Crisis de representatividad: Cuando la política deja de ser de todos

Por Sergio Coria*
En Argentina, la política ha dejado de sentirse como un asunto de todos. Se percibe cada vez que la participación electoral cae, cuando los partidos se vacían de debate interno, los medios instalan discursos que desmovilizan y la protesta social es criminalizada.
La crisis de representatividad no es nueva, pero sus consecuencias actuales son más graves: Unos pocos concentran el poder mientras la mayoría queda al margen del juego democrático.

Una democracia que pierde interés

La participación electoral en los sectores populares puede caer hasta un 40 %, mientras que el promedio nacional apenas supera el 55 %. Más del 65 % de los argentinos se declara disconforme con el funcionamiento de la democracia y más del 60 % desconfía de las instituciones.
El interés puede subir coyunturalmente, pero la participación real sigue en descenso. Sin involucramiento ciudadano, la representación se erosiona y la democracia pierde vitalidad.

La política como carrera

Se ha instalado la idea de que para dedicarse a la política hay que ser “político de carrera”. Esa lógica, que genera estructuras cerradas y jerárquicas, contradice el espíritu constitucional que garantiza la participación amplia.
La alternancia en los cargos no es un capricho: Busca evitar la concentración de poder. Cuando una “casta” profesional monopoliza la vida pública, la democracia se vuelve opaca y pierde legitimidad.

Representantes que no representan

Otra consecuencia de este esquema es la pérdida de vínculo con los representados. Con frecuencia, quienes ocupan bancas terminan respondiendo a intereses sectoriales o al financiamiento de campaña, en lugar de defender a la ciudadanía que los votó.
La política se transforma en un juego de favores, mientras el pueblo queda relegado al papel de espectador y víctima de la indiferencia.

La grieta como cancelación del debate

La llamada grieta no es un fenómeno natural: es una construcción política y mediática que clausura el debate entre posturas legítimas.
Si no logramos desactivar la lógica de la polarización, será imposible alcanzar los consensos básicos que cualquier democracia necesita para funcionar.

Medios, mensajes y control social

Los medios de comunicación cumplen un rol decisivo: instalan verdades que desmovilizan. “La política no sirve”, “todos son iguales” o “mejor no involucrarse” son narrativas que desalientan la acción colectiva.
Frente a eso, urge revitalizar la vida interna de los partidos, abrir debates reales y promover candidaturas con solvencia técnica y ética.
De lo contrario, seguiremos arrastrando una democracia que, tras más de 40 años, no logra resolver la pobreza estructural.

Protesta social: La doble vara del poder

El artículo 22 de la Constitución sostiene que el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes. Pero, ¿qué ocurre cuando esos representantes no cumplen su función? El reclamo popular encuentra entonces en la calle un canal legítimo.
Sin embargo, la protesta se criminaliza, dejando en claro que no es el corte en sí lo que incomoda al poder, sino la causa. Si se interrumpe el tránsito por un festejo deportivo, un recital o una festividad, el poder lo tolera e incluso lo celebra.
Pero si la interrupción responde a un reclamo social, se reprime. El mensaje es inequívoco: Lo que molesta no es la calle cortada, sino el cuestionamiento al poder.

Poder sin control, acumulación sin límite

En ausencia de participación activa, el poder tiende a acumularse. Desde prácticas nepotistas hasta decisiones de alto impacto sin debate, la política se convierte en un botín de pocos.
Cuando la ciudadanía no ejerce control, el poder se reproduce sin límites y la representatividad se disuelve.

La apropiación privada de los cargos públicos

Existen políticos que han ocupado cargos durante décadas. Ese fenómeno puede garantizar experiencia, pero también consolidar privilegios y erosionar la democracia. Estamos recogiendo información para confeccionar un ranking de esos “servidores públicos” que, en muchos casos, terminan sirviéndose de lo público.
Encontramos que hay casos que asumieron un cargo público en el 83, con el advenimiento de la democracia, y nunca más lo dejaron. Lo cierto es que la representatividad no se agota en el voto: depende de cómo se ejerce el poder y de la vigilancia ciudadana.
Una democracia en riesgo
La crisis de representatividad en Argentina no es un problema abstracto. Afecta directamente quién decide, quién se beneficia y quién queda excluido. La participación ciudadana es el único antídoto. Sin ella, la política se vacía, los partidos se fragmentan, los intereses sectoriales reemplazan al interés común, la grieta anula el debate y la protesta social es criminalizada.
La pregunta final es ineludible: ¿El sistema representativo ha quedado obsoleto? Y si así fuera, ¿qué nuevos modelos estamos dispuestos a pensar para garantizar el “bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”?
* Periodista. Ex dirigente del Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación de Córdoba (Cispren-CTAA)