Pellegrini, la nueva villa en Río Cuarto

Por Javier Lucero*

Ha nacido una nueva villa en la ciudad de Río Cuarto. Está ubicada sobre la calle Carlos Pellegrini y así se la conoce. “Todavía no tiene nombre”, dice Mario Farías, un pastor que vive en el sector hace unos tres años y da testimonio de la explosión de construcciones precarias que se produjo desde entonces. “Había cuatro casas cuando vinimos y ahora viven más de veinticinco familias”, dice el hombre que se fue con los suyos de Vicente López y Joaquín González porque ya no podían pagar el alquiler.

Cuando se baja por Carlos Pellegrini hacia el Puente Negro o hacia la cancha de Defensores, se destaca en el caserío informal un arco de bienvenida que mide unos cinco metros de alto. Es la bienvenida a la Iglesia Evangélica de Farías.

Ingresando por la misma calle del arco religioso, un pasaje recto que terminará en las vías, hay más de doscientos ladrillos dispuestos en el suelo. Son block secándose.

Si se sigue por la Carlos Pellegrini, dejando a un costado el pasaje de la bloquera, se llegará al puente Negro o Ferroviario.

En el camino, detrás de unas ropas tendidas casi sobre la calle, María Ester Brizuela, no tarda en presentar la lista de necesidades: “Chapas, tirantes, trabajo, luz, que pase Cotreco”. La mujer cuenta que vive allí con sus tres hijas y no tarda en revelar una situación que la persigue: “dicen que maté a mi ex marido, porque apareció ahorcado, por eso hay gente que ya no nos ayuda”.

A su lado vive Carla Marchessi, que está con sus mellizos y el mayor de los hijos en la puerta de su casa mientras su marido sale con una carretilla. Viven aquí hace un año. Dejaron de alquilar en la General Bustos y decidieron comprar una pequeña construcción por 30 mil pesos, aunque no tengan agua, ni luz, ni cloacas y difícilmente lleguen esos servicios de un modo adecuado porque todos son terrenos fiscales. “Necesitamos un contenedor, porque viene la gente y tira la basura acá”, reclama Carla, quien cuenta que los ingresos en su casa son por el trabajo de su marido, empleado de AVEX.

Lucía Díaz sigue con atención los movimientos que se producen en el sector. La joven mamá tiene una criatura en brazos. “Vivíamos en Casilda y estamos viviendo acá hace un año. Antes habíamos comprado una casita en otro lugar, pero fuimos estafados, así que acá nos prestan una habitación”, dice Lucía, madre de tres niños.
Varios hilos de humo se ven de distintos montículos de basura que son reducidos con fuego. Los intrincados pasajes del caserío le dan también el aspecto de villa que fue creciendo a medida que el sistema va expulsando a los más vulnerables.

Una pequeña construcción de tres por tres está rodeada por alambrado. Al frente hay una canilla a la que se le acerca un pequeño y su mamá va tras él parar evitarla que la abra. Es Yohana Escudero, que vive aquí hace dos años, con sus cuatro niños y su marido, albañil. La canilla hacia la que iba el más pequeño de sus hijos es la provisión de agua que tienen. El Emos ha instalado unas pequeñas cajas, meses atrás, acercándoles el servicio, aunque de un modo informal.

La joven de 27 años hace un silencio largo cuando se le pregunta cómo imagina el futuro. Vuelve su cara hacia la pequeña habitación que comparten los seis, mientras mantiene el suspenso de la respuesta. “En el futuro a lo mejor podemos hacer otra pieza, acá la tenemos marcada, pero es muy difícil construir. Imagínese que en dos años sólo pudimos hacer esto”.

“Pero ahora les prometí a mis hijos que les voy a hacer el baño. Se lo voy a hacer con el IFE. El martes cobro y ya saben que este mes no les podré comprar nada a ellos porque haremos el baño”. Yohana confiesa que los niños no la pasan bien sin baño y la nena a veces no quiere hacer sus necesidades “porque le duelen las piernitas al sentarse”.
Darío Sosa dejó el barrio Industrial porque ya no podía pagar el alquiler y compró por siete mil pesos una construcción en el lugar hace cuatro meses. Sabe que son terrenos fiscales y nadie le podría vender algo que no es de él, pero igual se acostumbra a estas transacciones en un lugar olvidado por la ciudad.

La casa de Darío es la que tiene una bandera argentina, cuyo mástil también se destaca entre los techos bajos nacidos a la orilla de las vías. Invita a ingresar a su casa y muestra las mejoras que le realizó. También está haciendo, con el IFE, una piecita de tres por tres para una de sus hijas, con el objetivo de que deje de pagar alquiler. El hombre tiene limitaciones para trabajar, un treinta por ciento de invalidez en una pierna después de que un perro lo hizo caer de una moto, y tres hernias que le han dejado su vida de albañil.

Subiendo rumbo a las vías, una casa construida con retazos de madera, aglomerados, chapas y ladrillos, se destaca por tener en sus alrededores una pequeña huerta, un mini gallinero y una jaula con grandes conejos. Allí vive Robinson López, con su mujer y cinco chicos. La familia vive aquí hace cuatro meses, aunque hace un año dejaron Palma Sola, el pequeño pueblo jujeño, ubicado en la punta de la bota, en el límite con Salta, que cada año tiene menos habitantes.

Robinson, que se declara amante de la naturaleza, tiene muchos proyectos. Uno es el de elaborar desinfectantes naturales. “Utilizando agua electrolizada, de un modo sencillo utilizando agua y sal, mediante un proceso químico se puede obtener agua sanitizada, por ejemplo”. Mientras acompaña hacia la parte posterior de la casa, cuenta que para sus proyectos son necesarios cobre coloidal y plata iónica. En lo que sería el patio de la casa muestra una estructura de más de dos metros construida con caños de hierro. “Esto puede arrojar líquido sanitizante y generar desinfección de una persona ante el coronavirus, a mi me gustaría que se pusiera en marcha este sistema y se pueda usar en algún hospital”, dice el hombre.

Manuel Suárez llegó a este lugar hace dos meses. Vino se San Francisco con sus dos de sus tres hijas. Vive en una de las construcciones más precarias, hecha de chapas y nylon, y se esperanza con que la Senaf no le retire sus niñas en los próximos días.

Juan, de Colonia Aurora kilómetro 20 Virgen La Aparecida, Misiones, deja que el sol del otoño temple su cuerpo mientras está sentado al lado de la piecita más cercana a la vía. Apenas dos metros la separan del tren que periódicamente acarrea miles de toneladas de soja. “Hace un tiempo se vino mi hijo y no volvió más. Mi señora me dijo que viniera a buscarlo, vine pero yo también me quedé. Luego traje a toda la familia”, dice el hombre que hace un mes vive solo aquí, envuelto en los recuerdos de leñador de la selva misionera y de los idiomas que aprendió de niño.

-¿Y cómo se dice “buen día” en Guaraní?

-Vaé yapá. Y en portugués se dice bon yía, o boa taryi o boa noichi.

*Periodista. Secretario Gremial del Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación de Córdoba (Cispren-CTA) Seccional Río Cuarto

Fotos: Santy Lucero