Por Juan Carlos Giuliani*
“Es la triste ceniza del recuerdo/nada más que ceniza, nada más”.
Ninguna, Homero Manzi
Las elecciones del 25 de junio para elegir el nuevo Gobernador de Córdoba no tienen reservada ninguna sorpresa. El espejo refleja las imágenes de dos coaliciones principales de signo conservador que han convertido el tema de la inseguridad en el leitmotiv de campaña, victimizando a la Policía del “gatillo fácil” y prometiendo mano dura a granel. Un electorado apático asiste a las estrategias marketineras de uno y otro candidato: Martín Llaryora que -mediante una impresionante campaña publicitaria- se postula como el cambio en la continuidad del “Cordobesismo” que gobierna la provincia hace 24 años y el verborrágico Luis Juez, que hace malabares para contener y darle sentido a una alianza donde prima la “Borocotización” de los tránsfugas de todo pelo y señal. Córdoba no queda en Australia, pero en la fauna política autóctona los canguros son clara mayoría.
Uno y otro frente político pujan por endulzar los oídos de un electorado que, aseguran, se ha “corrido a la derecha” y amenaza con demostrar, después de 40 años de vigencia fallida, su disconformidad con el sistema de democracia representativa -donde los representados no creen en sus representantes- a través del ausentismo, el “voto en blanco” o el “voto bronca”.
Córdoba es el reflejo de una Argentina en disputa donde las regresivas y brutales transformaciones puestas en marcha por la dictadura militar, profundizadas por el menemismo, continuadas por la gestión macrista y -de alguna manera y mal que le pese- refrendadas a través del acuerdo con el FMI por el actual Gobierno, confrontan con la historia, la cultura de resistencia y los restos de aquellas experiencias políticas y sociales que se construyeran al amparo de la vieja industrialización y con los destellos de las nuevas prácticas políticas que desde las organizaciones de trabajadores, el movimiento de mujeres, los movimientos ambientales y otros movimientos sociales, nacieron en las últimas tres décadas. La impresionante y contradictoria vitalidad social de la Argentina tiene en Córdoba una experiencia singular.
La Córdoba del ‘Cordobazo’ y el sindicalismo revolucionario, fue también el escenario del primer contragolpe monárquico contra la Revolución de Mayo hace 213 años. De la Reforma Universitaria –poco más de un siglo después– que se extendió como un reguero de pólvora por toda América; del triunfo electoral de Amadeo Sabattini en la década del fraude patriótico conservador; del inicio de la Revolución Libertadora que derrocó al peronismo en 1955; del Gobierno de Obregón Cano y Atilio López en 1973; del ‘Navarrazo’, grotesco golpe policial que terminó con ese mismo gobierno un año después; del terror y la muerte sembrados por los grupos paramilitares del ‘Comando Libertadores de América’; del silencio de los cementerios que impuso el genocida Luciano Benjamín Menéndez, del silencio cómplice de la cúpula eclesiástica; de las plazas repletas de pueblo para acelerar el retorno de la democracia y para defenderla frente a las asonadas de los carapintadas; de las movilizaciones populares contra el derrumbe del Estado Provincial con Angeloz y el feroz ajuste de Mestre; del conflicto contra las políticas neoliberales del Gobernador De la Sota y el rechazo al maquillaje impostado detrás de la obra pública de un Juan Schiaretti que, en nombre de su reconocido antikirchnerismo, no duda en alinearse con la derecha gorila y colonial.
La Córdoba que acompañó con sus votos al Macrismo en 2015 es la misma Córdoba que impidió con la organización de sus trabajadores la privatización del Banco de Córdoba y de su empresa de energía (EPEC) y ha sido capaz de llevar adelante conflictos socio ambientales importantísimos como el de Malvinas Argentinas impidiendo la instalación de la empresa Monsanto o las fuertes movilizaciones por la Ley de Bosques para frenar la deforestación masiva de la provincia.
Desde el retorno de la democracia Córdoba fue gobernada por dos partidos. La UCR y el PJ. Tres gobernaciones de Angeloz, una de Mestre, tres de De la Sota y dos de Schiaretti. Angeloz inició la idea fuerza de que “Córdoba es una Isla”, calificación que luego fuera perfeccionada por el “Cordobesismo” impulsado por De la Sota y Schiaretti. Córdoba es la segunda provincia del país y exhibe estándares de pobreza y desempleo por encima de la media nacional y un accionar desenfrenado de la “secta del gatillo alegre” que tiene a los pibes de las barriadas populares como su blanco favorito.
La contienda electoral de este 25 de junio ni siquiera ofrece la participación nítida de esos partidos. La identidad del justicialismo y, en mayor medida, del radicalismo, están licuadas en sendas coaliciones dominadas por el ideario de la derecha neoliberal, soporte del modelo extractivista regido por el agronegocio, ícono de una provincia -y un país- donde se ha reprimarizado la economía para cumplir con el sueño oligárquico de la nación pastoril luego del “industricidio” perpetrado durante décadas.
La Córdoba dispar y empobrecida, donde más allá de quienes administren la cosa pública, tiene como dueños reales a los Pagani, Urquía y Roggio, irá a las urnas este domingo en medio de una notable intensificación política, judicial y mediática de criminalización de la protesta social y sin demasiadas esperanzas que permitan avisorar, aunque más no sea, alguna mejora para superar las penurias que padece la mayoría de la población.
La historia se sigue haciendo presente -con viejas y nuevas modalidades- frente a los intentos de gobernar esta Córdoba paradojal, injusta y desigual, marcada por la triste ceniza del recuerdo de épocas mejores.
*Periodista. Congresal Nacional de la CTA Autónoma en representación de la provincia de Córdoba
Fuente: Otro Punto