Por Carlos del Frade
Los finales del campeonato argentino de fútbol mostraron las dramáticas imágenes de gente de todas las edades llorando de angustia por el posible descenso del club de sus amores.
Esos amores, sinceros y profundos, transmitidos de generación en generación y alimentados por una permanente memoria oral, continúan vigentes a pesar de la colosal presencia de la tecnología y su temible inteligencia artificial.
Pero esas imágenes son fragmentos de la vida.
La existencia sigue más allá de los noventa minutos.
Por eso es necesario pensar en estos días finales de 2023 en ciertos hechos, nombres y cosas que vienen desde la aparente superficialidad del fútbol.
Manejar el alma de las multitudes supone manejar un negocio millonario, económico y político, legal e ilegal.
La cancha chica del fútbol sintetiza la cancha grande de la realidad. Expresa el funcionamiento del capitalismo dependiente en estos siempre estragados arrabales del mundo.
Mientras el presidente electo, Javier Milei, anuncia estanflación, libertad de precios y privatizaciones descomunales, grandes medios de comunicación alientan el fanatismo con películas que festejan la obtención de la Copa del Mundo 2022 y repiten aquella frase cada vez más funcional a la resignación: “Elijo creer”.
Sin embargo, salvo en el mundo particular de las tribunas y los espíritus y cerebros individuales, los resultados del fútbol refuerzan lógicas de apropiación de esos sentimientos al servicio de muy bien planificados y rentables negocios de minorías.
Para las mayorías la exacerbación de las creencias, para las minorías la impunidad de su racionalidad que concentra y extranjeriza riquezas surgidas del pueblo y transferidas a un puñado de cuentas personales.
En estos días de transiciones, las elecciones en Boca Juniors son la más contundente fotografía de la disputa de negocios económicos y políticos que genera el fútbol.
La disputa Macri–Riquelme excede lo deportivo y ocupa horas y horas de supuestos informativos televisivos.
Toda la “pobre inocencia de la gente” es usada en beneficios de pocos.
En Rosario, otrora capital nacional del fútbol, Andrés “Pillín” Bracamonte, caso único en la historia social y política de las barrabravas argentinas por su dominio de más de dos décadas como jefe de la hinchada de Central, volvió a ser detenido junto a un dirigente de la Unión Obrera de la Construcción por supuestas extorsiones con el objetivo de imponer negocios relacionados con las viandas para los trabajadores del sector.
Seguramente aparecerán contratistas legendarios del estado santafesino y cifras muy grandes de dinero pero esos casos remarcan el fenomenal poder que surge desde la cancha chica y maneja sectores de la cancha grande de la realidad y la historia, regional o nacional.
Desde hace mucho tiempo, algunos clubes de fútbol cotizan sus acciones en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, mientras el titular de la AFA ya empieza a hablar de la posibilidad de sumar sociedades anónimas a las instituciones basadas en sus mitológicas crónicas sociales alimentadas por el amor popular.
Y allí quizás resida el costado más frágil de toda esta danza de nombres individuales que son los mayores beneficiarios de la manipulación del sentimiento.
¿Hay formas de pensar el fútbol y sus consecuencias en los bienes colectivos de la sociedad y en la construcción de conciencia política y cultural de los hinchas?.
Los resultados electorales, tanto en la cancha chica del fútbol como en la cancha grande de la realidad, tienen consecuencias en las propiedades culturales, simbólicas y materiales de la gente.
Pero el alma colectiva sigue siendo la mejor herramienta para garantizar negocios, impunidades y espejismos dolorosos, mientras pocos, muy pocos, eternizan los beneficios para esas minorías que manejan las reglas de juego, dentro y fuera del verde césped.
Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar