Por Laura García Tuñón*
Este viernes la noticia de que un grupo de chicos y chicas adolescentes estaban organizando una supuesta matanza en su escuela secundaria de Escobar, provincia de Buenos Aires, me conmocionó. Y creo que nos conmocionó a muchos y muchas. A los docentes, las familias y a los estudiantes de la escuela principalmente. Nadie sabe si era verdad, pero el miedo a que pudieran llevar adelante eso que estaban planificando sonaba bastante real. Tiroteos en las escuelas suelen pasar en otros países y los miramos por TV, en la Argentina sólo hubo 2 casos de tiroteos en escuelas.
El centro del debate, que apareció estos días en todos los análisis sociales y mediáticos tuvo que ver con la impotencia, las responsabilidades y la victimización que suele acompañar a las culpas. Pero, ¿qué rol tienen el Estado, las familias, las organizaciones sociales en la construcción de las infancias y adolescencias? ¿Qué rol tiene la escuela que no siempre puede ver qué les pasaba a estos adolescentes?
Y nos preguntamos, ¿qué pasa con la escuela, con los chicos y las familias para que por juego o no, los chicos y chicas hablen de muerte y destrucción? Carina Kaplan nos dice que: “Nos conmocionan las prácticas de crueldad de niños y adolescentes. Entonces ensayamos respuestas para responsabilizarlos: que su familia de origen, que su salud mental, que la mala junta, que el consumo o las redes. Pero no nos animamos a hacernos cargo como adultos que estamos construyendo una sociedad anestesiada que no nos forma para sentir empatía por el otro y no ser indiferente al dolor ajeno. La crueldad de los adolescentes es nuestro espejo en donde no nos queremos ver”. Y por supuesto, la escuela no es ajena a esto. Tenemos que ser honestos y preguntarnos también cómo somos nosotros como adultos y cómo formamos a las nuevas generaciones.
Podemos ensayar distintas preguntas y respuestas. Pero una de las primeras cosas que reflexiono es que como escuela hemos perdido el sentido de comunidad educativa. La escuela tiene el deber de ser un refugio emocional que interrumpa las violencias naturalizadas y que eduque para reparar la deshumanización fomentada desde el poder y en la que todos vivimos hoy. Y después enseñar matemática, lengua o historia.
Existe una violencia enorme en las calles, en los medios, en las redes y que también se promueve desde la presidencia y la política. En la Argentina los niños de los barrios populares se despiertan en las noches con allanamientos en sus casas sin órdenes judiciales, con policías que entran pateando puertas, que los invitan a robar para ellos a cambios de dejarlos tranquilos. O con la violencia de no tener para comer, con padres y madres desocupados y la falta de vivienda. Y ante semejante crueldad, para enfrentar esa violencia, tenemos que animarnos a construir los lazos de cada comunidad educativa, para después ser capaces de construir la comunidad en nuestros barrios y así poder transformarlos. Como escuela tenemos que animarnos junto a los chicos y chicas a pensar y trabajar para que el autocuidado, el cuidado del que tengo al lado y el cuidado colectivo sea un acto de rebeldía.
Junto a nuestros y nuestras estudiantes tenemos que entender que el cuidado no es solo para los bebés. Que cuidar no es sólo nutrir. Sino que es sostener la memoria, cultivar la justicia y tejer la vida en comunidad. El cuidado es un acto político, una práctica cotidiana que desafía las estructuras de poder y propone otros mundos posibles. Es resistencia y creación de comunidades justas y plurales conectadas con nuestro entorno y con nosotros y nosotras.
Ante la violencia, tenemos que poder transformarnos y transformar la sociedad. Y creo que tenemos que empezar en la escuela.
6 de abril 2025
*Congresal Nacional de la CTA Autónoma. Coordinación del Encuentro entre Docentes y Educadorxs Populares (ENDYEP)