Un Espacio de Educación Popular es parte de la FeNaT-CTA Villa María

Por Verónica Franco

El espacio comunitario “Un Rayito de Esperanza” del barrio “Las Playas”, de Villa María, está por cumplir 20 años de historia y se embarca en la creación de una Biblioteca con perfil latinoamericano. Es parte de la organización socioterritorial de la CTA-A, la Federación Nacional Territorial, y realiza diversos trabajos comunitarios a través de la educación popular, con el protagonismo de las niñeces y mujeres migrantes, originarias y de sectores populares.

El espacio comunitario “Un Rayito de Esperanza” es un centro cultural, social, pedagógico y alimenticio que forma parte del trabajo socioterritorial de la Federación Nacional Territorial (FeNaT-CTA Autónoma) en la ciudad de Villa María.

Está ubicado en el barrio popular “Las Playas” y realiza actividades con fuerte perspectiva comunitaria, como la asistencia alimentaria de una centena de infancias, un ropero comunal con el que se visten las familias del barrio, una huerta, una feria para la autogestión de la institución y una reciente biblioteca popular llamada “Copa de Letras”. Un “Rayito de Esperanza” tiene la impronta de ser un espacio de cuidado y participación de y para las infancias y las mujeres. Así lo refleja el modo en que, por ejemplo, les niñes son parte del armado de la Biblioteca. Han decidido su nombre en asamblea, con la participación y voto de todos y todas.

Jesús Chirino, uno de los coordinadores de la Federación Nacional Territorial y uno de los delegados normalizadores de la CTA Autónoma Regional Villa María, sostiene que es un orgullo que este espacio sea parte de la CTA Autónoma, ya que “decidir entre todos es algo que debe destacarse como un acto pedagógico para los chicos”, y que esa acción va más allá del discurso, se pone el cuerpo en la asamblea para soñar y comprometerse.

Todas las actividades que se realizan tienen una impronta social desde la educación popular. Trabajan con la corriente del protagonismo infantil, donde la palabra la tiene la niñez y los adultos escuchan, y desde la experiencia de la adultez generan un espacio de tranquilidad donde todas las voces puedan ser oídas.

Liliana Costabello (foto), quien coordina el espacio desde hace 18 años, es trabajadora social estudiada en el Instituto Terciario INESCER. Se presenta como hija de padres de clases populares, más bien como hija de la estructura de pobreza, que debió trabajar siempre para costear sus estudios y por eso dice que la educación debe ser popular y pública.

Costabello es secretaria de educación en el Banco Credicoop, cree fervientemente en la economía social y cooperativista, no como una alternativa sino como una herramienta real y concreta para la supervivencia de todas las clases, principalmente de las populares y las mujeres con las que trabaja.

Cuando habla de las personas que sostienen el espacio “Un Rayito de Esperanza” se refiere principalmente a las mujeres que son siempre las que están en la primera fila de la trinchera para dar respuesta a las crisis. La coordinadora explica que, como pasa en la mayoría de los espacios de cuidado comunitario, en los merenderos y comedores , las mujeres realizan una tercera jornada laboral, “trabajamos en nuestras casas, fuera de casa y nos hacemos cargo de centros comunitarios donde cuidamos a las niñeces y nos cuidamos a nosotras mismas, entre nosotras”.

Un “Rayito de Esperanza” trabaja desde perspectivas pedagógicas de pensamiento crítico, anticoloniales y atravesadas por el feminismo comunitario. Este último busca construir saberes desde la realidad de las mujeres andinas, quechua hablantes y villamarienses de clases populares, y desde ese lugar luchan por la igualdad de derechos y accesos.

“Las mujeres con las que trabajamos están atravesadas por una multiplicidad de intersecciones, son mujeres pobres, cuasi analfabetas, padecen altísimos niveles de violencias, algunas de ellas son inmigrantes bolivianas, quechua hablantes y descendientes de pueblos indígenas. Es una mixtura que las hace no calificar del mercado laboral”, explica Cortabello.

Las mujeres andinas, quechua-hablantes que componen “Un Rayito de Esperanza” hablan desde lo comunitario y lo colectivo porque creen que la batalla es cultural.

“La subordinación y sumisión de los pueblos latinoamericanos es a través del pensamiento y la construcción de conocimiento” explica Costabello. Por eso, dice, es que no quieren dar continuidad y reproducir conocimientos que tienen perspectivas patriarcales, androcéntricas y eurocéntricas, y al contrario recatan y hacen propias las lenguas originarias. “Construimos conocimiento desde latinoamérica, que habla de que somos un pueblo abigarrado, superpuesto y manchado de diferentes culturas” agrega la coordinadora.

La nueva Biblioteca popular “Copa de Letras” tendrá todos autores y autoras latinoamericanas. Desde ese lugar Costabello demanda que la biblioteca oficial de Villa María no tiene ningún diccionario de lengua originaria. “Por eso nuestra intención es ocupar ese inmenso espacio vacío que tiene la ciudad de aprendizaje, que es reconocer a los autores latinoamericanos, locales, en un humilde espacio que es un centro comunitario de un barrio popular. Vamos a lograr que la gran biblioteca de Villa María tenga un stand exclusivo de material latinoamericano pensado y pechado desde un barrio popular” sostienen desde “Un Rayito de Esperanza”.

Una respuesta organizativa a la crisis del 2001

Las actividades de “Un Rayito de Esperanza” se extienden por todo el barrio. Desde la crisis del 2001 habitan la vereda, la calle, la plaza y toda la ciudad con sus ideas y proyectos.

En el 2002 un grupo de vecinos y vecinas del barrio Las Playas se autoconvocó para fundar la copa de leche con el nombre “Un Rayito de Esperanza”. Los primeros años trabajaron arduamente asistiendo la cuestión alimentaria de unas 100 niñeces. Desde hace casi 20 años hasta el día de hoy están de lunes a viernes entre las 17 y las 20 con la misma labor.

Costabello narra al espacio como producto de la crisis 2001. “Nuestra ciudad (por Villa María) tenía un altísimo índice de niños y niñas con bajo peso y desnutrición”. La coordinadora dice que este dato fue reconocido por el Estado Municipal de Villa María mediante la presión de organizaciones sociales que trabajan con niñeces en la ciudad, así como también se reconoció que estaban haciendo el trabajo de un Estado ausente.

Tras 20 años de historia, está convencida de que “desde los espacios populares se construye la transformación”.