Ojo por ojo, hambre por hambre, frío por frío

Por Alfredo Grande

El Cdigo de Hammurabi se escribió sobre columnas de piedra de dos metros de altura. Aproximadamente 1700 años antes de la era cristiana. Consta de un prólogo, 282 leyes y un epílogo, donde se regula la vida social y económica en todos sus aspectos, estableciendo un riguroso e implacable sistema penal, basado por lo general en la conocida “Ley del Talión”, o lo que es lo mismo “ojo por ojo, diente por diente”.

En contrario a la versión que siempre ha difundido la cultura represora, tendía a limitar la “justicia por mano propia”. Cabe aclarar que muchos que cuestionan la justicia por mano propia garantizan la injusticia por mano ajena. O sea: la impunidad. Quien cometía un delito, se le aplicaba un castigo similar.  O sea: se mantenía el llamado principio general de equivalencia. Este principio es quizá la regla más antigua en la humanidad y lo que permitió el pasaje de la horda, último colectivo natural, a la alianza de humanos y humanas, primer colectivo cultural.

Cuando digo alianza, digo un dispositivo donde todos y todas sus integrantes, están en condiciones análogas entre sí.  No hay hijos y entenados. Cuando los hay, y penosamente siempre los hay, se rompe la alianza y se pasa a un equipamiento llamado pacto perverso. Pero la trampa de la cultura represora es que a ese pacto perverso lo sigue llamando alianza. O consenso. O Unidad. O Juntos. Toda la parafernalia del encubrimiento.

Los pactos perversos a veces se denominan círculo rojo o mesa chica. Se les otorga una dignidad de la cual carecen desde el origen. A pesar de las primarias abiertas, los pactos perversos están a la orden del día y mucho más a la orden de la noche. Una de las razones, no la única, pero quizá la fundante, de esta democracia en primeros, segundos y terceros auxilios, es el pasaje de la supuesta alianza a una multiplicidad de pactos perversos. El paso de tragedia del precandidato que no fue (parafraseando a Bonasso) es la penúltima muestra, ya que la última está por verse y quizá por hacerse.

Un espacio donde los pactos perversos son lo cotidiano, es el Estado.

Desde la división de poderes, que en realidad es una multiplicación de pactos perversos. En los viejos tiempos se llamaba fragotear. Hay pocas sesiones porque todo es off shore. El peor de todos. Los paraísos democráticos de restaurants, spa, retiros espirituales, avances no tan espirituales, viajes internacionales, reemplazan el trabajo en comisiones, sesiones ordinarias, extraordinarias, más ordinarias y nada extraordinarias.

Los funcionarios de todos los niveles, incluso de niveles muy bajos, pretenden solucionar problemas que no conocen. Más aún. Problemas que han causado legiones nefastas que nos han dejado 40 años de pactos perversos. Hablan, hablan y hablan de cosas que no han vivido. Ni hambre, ni frío, ni enfermedades por desnutrición, ni las implacables intemperies. Explican cómo resolver los problemas de los otros y otras, pero no los padecen. Ni los entienden. Creen que el hambre es un porcentaje, es ganas de comer, es soñar con un mega bacon, pero el hambre es un cuchillo en las tripas. El frío no es una marca térmica. Es el abrazo de un oso de papel de lija. Los cuerpos deformados por dietas exclusivas en harinas, a veces con gorgojos, y dientes picados y ausentes con aviso. Pero sin arreglo. Si al menos los funcionarios se callaran. Por eso hay que callarlos y escuchar para otro lado.

El Código de Hammurabi no es cruel. Y no tienen derecho a decirlo todos y todas que de la crueldad han hecho una planificación sistemática para todas las formas de sufrimientos. Lo dicen porque quieren mantener todas las formas de impunidad. Las que nuestros códigos actuales garantizan. Será justicia. Pero no es.

Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar