Memoria de los Rosariazos

Por Carlos del Frade

En el 69 aparecieron los grandes despidos en la ciudad industrial. 300 personas se quedaron en la calle por decisión de los dueños de la Empresa Cid. En Celulosa se tomaba la fábrica y en PASA, el sindicato surgido de la propia empresa, comenzaba a radicalizarse, de la mano de socialistas, trotskistas y peronistas de base. En mayo del 69, el primer cimbronazo del subsuelo rosarino.

En Corrientes, el asesinato del estudiante Juan José Cabral, despertó la solidaridad en las facultades. Por las calles y por los claustros se escuchaba “Cabral y Pampillón, los mártires del camino de la liberación”.

El 17 de mayo, la movilización de estudiantes llegó hasta los edificios del Banco Transatlántico y la Bolsa de Comercio. Allí fueron reprimidos por la policía provincial. En la galería Melipal, las fuerzas policiales asesinan al estudiante de Ciencias Económicas, Adolfo Bello, de 22 años. “Entraron con pistolas y garrotes, parecían enloquecidos. Uno de ellos disparó a quemarropa a la cabeza de Bello”, relató uno de los sobrevivientes.

El 21 de mayo se hizo la marcha del silencio. El centro de la ciudad quedó en manos de los manifestantes. Bombas molotov, fogatas, piedras, barricadas. Al querer tomar la emisora LT 8, un grupo de policías los desaloja, asesinando al obrero metalúrgico de quince años, Luis Blanco. Rosario es declarada “zona de emergencia bajo control militar”.

Durante cinco horas marchó el cortejo que llevaba los restos de Blanco hasta el cementerio La Piedad.

100 mil personas estuvieron en las calles aquel 23 de mayo.

El niño símbolo

…Desde dentro mismo de una casita de madera –elevada en la misma zona del drama de la inundación- partió lo que sería el cortejo más multitudinario que registra Rosario en su historia. Manos rudas, pero tiernas de trabajadores de todas las esferas del proletariado, conducían el féretro de un niño símbolo…Luis Norberto Blanco…

“…sobre el féretro, dos coronas de claveles blancos, síntesis de la pureza…Y tras la caja –que encerraba la quietud del ángel abatido- una legión de coronas…blancas, rojas, de suave amarillo…Y presidiendo el cortejo –que iría a cubrir 87 cuadras- una cruz…llevada a manos cambiantes de cinco niños entre los cuales estaba José Potenza, de 15 años…

“A las 11.45 ya con la nave de la iglesia colmada de concurrencia…el rector de la parroquia del Perpetuo Socorro leyó distintos salmos y manifestó la condolencia a los padres, parientes y amigos de este joven que ha perdido la vida en uno de los sucesos más luctuosos, en un momento crucial de Rosario y para el país…Al llegar al portón Nº 1 del Ferrocarril Mitre la columna fue engrosada por una caravana de obreros ferroviarios. En todas las calles se repetían escenas de honda emotividad.

“Córdoba –la gran vía- ofreció el espectáculo más impresionante de todo su recorrido. Todo el vecindario se había volcado a la calle.

“Vehículos de todas las categorías, bicicletas, motos, motonetas, camiones enracimados de juventud obrera, colegiales, jóvenes obreras, formaban una marcha imponente.

“Cada esquina, una pequeña ciudad en el último homenaje al niño inmolado…ofrendas florales en manos de mujeres y niños y una verdadera eclosión obrera…el féretro sobre el cual se encontraba una bandera argentina, gris de tiempo…el clérigo Francisco Parenti dijo una oración fúnebre, que esta sangre vertida, que esta sangre que llegó al cielo no sea en vano…que ella lleve la liberación que todos ansiamos…

“Depositado fue el cuerpo y luego el ingreso de la legión del silencio por las calles que vieron el cortejo más impresionante de que tiene memoria Rosario. Mirar hacia atrás, era contemplar algo que nunca pasó en el largo trajín del cronista…87 cuadras, casi cinco horas de marcha”, sostenía la crónica del diario “La Tribuna”, del 23 de mayo de 1969.

El título de la nota decía: “Más de 100 mil almas en cortejo”.

Fenomenal y profunda postal del primer rosariazo.

Cien mil personas conmovidas por el asesinato de un chico de quince años.

El segundo Rosariazo

Para Héctor Quagliaro, ex Secretario General de la Asociación de Trabajadores del Estado y uno de los principales dirigentes de la resistencia peronista desde la CGT de los Argentinos –“nosotros fuimos la primera delegación del interior que se sumó al conducción de Ongaro”–, “el rosariazo fue un pedazo grande de la historia social. El primero de los rosariazos fue protagonizado por el estudiantado. Hubo lucha popular, teníamos mucha bronca por el asesinato de Bello. Yo vine envuelto en un sobretodo a Rosario, en forma clandestina, junto a Héctor Lescano, el arquitecto Segovia Meyer para la movilización del 21 de mayo. En Maipú y Córdoba hubo una violenta represión”.

El segundo Rosariazo, “en setiembre lo más homogéneo fue el frente sindical. Allí se notaba por qué Rosario era la capital del peronismo”, recalcó el colorado.

El 8 de setiembre de 1969, se declaró un paro por tiempo indeterminado de los trabajadores afiliados a la Unión Ferroviaria. Los estudiantes, en tanto, se preparaban para el tercer aniversario del asesinato de Pampillón. Hacia el 11 de setiembre, se produjeron actos de sabotaje y descarrilamiento de trenes en la zona de Granadero Baigorria, a menos de quince minutos al norte del centro rosarino, y otro en Pergamino, en la provincia de Buenos Aires. El viernes 12 de setiembre se declara ilegal el paro. La CGT anuncia la huelga general desde el día 16.

“A las 9.30 del martes 16 la epidermis urbana de Rosario no presentaba a la vista de cualquier ocasional visitante ninguna alteración, 30 minutos después la imagen quedaba destruida. Veinte focos insurrectos en los accesos periféricos, seis columnas de obreros y estudiantes en el radio céntrico, en total 10 mil personas –según fuentes policiales– incendiaban en sentido literal y literario la ciudad”, describía un cronista de la revista Panorama.

A diferencia de los sucesos de mayo, el rosariazo tuvo en los barrios sus principales escenarios. Cuando la policía rosarina fue rebasada, llegaron, desde Corrientes, dos mil efectivos al mando del entonces coronel Leopoldo Galtieri.

Los diseñadores del cordón industrial se convertirían, en pocos años, en los desaparecedores y los desocupadores, a partir de la segunda mitad de los años setenta.

Un año después, Agustín Feced era nombrado –por primera vez en su vida-, jefe de la Unidad Regional II de la Policía de Santa Fe, con asiento en Rosario.

Ya era integrante del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército Argentino.

Ya trabajaba para el plan estatal y empresarial que tenía como objetivo aniquilar a las nuevas generaciones de revolucionarios. Ese plan que comenzó a implementarse en 1955 y tuvo en los cursos dictados por los oficiales franceses una de sus primeras manifestaciones.

Fontanarrosa y el recuerdo de aquella ciudad

A principios del tercer milenio, después de diciembre de 2001, Roberto Fontanarosa, el más rosarino de los argentinos y el más argentino de los rosarinos, nos recibió en su estudio muy cerquita de la Plaza Alberdi.

Le hicimos una entrevista para un programa de televisión de Santa Fe y le preguntamos por su inicio como dibujante de la tapa de la emblemática revista política periodística de Rosario, “Boom”, cuando le tocó hacer la portada que anunciaba las crónicas de los Rosariazos.

-¿Cómo era para vos aquella ciudad de 1969? – le preguntamos.

-Es un poco difícil hoy recordar cómo tomaba yo y cómo tomaba la ciudad esa tapa. Lo concreto es que todo ese periodo de la revista Boom para mí fue muy importante tanto a nivel personal como profesional. Personal porque yo venía de no haber terminado la escuela secundaria, después de haber entrado en publicidades, de hacer un trabajo y hasta te diría una vida muy aislada y muy ajena a lo que ocurría alrededor mío. Entonces, significó encontrarme con un grupo de gente que obviamente tenía mucha información, que estaba muy pendiente de esa información, que tenía otro grado de compromiso… Rodolfo Vinacua, “el negro” Ielpi, Juan Carlos Martínez, Esvend Segovia, “el gordo” Ceballos, Carlitos Saldi, etc… que produjeron en mí un cambio que me llevó a darme cuenta que no se reducía todo a dibujar, a una página de historieta, a la publicidad o al fútbol. Aquello fue para mí un descubrimiento, considerando los sucesos que se producen después, como el Rosariazo que obligaba a que uno se pusiera al tanto de lo que pasaba, al menos para saber por qué te iban a romper la cabeza por la calle. Por eso, para mí “Boom” fue desde todo punto de vista fundamental, incluso desde el aspecto técnico, desde el aspecto profesional. Fue como un descubrimiento de todo un entorno y de una profesión íntegramente en un grupo humano que se armó de casualidad pero que a la vista de los acontecimientos y con el tiempo transcurrido creo que hizo una revista que en definitiva quedó como emblemática de Rosario porque no se ha repetido ese fenómeno.

Para mí significó advertir que había una posibilidad de actividad fuera de la publicidad que era un rubro que en principio me había sido ajeno, me gustó y me gusta especialmente en el aspecto creativo porque en la publicidad se trabaja con una enorme cantidad de límites que te los da el producto por la necesidad de mostrarlo, de venderlo… En cambio, todo el aspecto editorial, a pesar de que uno tenía ciertas limitaciones que daba la directiva de la revista, encontré que elevaba mucho el techo de las posibilidades y me descubrí que era eso lo que me gustaba. Yo ya había advertido que podía ganarme la vida con el dibujo publicitario, pero esta parte editorial me atrajo y me gustó más.

-¿Qué diferencias encontrás entre aquel dibujante de ayer y esa ciudad del 69, con el presente?.

-Con respecto al dibujo, aparecieron muchísimas alternativas de cambio porque de chico quería hacer dibujo de historieta de aventura seria, no de humor, y empiezo a incursionar en el humor en publicidad haciendo tarjetas de Navidad o de Fin de año de tinte humorístico, pero no tenía un estilo propio en lo que significaba el dibujo de humor. Tal vez sí para la historieta, porque provenía de la línea de Hugo Pratt y algunos otros, pero en humor no. Leía “Patoruzú” como leíamos todos, me fijaba en Quino, pero no copié a esos dibujantes… Por eso recuerdo que para los primeros dibujos de la revista “Boom” tuve que improvisar un estilo y le saqué un poco a Garaicoechea, le saqué un poco a Bataglia que dibujaba a “Don Pascual” en “Patoruzú” y armé una especie de perfil, que parecía un perfil de alambre, al punto que no lo firmaba Fontanarrosa porque era tan largo el apellido que gráficamente tenía más peso que el dibujo. Firmaba con mis iniciales R.A.F., después empecé a variar y a incorporar más elementos del dibujo para hacerlo un poco más complejo y de más peso, pero fue toda una época de cambios muy rápidos porque fue una investigación ya que no tenía práctica al respecto. Empecé a hacer la práctica sobre la publicación. En lo que refiere a aquella ciudad, uno tenía una relación en la infancia más barrial, a pesar de haber vivido en el centro toda mi infancia y adolescencia, en el edificio Dominicis, de Catamarca y Corrientes, pero aún así no había tantas medidas de seguridad que tomar… se dejaban las puertas abiertas, no se suponía que era una ciudad peligrosa… Después, la cosa se revierte a puntos de tragedia con la dictadura militar, pero la ciudad y el país eran como más pequeños. No estaba la llegada masiva de los medios que nos conectan con todo el mundo, las noticias inmediatas de los sucesos fuera del país. Era todo más acotado o quizás yo vivía dentro de un mundo más acotado que se circunscribía al fútbol, al trabajo, a comprar revistas de historietas, ir cines cercanos a mi casa como el Imperial, Empire, Urquiza y todos los que estaban por ahí. La sensación era de una ciudad más pequeña y de un país más pequeño – recordaba el inolvidable Fontanarrosa.

Rosario, esa ciudad

Así se llamaba el libro publicado por la Editorial de la Biblioteca Vigil, el 30 de noviembre de 1970, con textos de Carlos Garramuño, Rafael Ielpi, Juan Carlos Martini, Jorge Riestra y Rodolfo Vinacua y que incluía cien fotografías, en blanco y negro, de Antonio Carrillo, Edgardo Galante, Franciso Gray, Héctor Martinelli, Carlos Milanesi, Juan Naranjo, Rodolfo Quinteros, Carlos Saldi, José María Saldi, Rosa Traversaro, y Daniel Ureta; con la diagramación del inolvidable quijote rosarino, Rubén Naranjo.

-Rosario, esa ciudad insólita, como lo es en alguna medida toda tarea de los hombres, no puede ser apresada en cien fotografías. Es posible, por eso, que la frecuentación de estas páginas deje al lector el regusto de la aventura. Tal vez muchos rosarinos no reconozcan aquí a su ciudad; es posible que otros la redescubran con alegría, sólo porque la sientan de la misma manera que sus circunstanciales compiladores, y que otros, por fin, se decidan a conocerla, realmente, más allá de una esquina, una plaza y una calle, más allá del ámbito de voces, sonidos, olores, trajín o calma, prefigurados en la rutina de los días sin nombre…-escribía Vinacua en la presentación de ese libro maravilloso.

-Rosario puede ser dura, altiva, fracasada, tierna, comprensiva, acogedora; por eso, tal vez, puede asistir, a veces, a la negación y el exilio de sus propios hijos, como si supiera –progenitora orgullosa y segura- que permanece en ellos, que perdura, irremisiblemente, parte entrañable de sus mejores sueños. Por eso, tal vez, estas imágenes que siguen no sean algunas de las formas de amarla – terminaba aquel prólogo.

Seguían imágenes del puerto, bolsas apiladas, pescadores en sus botes, puente sobre los arroyos y pequeños barcos estacionados mientras que en el cielo se recortaban las chimeneas de una fábrica que quizás ya no esté.

“Seguramente, si se le pregunta a un rosarino qué es el río para él –qué es ese enorme, interminable, monótono cordón ocre que suele convertirse, a veces, en un insaciable devorador del hombre- no sabría bien qué responder. Hablamos poco, sabemos poco de las cosas que nos pertenecen. Dejamos de verlas, somos prescindentes de ellos”, comenzaba su artículo el Negro Ielpi.

“Todo, siempre igual. Todo, detenido para la contemplación de una ciudad que no se defiende ni ataca: continúa. Eso mismo explicará acaso la unión –un maridaje perfecto- entre ella y el río, persistente camino oscuro que no reconoce nadie como suyo, desde un nacimiento caluroso y selvático, pero al que todos quieren, desde la solemnidad de la prescindencia, atrapar para sí, hacerlo suyo, poner el pie sobre el lomo marrón”, concluía el escritor.

Las fotos continuaban mostrando observadores del río desde un lugar de la costanera. Se multiplicaban los registros de los camiones, el puerto, los estibadores y las aguas del Paraná. Y el cambio de turno a las puertas de un frigorífico donde los trabajadores cabalgaban en decenas y decenas de bicicletas, tal como recuerdan los vecinos de Ovidio Lagos al 5000 y más allá al sur. Un tren recorriendo el centro de la ciudad, el puente Celedonio Escalada y las pibas y los pibes con delantales blancos en uno de los momentos de la vida colectiva y cotidiana de aquella ciudad que ya no es.

“…con sus largas, implacables calles trazadas en damero y sus parques, sus plazas, sus altos eucaliptos -¿magia pura?- trizando por fortuna la geometría brutal de las fachadas grises; y trabajando, trabajando siempre, fiel a la tradición que nació con ella, activa, laboriosa desde el alba; pero alternando tráfago con quietud –horas pico y veredas con calma, rápidas avenidas que atraviesan barrios cuya fisonomía permanece inalterada- y bullicio con murmullo –y después el más hondo, concentrado remanso de la noche-; creciendo, absorbiendo, englobando, mas todavía sometida a la tutela de un “centro” monopolizador, antiguo, casi pueblerina en ese aspecto; pero abriéndose, abriéndose inevitablemente, transformándose; viviendo cada día más a fondo aquello que quizás alguien, alguna vez, haya llamado porvenir, ya gran coleóptero de alas extendidas y trompa sumida en las barrosas aguas de su río; sacudiéndose con el estallido de las convulsiones sociales, triunfando y fracasado, volviendo a luchar, rehaciéndose; imitando, reclamando, dependiendo, menospreciándose y negándolo a la vez, indignándose; así de contradictoria pero viva; fervorosa, negligente, revolucionaria, temerosa, pujante, rutinaria, creadora, indiferente, luminosa, gris; un enigma; y huyendo, buscándose: como descuajada de su historia pero intentando parirla, menos aristocrática que nunca. Lo que será se esconde en el corazón de los días.”, narró de manera única, simple y profunda el notable Jorge Riestra.

Imágenes de nieblas en el Parque Urquiza, chicas cruzando por una casi desconocida Plaza 25 de Mayo, las palmeras del bulevar, las escaleras cercanas a la vieja Aduana, la visión desde un colectivo, un chiquito de pantalones cortos sobre una casa humilde que se alquila y ofrendas florales ante la imagen garabateada de Evita. Kioskos de revistas en distintos barrios, ofertas varias en almacenes y pintadas en paredes que gritaban el final de la dictadura de Onganía, Lanusse y Levingston. Tres pibes amurados en un viejo banco, con sonrisas desdentadas y ropas casi ausentes. Un perro vagabundo en aguas servidas y ropa tendida mientras purretes miran esperando algo al mismo tiempo que se cuidan entre ellos. El cruce Alberdi, mucho antes de Telecom, un carro de verdulero, la noche, los pasillos y el interior de la Biblioteca Argentina. El monumental edificio de la Vigil coronado por el observatorio astronómico que luego fuera saqueado en 1977 y algunos grandes edificios…

-Pero la gente de la ciudad es tozuda. Ejercita el manual de la convivencia y traza el interminable conflicto de la relación otra vez: muchos juraron hoy destrozar el libreto que vivieron hasta ayer, porque también es una vital urgencia la del cambio. Pero el peso es tan grande y la necesidad de convivir tan biológico que el nuevo día torna a amanecer a través de la esperanza. El afán de esta gente también resume el bíblico anatema del trabajo y su imperio engendra la relación de dependencia. De este vínculo emana la pasión, encrucijada entre el amor y el odio que los uncirá al yugo por toda la vida. Pero la gente no tiene otro callejón que el del amor y que por eso cada uno –individualmente- termina desgastándose por el otro…-escribió con inocultable pasión por los laburantes, Carlos Garramuño.

El mozo que se asoma mientras apura el pucho y los obreros ríen, el ciruja que avanza hacia algún misterioso destino, una procesión de empleados que caminan sobre un puente, el mercado de productores, jubilados que hablan y miran desde un banco de plaza, la cola de algún sitio y dos mujeres que entre sus compras inventan la ocasión para el diálogo. Y el carrito de la pizza “la popular” debajo de la tribuna, las chicas de minifalda que exhiben la belleza eterna de las rosarinas y el colosal cuerpo colectivo de una hinchada mientras un barrilete quiere escapar del hilo que lo apresa.

“Los barrios son testigos de algunos partidos de fútbol improvisados, del fervor masivo con que se colman las canchas de Rosario Central y Newell´s Old Boys, de pizzerías con mesas en las veredas durante el verano donde se consumen interminables porrones de cerveza, de cines con tres películas, patotas en las esquinas, bares donde el truco y la generala han concentrado su reinado ya tambaleante. El lenguaje cosmopolita se practica, sin inconvenientes, en otros lugares. Las familias y parejas convencionales consumen su tiempo libre en grandes restaurantes en cines y teatros céntricos. Un par de confiterías bailables y cabarets albergan a los aventureros de la noche y dos o tres discotecas sofisticadas seducen a los amantes del whisky y de la música beat. Acabado el día y medio que proporciona a los rosarinos una discreta ocasión de actuar en libertad, la ciudad se reincorpora sin embargo –lentamente, con un aliento marchito, somnoliento- y lanza otra vez su vasto cuerpo hacia el futuro, en apariencia inevitable”, apuntó Juan Carlos Martini.

Las fotografías muestran la partida de truco en un bar, los botes en el laguito del Parque y las colas en el cine que esperan por la película de Costa Gavras, “Z”; mesas de billares y la vuelta gigante del Parque Diversiones que ya no es. El picado en la calle de un barrio que muestra a fornidos obreros ataviados con gorras que no tienen nada que ver con las actuales, una carrera de ciclistas, un tobogán atiborrado de chicos y gente que pasea camino al futuro de aquella Rosario de 1970.

¿Qué queda de aquella ciudad, de “Rosario, esa ciudad”, tal como era el título del maravilloso libro de la Editorial de la Biblioteca Vigil?.

Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar