Por Néstor Pérez*
En una afamada serie donde se retrata la cuestión narco, al momento de repasar los comicios presidenciales mexicanos en 1988, el observador se da con una escena inimaginada: Un solo operador, muy diestro en el manejo de servicios tecnológicos, empleado del sistema electoral, pero al servicio del candidato respaldado por el narcotraficante más poderoso de ese momento, Félix Gallardo, crea un registro paralelo para el monitoreo en tiempo real de la carga de datos. Carga datos falsos en el sistema. Así, al difundirse que el candidato sin apoyo narco va perdiendo, la población, ya muy desesperanzada con la democracia, se queda en la casa, no elige a nadie. Pero después va más lejos el ímpetu de los bandidos por hacerse de un Presidente que bloquee la política de extradición a los EEUU: A punta de pistola cambia los datos de las actas. Todo es un gran fraude.
Estados Unidos, año 2000, el candidato republicano George W. Bush y el demócrata Al Gore se ven envueltos en una disputada votación en Florida. La Corte Suprema pone fin a un recuento y Gore concede la derrota públicamente, reconociendo la legitimidad de la victoria de Bush diciendo, “Mientras estoy firmemente en desacuerdo con la decisión de la Corte, la acepto”. El desacuerdo del perdedor suspende en el aire la imputación de fraude. 537 votos lo separan para siempre de la Casa Blanca.
Córdoba, 2007, 18 horas más tarde de que se clausura el escrutinio, en medio de denuncias de fraude informático y físico en lugares remotos Juan Schiaretti se impone a Luis Juez por 17 mil votos. El escándalo escala tanto que un plantel de especialistas redacta un informe al que llamará “Así no va más”. La maquinaria política oficialista resulta muy mal herida. Así y todo lleva 25 años en el poder. Igual que la Revolución Bolivariana, hoy desacreditada y llena de moretones.
El fraude es una posibilidad enteramente cierta, aquí en nuestro suelo y allá, en cualquier lugar del mundo. Solo hace falta controlar el poder, con ello tener recursos y las palancas adecuadas. Se puede robar cualquier elección. Motivaciones nunca faltan.
Pero, ¿cuánto sabemos en realidad de estos engranajes? ¿Cómo hablar defendiendo o atacando, hoy al chavismo, sin una sola referencia cierta, a miles de kilómetros de distancia? ¿Con que certezas podemos ser tan enfáticos? Sí, resulta razonable exigirle al oficialismo que maneja el sistema electoral venezolano el rápido ventilar de las actas, como lo plantean tanto Lula como Kicillof. Mientras aturde el silencio de Cristina Fernández. Hablará el sábado, justamente en el cierre de un curso de política internacional, que ocupó también a Venezuela; pero parece muy tarde, cuando el abordaje se tiñe de parcialidad; cuando nadie parece querer encontrar la verdad sino Su Verdad.
Mientras tanto, los argentinos nos seguimos hundiendo en la miseria de un programa destinado a hambrear al pueblo. A retroceder cien años. A seguir manteniendo vivo el saqueo de los recursos naturales; el giro sin fin de la universal bicicleta de la deuda; y la mentira, el odio, la crueldad, la obstinada misión de someter al sometido.
Hay tristeza, la mirada se apaga, las fuerzas flaquean, Milei ataca sin piedad a su propio pueblo. Es un petizo de pelo enloquecido. No un morocho grandote de bigotes. ¿Lo vemos? Está ahí, y aprieta el acelerador para pasarnos por arriba.
*Periodista. Secretario de Finanzas del Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación de Córdoba (Cispren-CTAA)