Disciplinamientos que deshilacharon las luchas

Por Claudia Rafael

La identidad de las y los trabajadores. Los planes en tiempo presente y las luchas y reivindicaciones de un siglo atrás. Disciplinamiento planificado y las formas feroces del capitalismo.

En apenas un siglo, la clase trabajadora argentina pasó de los días de resistencia y represión -con organizaciones gremiales que lideraban huelgas masivas y afrontaban persecuciones que se vistieron de sangre y tragedia- a estos otros en los que hombres y mujeres de piel gastada marchan con remeras estampadas con una nueva y extraña identidad: Potenciar Trabajo. Entonces pugnaban por jornada de 8 horas, aumentos de jornales comprendidos entre el 20 y el 40 %, pago de trabajos y horas extraordinarias, readmisión de los obreros despedidos por causas sindicales y abolición del trabajo a destajo.

Las calles de este diciembre se pueblan de trabajadores precarizados, amparados por planes como el Potenciar Trabajo que, por este mes, cobrarán $ 30.976,50 (incluye el Bono de $ 6.500). Y, tal vez lo peor simbólicamente, reivindicando desde una estampa en la espalda -junto a las siglas de su organización- una pertenencia espuria: la de un plan que no es más que una migaja ante la representación objetiva y subjetiva del trabajo en la construcción social. Migaja pasajera que, sin embargo, parece eternizarse ante la inexistente creación de fuentes laborales.

Cien años atrás gobernaba Hipólito Yrigoyen que, en 1921, envió a la Patagonia al Ejército, comandado por el teniente coronel Héctor Varela, quien fusiló a 1500 obreros que luchaban por el reconocimiento sindical.

Un siglo después, desde un pequeño país asiático, que respira opulencia y crece al compás del sudor de casi tres millones de inmigrantes esclavizados, un ex Presidente argentino declaró a una cadena radial rosarina que “Qatar está en una evolución fenomenal. El eje de modernización que sigue el emir es muy potente, ellos no tienen complejos, traen a los mejores educadores, están haciendo una evolución, todo se mide, se evalúa, se capacita”. Siguió: “Todo lo que queremos hacer en Argentina y los gremios se oponen. Acá no hay gremios y los chicos reciben cada vez mejor educación”.

Por momentos la historia social asoma como irreconocible ante el giro virulento que puede dar en tan solo cien años. El censo de 1914 (entonces aún no se hacían cada diez años y el siguiente se realizó durante el primer peronismo) ubicaba a la población argentina en algo menos de 8 millones de habitantes. Apenas el 17 por ciento de la actual.

Los gremios, en aquellos días, estaban contagiados del fervor militante anarquista y socialista. Huelgas masivas se plantaban para reducir la jornada laboral de 11 horas a ocho, para obtener aumento salarial y para conseguir el descanso dominical. La respuesta de las patronales no se hizo esperar. Primero se conformó la Asociación del Trabajo, que organizaba la búsqueda de “rompehuelgas”, “crumiri” o “esquiroles” para reemplazar a los huelguistas. Y luego, ya sin demasiadas vueltas, la Liga Patriótica que fue unos cuantos pasos más allá: lideró la persecución a inmigrantes y fogoneó y ejecutó una xenofobia creciente.

La historia y ese permanente juego de avances y retrocesos condujo a esta triste desnudez de utopías que hoy puebla las calles. Lentamente se fue amasando una sociedad que arrinconó a millones a una supervivencia mustia. La de ser rehenes de planes que apenas cubren el 16 por ciento de lo que –según el INDEC- necesita una familia de dos adultos y dos niños para (sobre)vivir en un mes. Las últimas décadas –desde la dictadura en adelante- fueron pariendo mansedumbre. Una mansedumbre que se fue masificando a límites insoportables. En donde prima el miedo al vacío absoluto y sin red que significa la amenaza constante de perder ese plan. Y que obliga, una vez más, a agachar la cabeza, aceptar presiones, soportar amenazas, someterse a todo tipo de hostigamientos. Hoy se marcha para reclamar que el bono de fin de año de 13.000 pesos que se paga dividido entre diciembre y enero sea “un poco más digno”.

Los planes sociales no humanizan. Ponen de rodillas. Conciben rehenes. Hace unos 16 años, Alberto Morlachatti escribía que “hablar de humanizar implica el reconocimiento del valor del trabajo como goce de un derecho y que no sea -paradojalmente- negado en su ejercicio. El capitalismo hace imposible el goce y transforma el trabajo en una existencia lacerante”.

Y el capitalismo fue perfeccionando sus modos de sometimiento. No se trata sólo de romper con los modos porque, después de todo, serán velozmente reemplazados por otros que seguirán lacerando bajo nuevas formas la existencia. Y que ahondarán aún más –con un aterrador abanico de variantes- este disciplinamiento social planificado.

Cuando en 1982 Gabriel García Márquez recibió el Nobel dijo que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. “Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar