiar de planes en medio del operativo? Cuando la mamá de Nicolás volvió a leer la nota extorsiva observó que “alguien la había manipulado”. Habían pasado muchos años pero todo parecía ratificar sus sospechas. Salinas se había llevado el escrito y Pereyra le pidió parar dos cuadras antes. Nadie parecía inocente en aquella historia.
El Fiscal Pablo Jávega decidió imputar al Comisario retirado Fernando Pereyra de” encubrimiento por favorecimiento” hacia los Vargas Parra. Pasaron más de 12 años de la primera denuncia de Rosa y un intento de la fiscalía de Tercera Nominación por archivar definitivamente la causa. Largas y tediosas instancias de apelación dieron un vuelco sustancial en la investigación. Dos antecedentes fueron claves. El ex jefe de Investigaciones Gustavo Oyarzábal admitió haber colaborado con el clan familiar que secuestró al joven y fue condenado a 3 años y 8 meses de prisión. El segundo hecho fue la sentencia a Nancy Salinas por connivencia con los Vargas. Quienes habían encabezado la tarea de búsqueda del joven y debían hallar a los responsables de su desaparición, formaban parte de una oscura trama de complicidades que ahora apunta sus pruebas contra el máximo responsable del área en aquel entonces en la ciudad de Río Cuarto.
Rosa recordó en su denuncia lo ocurrido la noche del 15 de septiembre de 2008, en la que José Vargas Miserendino se defecó en la celda de la comisaría de Banda Norte donde había sido alojado tras huir de un control policial. Pereyra y Salinas llegaron hasta la dependencia policial para “notificarse sobre lo sucedido”, debido a los antecedentes que hacían conocido al “Pepe” en la jerga policial. El dato debía tomar una relevancia sustancial: Vargas había sido detenido cuatro horas después de la desaparición de Nicolás y no pudo contener los esfínteres por los nervios tras escapar de lo que debía ser una verificación de rutina. Durante un largo tiempo, los efectivos “ocultaron el dato” a pesar de la denuncia formal de búsqueda y la sospecha que tomaba cada vez más fuerza sobre la responsabilidad de los Vargas.
Rosa relató en la Justicia que el 5 de agosto del 2010, cuando fueron detenidos los integrantes de la familia Vargas, “Pereyra, con personal a su cargo, realizó un allanamiento en la vivienda de la quinta, revisando todos los muebles, sillones y habitaciones, sin encontrar nada sospechoso”. Sin embargo, un día después, el Fiscal Jorge Medina ordenó un nuevo operativo y funcionarios de Tribunales inspeccionaron los mismos sillones, donde encontraron “varias armas de fuego”. En otra parte de la casa también hallaron un almanaque “donde estaban precisadas las guardias policiales, un anotador donde quedaban registrados todos los procedimientos judiciales realizados en el caso y la factura que un taller de celulares le había entregado a Nicolás por el arreglo de su teléfono”.
Fernando Pereyra ya no forma parte de la estructura activa de la fuerza policial y podría enfrentar el juicio oral en su condición de Comisario retirado. Rosa está convencida de su connivencia con los Vargas. Es el tercer eslabón de una cadena de complicidades que ya tiene tras las rejas a Oyarzábal y Salinas. “Me decían loca y siempre dije la verdad”, afirmó la mujer que debió aprender de leyes y hasta recibirse de abogada para evitar que las causas se diluyan en los húmedos sótanos de la burocracia judicial. La batalla inagotable para desnudar la trama de complicidades que subsisten 15 años después de la desaparición de Nicolás.
Un nuevo capítulo de la ruina policial.
*Periodista