Las mujeres americanas también realizaban caza mayor

Por Jesús Chirino*

A principios de octubre de este 2020, la revista de acceso abierto Science Advances publicó un artículo acerca de una investigación que pone en crisis la concepción generalizada que se tiene acerca de una supuesta ancestral división del trabajo por género.

El estudio no sólo releva el caso de una mujer cazadora, sino que avanza hasta poner en evidencia el sesgo con el cual se interpretaron los datos de otros descubrimientos arqueológicos. Se concluye que en las comunidades ancestrales, por lo menos, un 30% de quienes se dedicaban a la caza eran mujeres.

El lugareño A. Pilco Quispe avisó acerca del sitio arqueológico

Una de las principales regularidades empíricas en los estudios etnográficos de poblaciones cazadoras-recolectoras es la división por género del trabajo que ubica a las mujeres como recolectoras y los varones como cazadores. Es creencia generalizada que este reparto de tareas es un patrón de comportamiento ancestral, pero un descubrimiento arqueológico junto a un metaanálisis desafían la idea del hombre-cazador que proveía alimentos al grupo. Se trata de una investigación cuyo trabajo de campo se desarrolló en el año 2018 en los Andes peruanos.

Los arqueólogos trabajaron en una excavación a 3.925 metros de altura, en pleno distrito de Puno. En el sitio montañoso de Wilamaya Patjxa encontraron una serie de entierros humanos con unos nueve mil años de antigüedad. El sitio arqueológico fue registrado en 2013 a raíz de la información aportada a los científicos por el colaborador aymara local A. Pilco Quispe. En las excavaciones, realizadas por arqueólogos estadounidenses y peruanos, se hallaron cinco fosas de enterramiento humano con seis individuos. Dos de ellas estaban asociadas con puntas de proyectil del Holoceno temprano. Ninguno de los otros entierros se asoció con herramientas de caza.

La mujer cazadora

En una de esas tumbas, junto a un cuerpo mal conservado, hallaron unas 20 piedras labradas. Cuatro eran puntas afiladas, probablemente usadas en venablos, que son pequeñas lanzas arrojadizas con una especie de tubo. También había cuchillos de pedernal y otros objetos cortantes. Además encontraron ocre, que era usado como pigmento pero también para curar pieles de los animales que cazaban. En este caso los científicos escribieron que “la co-ocurrencia espacial de puntas de proyectil, raspadores y ocre junto con las manchas de ocre en los adoquines convergen para sugerir que el ocre estaba relacionado con el procesamiento de la piel”.

Todos esos elementos estaban tan juntos que los investigadores consideran probable que fueran contenidos en un morral. A poca distancia había restos de tarucas (un venado andino) y vicuñas. El primer análisis de los huesos humanos les llevó a suponer que el cuerpo pertenecía a una mujer cazadora.

El antropólogo Randy Haas, de la Universidad de California Davis y principal autor del estudio, declaró que del cuerpo hallado sólo quedaba parte del cráneo, la dentadura y fragmentos de un fémur y una tibia. Cuando los restos esqueléticos están bien conservados, a partir de las ligeras diferencias óseas que existen entre mujeres y hombres, con unas pocas mediciones puede establecerse el sexo, pero no era este el caso. Para poder confirmar que se trataba de una mujer debieron usar una sofisticada técnica biomolecular desarrollada en 2019 llamada análisis de la amelogenina, una proteína presente en el esmalte dental.

En el trabajo recientemente publicado se aclara que  “resulta que estas proteínas están ligadas al sexo y, por lo tanto, es posible estimarlo a partir de ellas con un alto grado de precisión”. En tanto que del colágeno extraído de los huesos pudieron establecer que la muerte aconteció hace aproximadamente unos 8.008 años, 16 años arriba o abajo. En tanto que por el desarrollo de la dentadura consideran que al momento de fallecer la mujer tendría entre 17 y 19 años.

Interpretación sesgada de evidencias anteriores 

Según los estudios realizados hasta la actualidad, la caza mayor sería una práctica predominantemente masculina entre las sociedades recientes de cazadores-recolectores. Esto hacía pensar que este patrón de comportamiento de género era ancestral y derivado de rasgos de historia de vida relacionados con el embarazo y el cuidado infantil, que limitan las oportunidades de subsistencia de las mujeres. Pero por otra parte, varios estudios han teorizado que tal división del trabajo habría sido menos pronunciada, completamente ausente o estructuralmente diferente entre nuestros primeros antepasados ​​cazadores-recolectores. Las primeras economías de subsistencia que enfatizaban la caza mayor habrían fomentado la participación de todos los individuos capaces.

Las mujeres no habrían estado sujetas exclusivamente al cuidado infantil, por lo cual podían ejercer actividades como la caza. Estos estudios también señalan que la caza comunitaria, de la cual participaban las mujeres, pareciera tener profundas raíces evolutivas. También se teorizó acerca de que el estilo de vida de las poblaciones que no poseían una residencia única podía conllevar la especialización en la caza de grandes animales. Esto reduciría los desplazamientos territoriales por necesidades alimenticias, lo que sería algo bastante propicio para la reproducción humana. Esta hipótesis es consistente con las altas tasas de crecimiento poblacional entre las primeras comunidades de cazadores-recolectores. En estos estudios se habla de la posible participación de las mujeres en la caza mayor.

Pero, a pesar de todas esas consideraciones, no pocos estudiosos se habían mostrado reacios a atribuir la funcionalidad de la caza a las herramientas asociadas con restos de mujeres. Es así que con respecto a un entierro paleoamericano (de hace más de 10 mil años) un investigador escribió: “Dado que se ha determinado que el entierro es de una mujer, la inclusión de una preforma de punta de proyectil ha sido difícil de explicar. Sin embargo, si el artefacto se hubiera utilizado como cuchillo o raspador, típicamente herramientas de mujeres, entonces su inclusión con el entierro es una asociación más consistente”. En otros caso se impugnó determinaciones de sexo femenino basadas en el ADN con el argumento de que “…a presencia de ofrendas funerarias inferidas en forma de puntas de piedra astilladas y otras herramientas y escamas parece apoyar…”, por lo cual se terminó presumiendo que se trataba de un varón.

El 30% eran mujeres cazadoras

En el estudio que nos ocupa se marca que estas resistencias de asociar la mujer a la actividad de caza puede deberse a un grado de sesgo de género contemporáneo o sesgo etnográfico. También se dice que los modelos etnográficamente informados del trabajo de subsistencia sexista siguen siendo plausibles como fenómenos cuantitativos o por las múltiples vías por las cuales los objetos pueden llegar a asociarse en el registro arqueológico. De allí la importancia tanto del descubrimiento de los entierros que aquí relatamos de cazadores/as-recolectores/as del Holoceno temprano en asociación con la caza mayor, como el análisis de investigaciones anteriores.

Haas y colegas revisaron los estudios de otros 107 enterramientos estudiados en América, con restos de 429 individuos datados entre hace 12.700 y 7.800 años. Encontraron que 27 cuerpos habían sido enterrados junto a sus armas de caza y 11 de ellos eran mujeres. Manteniendo esta relación podría sostenerse que, por lo menos en América, más de un tercio de los cazadores prehistóricos en realidad eran mujeres cazadoras.

Miguel Angel Criado, en un artículo del diario español El País, rescata las palabras de la arqueóloga Kathleen Sterling, de la Universidad Binghamton (EE.UU.), quien sostiene que “la teoría del hombre, el cazador, no se ve confirmada por los datos arqueológicos, sólo por los etnográficos… Tradicionalmente, la caza ha sido considerada como más prestigiosa, exigente y peligrosa que la recolección y estos son rasgos que hemos asociado de forma estereotípica como actividades de los hombres”.

La confirmación de la mujer de las poblaciones ancestrales en la caza mayor es un dato tan relevante como el poner en evidencia el sesgo con el cual se interpretaron los datos de datos, en estudios anteriores. La relativización, o directamente la negación, de la importancia de la mujer en la vida comunitaria es una constante que se repite, también en estudios científicos. Aunque los avances en las investigaciones y los cambios de perspectivas permiten enmendar las equivocaciones.

*Docente. Periodista. Secretario General de la Unión de Trabajadores de Estados Municipales (UTEM-CTA). Secreario Gremial de la CTA Autónoma Regional Villa María

Fuente: www.eldiariocba.com.ar