Luis Acosta García: Otro “maldito” excluido de la historia oficial

Luis Acosta García nació en 1895 y murió en el año 1933.
Payador libertario, nacido en Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires, el 22 de diciembre de 1895. Desde chico fue boyero en su pago, desempeñó los mil y un oficios rurales, entre ellos el de peón de estancia y tropero, hasta que su vocación por el canto y la actuación lo llevaron a engancharse con un circo trashumante que pasaba por la zona.
Tenía 16 años y, en ese nuevo ambiente, que tanto lo atraía, aprendió el noble oficio de payaso, que alternaba con la guitarra y el canto improvisado, otra de sus especialidades.
Hacia 1920, ya conocido en la campaña, debutó en Buenos Aires, en el Parque Goal de la Avenida de Mayo, reducto de cantores y payadores. Por esa época lo conoció su colega y compañero de idea Martín Castro, quien le cantó:
“Yo lo conocí trovero
cuando recién llegó al pago,
le decían como halago
el payador dorreguero;
al poco tiempo el llanero
dejó de ser payador,
desde entonces fue cantor
de la masa proletaria,
del insurrecto y del paria,
del linyera y del pastor”.
A través de revistas populares como “El alma que canta” o “El canta Claro” y de humildes folletos de masiva tirada, difundió su poesía, afirmada en el concepto hernandiano de cantar opinando. Pero sobre todo, lo hizo “en vivo”, llevando su arte de versolari criollo por glorietas, bodegones y boliches de campaña y extramuros.
Cantó en contrapunto con los máximos repentistas de la época, desde Ambrosio Río hasta Tomás Davantes y Donato Sierra Gorosito. Pero su principal contendor fue Evaristo Barrios, el cantor de Atalaya.
En la década del ’20, junto a Estela Correa (su compañera) y el payador Lorenzo Orlando, forma el trío nativista “Los últimos gauchos”. Después Orlando será reemplazado por Juan B. Fulginiti, payador y amigo de Agustín Magaldi.
Éste, por entonces en el apogeo de su éxito, le musicaliza “Dios te salve m’hijo”, un tango en el que nuestro poeta se muestra tan desconfiado del “patrón” como del “doctor”, es decir del partido conservador como de la reparación yrigoyenista. Pese a que existe una versión de que simpatizó con el radicalismo (posiblemente después del ’30), toda su obra denota una clara influencia anarquista.
Magníficamente dotado para la improvisación, Acosta García tuvo, como buen payador, predilección por la décima:
“No es deshonra la pobreza
ni es rico el vicioso inculto,
que en horripilante insulto
juzga la naturaleza;
hay quien con oro y riqueza
compra y vende a las mujeres;
yo los contemplo a esos seres,
vestidos de literatos,
como a ruines mentecatos,
con sangre de mercaderes”
(“El alma que canta” Nº 70, junio de 1924), pero también fue un consumado cultor de otros modos del verso:
“Al verte triste, amacetado y viejo,
cierro los ojos, doradillo mío,
y veo en mi alma, como en un espejo,
de tus jornadas el pasado brío”.
Después de 1929, fallecida su esposa, con la que residía en Bahía Blanca, el payador abandonó esa ciudad, afincándose en Rosario, donde volvió a casarse, con Cecilia Marcon, y tuvo dos hijos. Falleció en esa ciudad el 31 de diciembre de 1933.
Ausente hasta de la exhaustiva “Historia y antología de la poesía gauchesca” de Fermín Chávez (Marcus, 2004), en la que figuran autores tan poco “gauchescos” como Jorge Vocos Lescano y Juan L. Ortiz, es pertinente citar al final, estos versos que le dedicó su contemporáneo Atahualpa Yupanqui:
“Lo mentaron algún tiempo el peón, el estibador,
el hombre de siete oficios, los paisanos del frontón,
y como la vida tiene su ley y su sinrazón,
le fue llegando el olvido, y el olvido lo tapó.”
Por Juan Carlos Jara-Los Malditos. Volúmen IV-Página 39, Ediciones Madres de Plaza de Mayo.
Publicado en Pensamiento Discepoleano