Para la libertad

Se cumplen 50 años de la liberación de presos políticos de la cárcel de Villa Devoto.

Por Javier Nieva

Durante su campaña presidencial, Héctor Cámpora prometió que, si triunfaba, su gobierno liberaría a todos los presos políticos. La idea era dictar una generosa amnistía para todos aquellos que habían luchado contra la dictadura. El viernes 25 de mayo de 1973 asumió la Presidencia y el domingo 27 fue promulgada la ley 20.508, aprobada por el Parlamento el día anterior. Entre la asunción del gobierno y la promulgación de la amnistía sólo habían transcurrido dos días, pero en esos dos días pasaron muchas cosas.

Un largo fin de semana

Es poco probable que en aquellos tiempos se pensase en un fin de semana turístico. Es cierto que se empalmaban un viernes feriado con un sábado y domingo, pero en el país estaban ocurriendo cosas muy importantes. Después de casi siete años terminaba la dictadura comenzada por Juan Carlos Onganía, continuada por Roberto Marcelo Levingston y dirigida por Alejandro Agustín Lanusse en el último tramo. El general Presidente estaba en retirada y había hecho todo lo que estaba a su alcance para proscribir al jefe del movimiento mayoritario: estableció que para ganar las elecciones era necesario más del 50% de los votos; si no se alcanzaba ese porcentaje las dos fórmulas más votadas debían ir a balotaje. Cámpora quedó al filo de la victoria en primera vuelta (49,5% para el Frejuli y 21% para la UCR), era de manual que con casi 30 puntos de diferencia su oponente no tenía ninguna chance. Ricardo Balbín reconoció la derrota y renunció a participar en una segunda vuelta.

Comenzaron los preparativos para el cambio de gobierno: el traspaso se haría el 25 de mayo en la Casa Rosada. Los aspectos protocolares se cumplirían dentro de lo posible, las improvisaciones estarían a la orden del día. Entre los invitados destacaban los Presidentes de Chile y Cuba, Salvador Allende y Osvaldo Dorticós. Militares y policías debían mostrarse lo menos posible; los manifestantes que colmaban los alrededores de la Plaza de Mayo coreaban: “Se van, se van, y ya nunca volverán”.

En la mañana del 25 de mayo un general Lanusse furioso reclamó a Esteban Righi que hiciese algo; el almirante Carlos Coda, jefe de la Armada, había sido escupido mientras cruzaba la Plaza hacia la Casa de Gobierno. Técnicamente Righi no era ministro de Interior, todavía no había jurado su cargo ante el Presidente. En realidad en ese momento tampoco Cámpora era el Presidente, si alguien debía hacer algo era el propio Lanusse. Desprolijidades como esa se produjeron a montones.

La Larga Marcha

A media tarde muchos de los que estaban en la Plaza comenzaron a moverse; no se estaban desconcentrando para regresar a sus casas, su objetivo estaba en la otra punta de la ciudad: era la cárcel de Villa Devoto. El “Tío” había prometido durante la campaña que los presos políticos serían liberados, y los manifestantes iban a esperar la salida de los compañeros que estaban tras las rejas. En el camino otros se fueron sumando, aparecieron los carteles y las antorchas, los prisioneros de la dictadura aguardaban en la cárcel y los manifestantes no querían faltar a la cita. En otros lugares del país donde había cárceles con presos políticos se producían movilizaciones similares.

En Villa Devoto los pabellones estaban tomados desde la madrugada del miércoles 23 por los militantes revolucionarios, obreros y estudiantiles. En total eran 135 hombres y 87 mujeres que se desplazaban por las celdas abiertas ubicadas entre el segundo y quinto piso. Presos y guardiacárceles esperaban la llegada del 25 de mayo, ese día todo podía cambiar y, de hecho, iba a cambiar.

Preparativos previos a la liberación. Foto: Alicia Sanguinetti.

La crónica periodística cuenta que a cargo del penal se encontraba el prefecto Romualdo Díaz, preocupado porque sus llamados a la Dirección Nacional del Servicio Penitenciario, al juzgado de turno y al Ministerio de Justicia no encontraban respuesta. Hasta su despacho habían llegado varios diputados recién juramentados que procuraban garantías para la vida de los prisioneros políticos y para los 3.000 presos comunes que permanecían encerrados en sus pabellones y esperaban alguna oportunidad para escapar de la prisión. El temor más o menos explicitado era que el mismo día del retorno democrático se produjera un desborde y una masacre dentro y fuera de la cárcel.

Desde un principio se discutieron dos posturas dentro del gobierno: la promesa histórica era la amnistía pero también era posible el indulto. La primera opción requería un poco más de tiempo: un proyecto enviado al Parlamento, el debate en Diputados y Senadores, la promulgación. Se calculaba una semana como mínimo entre la presentación del proyecto y la libertad de los presos. La ventaja relativa era el compromiso de las distintas fuerzas políticas al sancionar una ley que “limpiaba” todo el pasado. El indulto era un perdón, su aplicación era inmediata pero era como una gracia arbitraria otorgada por el Presidente. El gobierno recién asumido no quería usar esa alternativa, reclamaba que los presos comprendiesen y tuviesen un poco de paciencia.

Es fácil reclamar un poco más de paciencia cuando se está del lado de afuera del portón; del lado de adentro cada minuto parece interminable. Pero además pesaba la desconfianza. Cuando se dice “presos políticos” se está hablando de una entidad genérica, un universo en el que conviven distintas fuerzas y distintos individuos. Las mayores fuerzas políticas de ese momento dentro de la cárcel eran los integrantes del PRT y los de Montoneros-FAR. Pero también había otros prisioneros que no respondían a esos encuadramientos, entre ellos dirigentes obreros y estudiantiles.

Tampoco el gobierno era una entidad homogénea: allí convivían sectores democráticos que habían luchado contra la dictadura y otros que tenían más simpatías con quienes habían encarcelado a los combatientes antidictatoriales. ¿Quién podía garantizar que una semana más tarde la prometida liberación sería concretada?

Los presos querían salir sin perder más tiempo, algunos imaginaban que el gobierno podía implementar una liberación selectiva. También desde el gobierno existían desconfianzas: esos presos que reclamaban la liberación inmediata podían estar haciendo una jugada política, mostrar que la liberación no era un mérito gubernamental sino un triunfo de los que se habían movilizado dentro y fuera de la cárcel. Ambos sectores tenían buenos motivos en esa pulseada, cada uno argumentaba pero también presionaba.

Dos documentos históricos

En los días previos a la transición gubernamental las disposiciones carcelarias se fueron flexibilizando; siempre los cambios del viento traen cambios en el clima. El que hasta ese momento era un preso político al día siguiente podía pasar a ser un funcionario gubernamental, eso lo sabían bien los guardiacárceles, y lo que antes estaba prohibido dejó de estarlo. Por supuesto, no hubo notificaciones escritas, esas cosas se detectan en las propias actitudes. Los que visitaban a los presos recibieron un trato más amable, los encuentros entre prisioneros y familiares ya no tuvieron rejas de por medio. El jueves 24 de mayo los contactos directos permitieron algunos intercambios que antes eran imposibles. Fue así como ingresaron un grabador y una cámara fotográfica dentro de la cárcel.

Esa misma noche Paco Urondo se encerró en una de las celdas con los tres sobrevivientes de la masacre de Trelew –María Antonia Berger, Ricardo René Haidar y Alberto Camps–, con quienes compartía prisión en Villa Devoto. Es probable que antes hubiera hablado sobre el tema con alguno de ellos mientras daban vueltas por el patio, pero ahora disponía de un grabador y podía registrar la conversación con los tres al mismo tiempo. Tal vez ya nunca volvería a darse esa posibilidad y ninguno quiso desaprovecharla. Durante horas estuvieron hablando de la situación política, de la fuga del Penal de Rawson, de los incidentes que les hicieron perder el avión que los habría llevado a la libertad, de la rendición y el posterior traslado a la Base Almirante Zar, del asesinato de los prisioneros ocurridos nueve meses antes. Esa conversación tuvo como resultado un documento monumental, el libro La Patria Fusilada, que se publicó por primera vez el 15 de agosto de ese mismo año.

Alicia Sanguinetti fue detenida el 8 de julio de 1970 cuando se preparaba para una operación junto a otros compañeros del PRT. Pasó por varios penales antes de ser trasladada a Villa Devoto. “La cámara me llegó el 24 de mayo, un día antes de nuestra liberación. Ese día, las requisas en el penal eran mucho más relajadas y, siendo justamente día de visitas, mi hermano Ricardo, que estaba haciendo fotografías en la calle para documentar el clima que se vivía en esos días, pudo ingresar a Villa Devoto con la cámara medio oculta. (…) Al irse, Ricardo me pasó la cámara”.

Con gran modestia, Alicia dijo que en ese momento la fotografía era un tema pendiente; en todo caso todavía no era la gran fotógrafa que llegaría a ser en años posteriores. Según sus propias palabras simplemente pensó en registrar el clima que se vivía en el penal, pero el valor artístico y testimonial de aquellas imágenes quedó de manifiesto cuando formaron parte esencial del libro El Devotazo.

Pintadas en las paredes del penal. Foto: Alicia Sanguinetti.

Se movió libremente en el pabellón de las mujeres, se acercó hasta la escalera que llevaba a los pisos inferiores, y alcanzó a tomar algunas fotos del exterior. Durante una década esos negativos permanecieron guardados en una caja, recién al volver la democracia pudo reencontrarse con el material. Las fotografías fueron entregadas al Archivo Nacional de la Memoria (ANM), en la ex ESMA. También una muestra fotográfica completa fue donada al Museo de la Memoria de la Plata.

Y llegó la libertad

Mientras Paco Urondo guardaba las cintas grabadas en la madrugada y Alicia tomaba las últimas fotos dentro de las celdas, en los alrededores se iba congregando una multitud. Al atardecer los guardias vieron desde lo alto la columna portando antorchas que se acercaba a la prisión. Era una imagen imponente, algunos carceleros se habían quitado el uniforme y vestían ropa de calle. Es cierto que en la mañana de ese viernes 25 Cámpora había entregado el proyecto de amnistía para que el Congreso lo debatiera al día siguiente, pero la situación no admitía demoras.

Esteban Righi, quien ya para ese momento era ministro de Interior, habló con el director del penal y le pidió que lo comunicara con Pedro Cazes Camarero, que oficiaba como representante de los presos del PRT-ERP: “Ustedes le dicen a la gente que está en la calle que el gobierno se compromete al indulto, que se retiren tranquilos y todos los presos van a estar afuera en una semana”.

Cazes Camarero había visto la columna sobre la calle Bermúdez y, según contaría años después, la multitud llegaba hasta la Avenida Beiró. Con ese panorama le dijo al ministro: “Mire, Righi, están tirando la puerta abajo. ¿Usted cree que a la gente se le puede decir que se vaya?”.

Todo era un hervidero. En el interior de la cárcel algunos presos ya estaban en el patio, en la calle hasta los vecinos del barrio participaban del reclamo, un camión se había colocado de culata contra uno de los portones y los guardianes temían que escondiera armas para distribuir entre la multitud. Righi consiguió hablar un momento con Cámpora y le describió la situación. Lo de la amnistía podía ser una buena idea pero ya en ese momento resultaba inviable, entonces el Presidente le ordenó preparar el indulto.

Todavía no estaba escrito el documento cuando el secretario general del Movimiento Justicialista, Juan Manuel Abal Medina, llegó a la cárcel. Él no tenía ninguna representación gubernamental, pero la historia no suele detenerse en cuestiones formales. “Adentro era un despelote. Los guardiacárceles estaban muy asustados. Los presos comunes, los más pesados, habían logrado abrir la primera puerta y estaban sobre el pasillo”. Abal Medina tomó un megáfono y mostrando una hoja que tenía en la mano anunció a la multitud reunida frente al penal que todos los presos políticos saldrían esa misma noche. La calle se llenó de vítores y aplausos.

La hoja estaba en blanco, pero ya no se podía dar marcha atrás. Los diputados presentes firmaron un acta que entregaron al director de la cárcel. Los presos comenzaron a salir y a reencontrase con familiares y compañeros. Durante la madrugada, Righi y su equipo confeccionaron la lista de los liberados. El Presidente Cámpora firmó el indulto en la mañana del sábado, cuando ya todos los presos habían salido. También durante ese sábado sesionaron ambas Cámaras para aprobar la amnistía, el domingo la ley fue promulgada. Los hechos habían andado más de prisa que las disposiciones legales.

Fuente: www.elcohetealaluna.com