La epidemia moral

Por Pablo Callejón*

Conocíamos muy poco del coronavirus, pero sabíamos demasiado de nosotros mismos. No como un colectivo homogéneo que algunos describen bajo la generalidad de “la gente”, sino en esa compleja heterogeneidad en las que también podemos ser capaces de mostrarnos como seres injustos, prejuiciosos, irracionales y egoístas. La emoción del aplauso a trabajadores de la salud puede reunirnos a la misma hora y en los mismos lugares donde exigimos que nadie se atreva a meterse con nuestras libertades de contagio. Nos jactamos por desestimar la enfermedad y al poco tiempo, caemos en el miedo y la desesperanza si algún ser querido pierde el ritmo de la respiración por el virus. Hemos sido capaces de exigir el prospecto de vectores adenovirales de una vacuna, aunque conservemos en la alacena los remedios que utilizamos sin prescripción médica.

Hicimos lo que pudimos y casi siempre, actuamos como somos. Las jerarquías y desigualdades sociales no mejoraron por la pandemia. No vamos hacia un mundo mejor. Los que menos tienen tuvieron más dificultades para acceder al agua que desinfecta y al jabón que elimina las secuelas del Covid. La pasaron peor cuando se contagiaron y les costó hallar un lugar en sus hogares donde no contagiar a los otros. Tuvieron más temor de perder sus empleos y se quedaron fácilmente sin trabajo. Fueron estigmatizados por recibir una asistencia social aunque los más ricos obtuvieran miles de millones de pesos en subsidios y garantías del Estado.
No resultamos mejores, ni más justos, ni más solidarios. Hay canadienses o norteamericanos que garantizaron vacunas para todos ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos, mientras otras naciones no logran romper el cerco que imponen los intereses mercantiles de laboratorios y gobiernos centrales. La vacunación se convirtió en una batalla feroz de estrategias lobistas, presiones de producción y desigualdades sanitarias. Hay un ranking que define a los países con mayor cantidad de vacunados y al mismo tiempo, expone a los que aún esperan por un reparto menos desigual del acceso a la única solución posible contra el virus. Son los mismos indicadores que se muestran en los canales de televisión mientras convocan a opinar a un cantante de cumbia que sugiere evitar a las dosis que llegan desde Rusia. El autor de temas como Par-Tusa y Dale Zorrita fue retuiteado por un ex presidente de la República divertido “por su duras críticas al Gobierno”.

Somos los que éramos. La fortuna de los multimillonarios de todo el mundo alcanzó los 10 mil 200 millones de dólares durante la crisis sanitaria, según un informe del banco UBS. un crecimiento de la riqueza que explica cómo se consolidaron los esquemas financieros y la rentabilidad de los negocios aún cuando una amplia parte de la población busca evitar el contagio de la enfermedad y el aturdimiento por el hambre.

La pandemia sanitaria reprodujo nuestras pestes morales. Pero, dejó emerger también a los que se rebelaron sin más armas que sus propias convicciones, sin mejores herramientas que la decisión heroica de dar sus vidas por los otros. Las que ampliaron el mesón del comedor comunitario y pasaron la noche bajo la llovizna fría para controlar la temperatura de conductores en las rutas. Conocimos la historia de Raúl, el enfermero que había experimentado su solidaridad en una misión de paz en la ONU y falleció a los 55 años después de asistir de urgencia a pacientes con alta carga viral. Hubo otros gestos inconmensurables como el llanto de las compañeras de Patricia por un último adiós entre globos con guantes de terapia y aplausos que interrumpieron la calma de un mediodía de octubre. Nunca faltaron los pibes del camión de Cotreco que retiraban cada día la basura, ni los playeros de las estaciones de servicio, ni el plantel de empleados del supermercado. Y también estuvo Adrián, el almacenero que nos repartía la mercadería cuando nadie podía salir de casa.

Conocimos a las y los voluntarios que ayudaron a desplegar un sistema inédito de testeos para detectar la portación del virus. Y las fuerzas de seguridad no solo custodiaron la efectividad del plan, sino que fueron ejecutores de un despliegue en favor del interés prioritario por las estrategias de salud que salvan vidas.
Aprendimos a telefonear más seguido a nuestros viejos y a conmovernos frente al recuadro de una videollamada. Entre los mensajes de emoción violenta de quienes supuran sus odios en posteos de Facebook, surgieron también las redes de contención para mitigar los días de los desolados. Nos dimos mensajes de aliento, prometimos una vida mejor y aunque no podríamos estar seguros, nos prometimos que todo finalmente pasaría.
Río Cuarto ya suma más de 10 mil casos por Coronavirus y la Provincia, unos 128 mil contagios. El 94 por ciento de los afectados logró recuperarse, aunque más de 2.500 personas murieron en Córdoba desde el inicio de la enfermedad. La cifra se eleva a casi 45 mil muertes en todo el país y a un millón 900 mil decesos en el mundo.
El último informe epidemiológico del Ministerio de Salud cordobés reveló que el tiempo de duplicación de casos es de 244 días y que hay un 20,6 por ciento de camas ocupadas por pacientes con Covid. Los números aumentan, pero el Gobierno asegura que no se trata de la segunda ola sino de un principio de rebrote. La primera etapa del proceso de vacunación logró avanzar en la inmunización de 10.750 agentes de salud en los 25 centros habilitados en todo el territorio provincial.

El desarrollo de la temporada turística y el crecimiento de casos no derivaron en nuevas restricciones a la circulación y las actividades, aunque el gobierno prevé incrementar los testeos a 15 mil por día para intentar identificar más rápidamente los contagios. Además, impulsan “Puntos Salud” con puestos sanitizantes en los centros de veraneo.
La Provincia cuenta con 2.398 camas para enfrentar la epidemia y del total, 942 están dispuestas para pacientes críticas y 1456 con sistemas de oxígeno. El objetivo sería sumar otras 495 unidades para enfrentar la segunda ola. La mayor dificultad apunta a la imposibilidad de multiplicar los trabajadores de áreas sensibles, fundamentalmente en terapia y especializaciones ligadas a la lucha contra la pandemia. El doctor Jorge Aliaga, físico e investigador del Conicet, advirtió que “demorar medidas restrictivas y esperar a que aumente la capacidad de ocupación del sistema sanitario es un error”.
“Si suben los contagios, un porcentaje de esas personas deberá recibir asistencia con internación y algunos morirán. Cuando el sistema colapsa se suman muertes adicionales y prevenibles”, advirtió.

La reproducción de enormes concentraciones populares en playas y espacios de recreación, la proliferación de fiestas ilegales y el relajamiento social ya no encuentran en los discursos políticos la convicción que logre contrarrestar las inconductas que aceleraron la ola de contagios. En la Nación, las provincias y los municipios el desgaste por los efectos de la pandemia debilitó las decisiones que dejaron de ser obligatorias para quedar a merced de la discrecionalidad. Las medidas se convirtieron en meras sugerencias y las prohibiciones de las reuniones clandestinas no fueron acompañadas por mecanismos de control capaces de confrontar la rebeldía social. Los gobiernos cerraron los ojos en un intento de negación sobre lo que ocurre a sus espaldas. El esquema de aperturas y cierres de actividades derivó en una compleja trama donde resulta difícil advertir lo antojadizo de lo pertinente. Las lecciones que llegan desde Europa tampoco convencen a quienes desestiman el impacto de un nuevo frente de contagios antes de alcanzar una inmunización masiva por las vacunas.

Nos conocíamos demasiado para imaginar que todo podía ser distinto. Ni siquiera hubo una revalorización profunda del Estado a pesar de convertirse en el único instrumento de alcance colectivo ante un mercado que solo buscó sacar tajada de la enfermedad. Los medios hegemónicos consolidaron su rol de grupos económicos en defensa de las prepagas y a contramano del rol que la Salud pública ejecutó durante la pandemia. La política volvió a las tribunas detrás de los arcos, donde levantan sus banderas las barras bravas de soluciones mágicas que siempre juegan al ajuste y el desfinanciamiento del Estado cuando son gobierno. Sabíamos de nuestras virtudes y de nuestras miserias. De nuestras exigencias individuales y los olvidos comunitarios. Aprendimos a convivir con la enfermedad apelando a las mismas herramientas que nos describen, ese lugar donde nos recluimos en nuestros egoísmos y los instantes de solidaridad. Y a pesar de todo, continuamos en esa gestualidad de la supervivencia, un acto supremo que impide resignarnos al dictamen definitivo de la muerte. Una lucha irrenunciable contra los dictados del virus y la desigualdad de los vencidos. La epidemia que no es solo sanitaria, sino moral.

*Periodista