Un avión secuestrado para aterrizar en Malvinas (parte II)

Con esta segunda entrega, se completa el artículo acerca del vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas que, el 28 de septiembre de 1966, se convirtió en el primer viaje comercial del mundo en ser secuestrado con armas y desviado de su destino original. ¿El plan? Aterrizar en las Islas Malvinas para plantar la bandera del país y declarar la soberanía de Argentina.

Por Esteban Viu para La tinta

Segunda parte

El Operativo Cóndor, por el que secuestraron un avión para aterrizarlo en las Islas Malvinas y declarar la soberanía argentina de las mismas, había tomado relevancia en el país. Un grupo de 18 argentinos aterrizando con 7 banderas celestes y blancas no podía pasar desapercibido. Los medios nacionales e internacionales se hicieron eco de la arriesgada apuesta, que tenía aceptación popular, a juzgar por las fotografías de gente marchando en las calles de grandes ciudades. El dictador Juan Carlos Onganía repudió el hecho, caracterizándolo como un “acto de piratería” y sosteniendo que los reclamos sobre esos territorios no podían ser “una excusa para facciosos”. El presidente de facto lo tomó como un desafío directo a su autoridad, por lo que presionó por un castigo severo para los integrantes del operativo.

Mientras, los periodistas María Cristina Verrier y Dardo Cabo, cerebros del montaje final, decidían visitar la residencia del gobernador en Malvinas, como estaba planificado desde un primer momento. Al arribar a la única casa grande de la isla, les notificaron que la máxima autoridad estaba de viaje. Los Cóndores se quedaban sin el rehén de valor que les permitiría negociar con Londres sus condiciones y el operativo entraba en fase de improvisación.

Hasta la residencia, los llevó el cura Rodolfo Roel, sacerdote holandés. Él consiguió que los pasajeros que no eran parte del plan, entre ellos, Héctor Ricardo García, fueran alojados en casas locales. La tripulación no aceptó la propuesta inicial de alojamiento por parte del gobierno y pidieron que el pueblo de Malvinas los aloje, si tenían la voluntad de hacerlo. Además, el párroco oficiaría de mediador entre el grupo de argentinos y las autoridades militares, al punto de salvarles la vida.

Frustrado el plan de secuestrar al gobernador, volvieron a la aeronave y pasaron la primera noche dentro. Afuera, rodeando la pista de carrera de caballos, se apostaban varios jeeps militares con reflectores muy potentes que apuntaban directamente a las ventanas del Douglas DC-4 para monitorear constantemente sus movimientos y también para no permitirles descansar. Además, con unos altavoces de gran tamaño, pusieron música a todo volumen. La “guerra” era más psicológica que armada.

En la madrugada del jueves 29, un emisario del gobierno inglés les llevó un mensaje: «Están cercados, si intentan salir del avión, los soldados y policías tienen orden de tirar. No respondemos por sus vidas. Es mejor que se rindan». En medio de esta situación, encontraron a Héctor Ricardo García, del diario Crónica, tomando fotos del pueblo y fue encerrado en un calabozo, además de maltratado. Le rompieron una cámara y el pómulo derecho. La situación comenzaba a tensarse cada vez más y la necesidad de encontrar una salida era urgente; el grupo de argentinos no era bien recibido y, a medida que pasaban las horas, las demostraciones eran más contundentes.

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Héctor Ricardo García y su titular en el diario Crónica. Imagen: Archivo.

El padre Rodolfo Roel intentaba bajarle la temperatura al ánimo de los ingleses y conseguir una salida pacífica para los argentinos. El holandés sentía un particular afecto por ese grupo de jóvenes que intentaban reclamar lo que a su patria pertenecía, lo mismo que le sucedió a su hermano menor, que murió defendiendo su tierra en la Segunda Guerra Mundial.

Las negociaciones se extendieron hasta el jueves al mediodía: el grupo encabezado por Cabo y Verrier depondría las armas y sería alojado en la iglesia local, considerada como territorio neutral, bajo responsabilidad del sacerdote. Antes de abandonar el avión y a pedido de Dardo Cabo, el padre dio una misa en la cabina de la aeronave. Bajaron, formaron una hilera frente a la bandera que habían izado en un improvisado mástil, cantaron el himno y entregaron sus armas al comandante del avión secuestrado y piloto de Aerolíneas Argentinas, Ernesto Fernández García. El gesto no pasaba desapercibido: el piloto secuestrado era, a la vez, la única autoridad que reconocían en las islas. En la iglesia, permanecieron 48 horas más, hostigados por las fuerzas locales para que entreguen las banderas, sin conseguirlo.

El 31 de septiembre, la totalidad de los pasajeros del avión fue deportada al continente en el buque argentino ARA Bahía Buen Suceso, que, años más tarde, sería alcanzado por un torpedo en la guerra de Malvinas, provocando su hundimiento. Durante el viaje, Cabo le entregó las siete banderas al gobernador de Tierra del Fuego, José María Guzmán, porque estaba enterado de que, ni bien pisara el continente, sería detenido junto a sus compañeros. “Señor gobernador de nuestras Islas Malvinas: le entrego como máxima autoridad estas siete banderas. Una de ellas flameó durante 36 horas en las Islas Malvinas y, bajo su amparo, se cantó por primera y única vez el Himno Nacional en esas tierras”, fueron las palabras de Dardo Cabo a Guzmán.

En cuanto llegaron al continente, los 18 fueron trasladados al penal de Tierra del Fuego, clausurado durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, en la gestión del director penitenciario, Roberto Pettinato, padre del conocido músico y conductor televisivo. Para esa oportunidad, reacondicionaron un sector para alojarlos. Los Cóndores fueron juzgados, la mayoría con penas leves de nueve meses. Dardo Cabo y Alejandro Giovenco tenían antecedentes penales por asuntos de militancia, y pasaron tres años en prisión. Cabo y Verrier se casaron en la cárcel.

En 1974, a Giovenco le explotó una granada en las manos y murió en la sede de la UOM. Cabo fue detenido en 1975, junto a Juan Carlos Dante Gullo y otros dirigentes montoneros. El 1 de enero de 1977, cumplió 37 años en la Unidad 9 de La Plata. Seis días después, lo sacaron para «un traslado» junto a Rufino Pirles. Al cabo de unas horas, fueron fusilados en la localidad de Brandsen «por intento de fuga». Tursi y Edgardo Salcedo, integrantes del grupo, se encuentran entre los desaparecidos durante la última dictadura.

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Imagen: A/D.

Las banderas argentinas que flamearon en Malvinas fueron retenidas por la Justicia en un primer momento y, luego, fueron solicitadas por la defensa de Los Cóndores. El juez respondió que, de acuerdo al Código Penal, una condena implica la pérdida de los instrumentos del delito. Pero que, en este caso, las banderas argentinas, «por el hecho de haber tremulado sobre una porción irredenta de tierra de la patria”, no podían ser consideradas instrumentos de delito. Por ese motivo, correspondía la devolución a su propietario, Dardo Cabo.

Las banderas quedaron bajo custodia de María Cristina Verrier, que se retiró de la vida pública y la militancia, y nunca nadie las volvió a ver hasta el año 2011. Tomás Aguerre lo cuenta de la siguiente forma: «El escritor Carlos López, buscando información sobre los Cóndores, comenzó a frecuentar a María Cristina Verrier. En uno de esos encuentros, le contó que una de las banderas había aparecido en Lezama, provincia de Buenos Aires. María Cristina lo sabía. Ella misma, junto a Dardo Cabo, se la había entregado al empresario César Cao Saravia, uno de los que había financiado el viaje a Malvinas. La bandera estuvo en esa familia por casi 40 años. En 2009, la viuda de Saravia la donó al municipio de Lezama, aprovechando que ese año había conseguido autonomizarse de Chascomús. Después de repasar la historia de esa séptima bandera, María Cristina le dijo al escritor que lo acompañase a otro cuarto. De adentro de un sombrerero, sacó las seis banderas restantes. Eran las originales, certificadas por el Poder Judicial».

Un día, con el peso simbólico de la historia sobre sus hombros, López y Verrier decidieron escribirle una carta a la entonces presidenta, Cristina Fernández de Kirchner. No era una misiva cualquiera: era un gesto cargado de memoria y sentido. Verrier, profundamente conmovida por lo vivido, tenía un deseo muy claro. Quería que una de las banderas fuera llevada a los pies de la Virgen de Itatí. «Bajo su manto, encontramos refugio —escribió— y fue gracias a su protección que se cumplió nuestro anhelo de que fueran compatriotas quienes vinieran a rescatarnos».

También pedía que otra de las banderas descansara en el mausoleo de Néstor Kirchner. “No solo entregó su vida por sus convicciones —decía—, sino que también abrió caminos para que la mujer pudiera caminar a la par del hombre”. El resto de los estandartes, decía la carta, quedaban a disposición de la Nación.

No pasó mucho tiempo hasta que Verrier fue recibida por Cristina Kirchner. Las dos banderas que había señalado fueron ubicadas exactamente como ella lo había pedido. Las cinco restantes encontraron su lugar en sitios profundamente ligados a la identidad argentina: una fue a la Basílica de Luján, en honor a la patrona de la patria; otra fue colocada en el Patio Malvinas Argentinas de la Casa Rosada; una tercera se destinó al Museo Malvinas, en el predio de la ex ESMA. La que se hallaba en el municipio de Lezama fue trasladada al Museo del Bicentenario. Y la última, como símbolo vigente, permanece hoy en el Congreso de la Nación.

Ninguna de estas siete banderas ondean sobre Malvinas. Por ahora.

Imagen de portada: A/D

Fuente: www.latinta.com.ar