A 31 años de la muerte de Astor Piazzolla

El 4 de julio de 1992 Astor Piazzolla pasó a la inmortablidad. El hombre que rompió los límites de lo que Discépolo definió como un “pensamiento triste que se baila” (el tango). El genial músico, el cascarrabias sempiterno, el seductor vitalicio. El autor de varias de las canciones más hermosamente tristes de la música popular argentina, capaz de proyectarse al mundo en dos o tres acordes.

Pensar en “Adios Nonino”, “Libertango” y “Años de soledad” como muestras-botón, apenas, invita a la experiencia íntima de una dulce melancolía que no distingue de tiempo ni lugar. Pese a eso, Piazzolla es un tesoro nacional: si el aeropuerto de Río de Janeiro se llama “Antonio Carlos Jobim”, el de Buenos Aires debería llamarse “Astor Piazzolla”.
Astor Pantaleón Piazzolla nació el 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata. Sus padres fueron “Nonino” y “Nonina”, Vicente Piazzolla y Asunta Manetti, los dos marplatenses y evidentes descendientes de italianos.

Astor se llamó Astor por Astor Bolognini, un amigo de su padre, que había sido primer cello en la Orquesta Sinfónica de Chicago, y Pantaleón por su abuelo paterno. Sus abuelos habían emigrado del norte y del sur de Italia: de Lucca, en la Toscana, y de Trani, en la región de Puglia. Cuando Vicente y Asunta decidieron mudarse a Nueva York, el pequeño Astor -afectado por una deficiencia física que lo acompañaría toda su vida- tenía 4 años. Así se crió en el Lower East Side de Manhattan, y aprendió el tango de los discos de Gardel y De Caro que su padre solía acompañar con el acordeón y la guitarra.

Su primer bandoneón se lo regalaron cuando tenía seis años. Su padre siempre quiso que fuera músico y lo hacía escuchar a la orquesta de Julio de Caro. Pero cuando se apareció con una caja, Astor pensó que eran los patines con los que soñaba. A “Nonino” le había costado 19 dólares en una casa de compra y venta de objetos usados. Piazzolla cuenta en sus memorias que nunca supo a quién había pertenecido, pero lo conservó toda su vida.

En esos años conoció a Carlos Gardel y participó como canillita en la película El día que me quieras. Un día se animó a tocar el bandoneón frente al mito. Y el “Mudo” le dijo: “Pibe, vos tocás el bandoneón como un gallego”.

Cuando la familia regresó a Mar del Plata en 1936, comenzó a tocar en varias orquestas de tango de la ciudad. A los 17 años se trasladó a Buenos Aires: ahí estaba su destino. Formó su propia orquesta en 1946, compuso nuevas obras y experimentó con el sonido y la estructura del tango. Tres años después disolvió la orquesta, insatisfecho con sus propios esfuerzos y todavía interesado en la composición clásica. Tras ganar un concurso de composición con su pieza sinfónica, inequívocamente bautizada “Buenos Aires” (1951), se fue a estudiar a París con Nadia Boulanger.

Completó su formación clásica pero nunca dejó de lado su amor por el tango. Regresó a Argentina en 1955 pero se mudó nuevamente a los Estados Unidos, donde vivió de 1958 a 1960. Cuando regresó a Argentina, formó el influyente Quinteto Nuevo Tango (1960), con violín, guitarra eléctrica, piano, contrabajo y bandoneón. Se iniciaba la leyenda del revolucionario.

Piazzolla fue un compositor genial de tangos modernos, que tuvo formación clásica -de música “clásica” y de tango “clásico” también- y cuya obra refleja e inspira profundos sentimientos, en la ciudad del mundo en la que sea. Aunque haya tenido un amor para toda la vida, a menudo decía que había tenido tres maestros: Alberto Ginastera, Nadia Boulanger y… Buenos Aires. Aunque Piazzolla retuvo el espíritu esencial del tango, introdujo la disonancia, tipos hasta entonces desconocidos de armonía cromática y eso se vio reflejado en una variedad rítmica más amplia que estiró los límites del género hasta una línea imposible.

Ese limbo en donde ya no se sabe de qué se trata eso. La historia de si era tango o no, aquello que lo irritaba profundamente -no hacía falta mucho, por lo que se cuenta-, queda reducida a nada al momento en que esa música comienza a sonar. Fin de la cuestión.

Un troesma

Nacido el 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata, generó una obra con alrededor de un millar de composiciones originales. En esa producción que incluye músicas para unas 40 películas, no pueden pasarse por alto los arreglos ideados, por ejemplo, para la orquesta de Aníbal Troilo –que integró entre 1939 y 1944- y otros de autores diversos que desplegó en sus diversos conjuntos.

A lo largo de su vida, Piazzolla tuvo su primera orquesta con la que acompañó al popular cantor Francisco Fiorentino y aunque la experiencia no fue muy extensa, dejó excelsas visitas a “Nos encontramos al pasar”, “Viejo ciego” y “Volvió una noche” y sus dos primeros instrumentales: “La chiflada” y “Color de rosa”.

Con otras voces (entre ellas las de Aldo Campoamor) y un pulso cada vez más propio, registró versiones de “Taconeando”, “Inspiración”, “Tierra querida”, “La rayuela” y “El recodo” y más obra propia, entre ellas, “Para lucirse”, “Prepárense”, “Contratiempo”, “Triunfal”, “Contratiempo” y “Lo que vendrá”.

Becado por el Conservatorio de París trabó relación con la musicóloga Nadia Boulanger quien lo reconcilió con el tango y en la capital francesa y con las cuerdas de la Orquesta de la Opera de París, registró más creaciones de su cuño: “Nonino”, “Marrón y azul”, “Chau París”, “Bandó” y “Picasso”, entre más.

De regreso al país, encabezó una orquesta de bandoneón y cuerdas con la que siguió floreciendo su estilo a partir de “Tres minutos con la realidad”, “Tango del ángel” y “Melancólico Buenos Aires”, pero, además, dio nacimiento al innovador Octeto Buenos Aires (dos bandoneones, dos violines, contrabajo, cello, piano y guitarra eléctrica) que se dedicó sobre todo a la reinterpretación “El Marne”, “Los mareados”, “Mi refugio” y “Arrabal”, por citar apenas algunos tangos tradicionales.

Tras otra radicación en el exterior, en este caso un par de años en Nueva York, en 1960 alumbró el Quinteto Nuevo Tango (bandoneón, piano, violín, guitarra eléctrica y contrabajo), una formación decisiva en su expresión y con la que estrenó obra propia de gran impacto como “Adiós Nonino”, “Decarísimo”, “Calambre”, “Los poseídos”, “Introducción al ángel”, “Muerte del ángel”, “Revirado”, “Buenos Aires Hora cero” y “Fracanapa”.

Entre un fugaz Nuevo Octeto y la fructífera formación de quinteto, registró composiciones propias sobre poemas y textos de Jorge Luis Borges con el cantor Edmundo Rivero y el actor Luis Medina Castro y por entonces lanzó “Verano porteño”, primero de la celebrada saga de las Cuatro estaciones.

Hacia finales de esa década se asomó más decididamente al tango canción asociado al poeta Horacio Ferrer para dar nacimiento a la operita “María de Buenos Aires” y populares piezas como “Balada para un loco” y “Chiquilín de Bachín”, entonces registradas por su pareja de ese tiempo, Amelita Baltar, y Roberto Goyeneche.

Hacia 1972 y al frente de Conjunto 9 da forma a su primera pieza sinfónica, el “Concierto de Nácar, para nueve tanguistas y orquesta filarmónica” y publica discos de explícito nuevo tango cuyas expresiones salientes son “Tristezas de un Doble A”, “Vardarito” y “Onda nueve”.

Aquejado de un infarto se instala en Italia donde forjó el Conjunto Electrónico (un octeto integrado por bandoneón, piano eléctrico o acústico, órgano, guitarra, bajo eléctrico, batería, sintetizador y violín, el cual posteriormente fue reemplazado por una flauta traversa o saxo) y desde allí lanza “Balada para mi muerte”, con la cantante Milva, “Libertango” y la magnífica “Suite troileana”, creada a partir de conocer el fallecimiento de Aníbal Troilo (19 de mayo de 1975).

Con diversos regresos a la formación de quinteto (aunque en sus últimas versiones un violoncello ocupaba el lugar del violín), Astor además encaró proyectos con George Moustaki, Gerry Mulligan y Gary Burton, entre otras celebridades mundiales.

Fuente: www.eldiarioweb.com;; www.lv12.com.ar