Militancia y Movimiento

OPINIÓN

Por Juan Carlos Giuliani*

La calle fue la base del poder de la CTA y lo continuará siendo. Por encima de acuerdos de superestructura, construyendo unidad con los que luchan. Para la Central, hoy más que nunca, en medio de esta restauración neoliberal, se requiere de un nuevo Movimiento Político, Social y Cultural de Liberación para reparar la crisis de representatividad política, social, sindical, empresarial y cultural que agobia al sistema.

Para terminar con los vergonzantes estándares de desigualdad en la población, es fundamental la construcción de la fuerza organizada de los trabajadores. Y ello no se consigue sin militancia convencida de que se puede dar vuelta la taba. Militancia: Compromiso de vida con un proyecto colectivo.

El 17 de noviembre de 1972 se produjo uno de los hechos más trascendentes en la historia argentina del Siglo XX: El regreso de Juan Domingo Perón tras 17 años de exilio y proscripción. El acontecimiento, que se caracterizó por una masiva participación de la juventud, es recordado como el “Día del Militante”. Esa juventud protagonizó la campaña del “Luche y Vuelve” que será decisiva para concretar el regreso de Perón. Esa generación de militantes, que se convertiría en el blanco preferido del terrorismo de Estado, había participado en el “Cordobazo” y otras puebladas que incendiaron la Patria.

Después vino la noche, la represión y la muerte. La lucha por sobrevivir al horror. La militancia popular -sus mejores cuadros- fue diezmada por la tiranía oligárquico-militar. Requisito indispensable para aniquilar la justicia social e imponer el neoliberalismo en la Argentina.

El retorno del sistema institucional enhebró una cadena de frustraciones que tornaron en ilusoria la vigencia de una democracia social y participativa si no se modifica de raíz la injusta matriz productiva y distributiva en la Argentina.

La militancia de la tiza y el carbón, abnegada, capaz de dar la vida por una causa justa, fue reemplazada por los manipuladores de encuestas, los asesores de imagen y los operadores políticos, gerentes inescrupulosos dispuestos a realizar la tarea que sea menester para seguir trepando en la escalera de la fama. El puntero y su inmensa red de clientelismo político suplantó la pasión de militar por un proyecto nuevo de sociedad. La degradación del sistema aún perdura. La impúdica capacidad de la mayoría de la dirigencia política y social para reciclarse detrás del poder de turno resulta altamente demostrativa de que el perro sigue siendo el mismo. Sólo ha cambiado de collar.

Ya se sabe, no hay proyecto de transformación social sin la clase trabajadora organizada y sin el concurso de los otros sectores que abonan el campo popular. Hemos aprendido lo suficiente como para tener claro que ningún cambio profundo puede encararse sin esa poderosa herramienta que se llama organización. Es necesario cerrar el capítulo en el que cada uno tira para su lado y apostar a la construcción colectiva.

En el terreno político electoral no vamos a delegar más y hemos alumbrado nuestros propios instrumentos. El recurso es absolutamente válido si tributa a una estrategia integral de poder popular y se retroalimenta -dialécticamente- con el conflicto social, el movimiento de masas, la lucha de clases. No alcanza con que cada uno busque “un lugar bajo el sol”. No alcanza si los esfuerzos de los militantes se agotan en conseguir una banca más en el Congreso. Los cargos, concebidos como espacios de poder institucional, sólo servirán si logramos que respondan a una política, a un proyecto. Los triunfos aislados y los logros individuales sirven de poco.

La cuestión se presenta al revés: Si nos esforzamos por unirnos y organizarnos en torno a un proyecto común, no sólo obtendremos espacios de poder institucional en un futuro, sino que estaremos en condiciones de utilizarlos para empujar la transformación revolucionaria con la que siempre estuvo comprometida la clase trabajadora.

Resulta imperioso volver a cumplir un papel transformador. Porque otro no nos interesa y dejaríamos de ser lo que somos. Sabemos que no es una sola cuestión la que debemos revisar, debatir, repensar. Pero tenemos que señalar una en especial: La impostergable necesidad de la formación de cuadros, activistas y dirigentes. En otras palabras: La construcción de una militancia organizada. A ello, hay que sumar la articulación de todas las experiencias actualmente en marcha que nos permitan fortalecer una amplia red con nuestros propios medios de comunicación.

La disputa cuerpo a cuerpo con la ideología dominante se da en el territorio. De allí la importancia de robustecer la presencia de las organizaciones territoriales y los movimientos sociales en el seno de la CTA Autónoma, para compartir con las organizaciones sindicales, de jubilados, medioambientales, pueblos originarios, derechos humanos, culturales, juveniles, etcétera, el desafío de sostener una alternativa de poder real y viable a los grupos hegemónicos.

El saqueo y la depredación de que fueran víctimas la Nación y el pueblo argentinos ha generado un sistema de privilegios para el bloque de poder vergonzante, que constituye un auténtico cáncer para nuestra Patria y para el conjunto de la sociedad. Esta estructura de prebendas ha devenido en un capitalismo depredador, cuyo protagonista central es una elite oligárquica configurada en un complejo entramado de intereses económicos nacionales y extranjeros. Todo proyecto que se precie de responder a los intereses nacionales y populares debe dar cuenta de esta realidad incuestionable y señalar a esta élite como el enemigo principal de la clase trabajadora, el pueblo y la Nación.

El nuevo Movimiento Político, Social y Cultural de Liberación debe recuperar la savia de la militancia, la mística de ser parte de un proyecto colectivo, la cultura de la solidaridad y la identidad histórica que nos emparenta con las mejores tradiciones de lucha de nuestro pueblo.

*Periodista. Vocal de la Comisión Ejecutiva Regional de la CTA Autónoma Río Cuarto