Agustina y la crueldad institucional

Por Claudia Rafael

El mundo que hace tres años se abrió a los ojos de Agustina Casco es el que se despliega –como única alternativa- para tantas pibas y pibes del Conurbano. Cuando todo parece cerrarse, cuando no asoman las cuotas de futuro ante sus miradas, alguna de las fuerzas de seguridad les aparece como una salida sólida con trabajo firme. Agustina tenía 21 años y hacía tres había ingresado a la policía bonaerense. Este año había pensado en dar un salto en su carrera: quería ascender a oficial del Subescalafón Comando y cursaba el entrenamiento en la Escuela Juan Vucetich.

Pero sus sueños tuvieron vuelo demasiado corto. El  23 de noviembre murió de un paro cardiorrespiratorio producido por una hemorragia en un quiste ovárico que –se cree- podría haberse producido por un “golpe traumático”. En una sucesión fatal que hizo que ya a su corazón le fuese imposible bombear suficiente sangre al cuerpo.

Algunas de las selfies que hoy los medios periodísticos difunden de Agustina la hermanan con el grueso de las pibas de su edad. Y sus últimos intercambios de whatsapp con su hermana y con una compañera en la Bonaerense permiten reconstruir las últimas horas durante una clase de defensa. “El martes (14 de noviembre) estábamos haciendo esposamiento y me golpeé. Cuando terminamos la clase dije que me sentía mal y estaba mareada, como si me hubiera bajado la presión. Me acostaron en el piso y se me pasó”, le escribió a una de sus compañeras. “Caí de frente porque fue mientras me esposaban. Pero antes de eso fueron varios golpes mientras estábamos entrenando”.

Hoy la familia reclama por justicia, una fiscal separó a la policía bonaerense de la investigación y en este entramado el abogado de los padres sufrió el robo de una computadora y de un celular en su departamento.

Hasta ahí el panorama en torno de la historia concreta de Agustina.

Pero hay un trasfondo complejo que propone explicaciones de otro tipo. Que tienen un vínculo medular con la historia misma del país en las últimas décadas. Cuando se destruyó el trabajo como construcción identitaria nacional, cuando se desaparecieron las fábricas, cuando se desdibujó la palabra futuro del vocabulario común, cuando a las y los jóvenes se les implosionaron las oportunidades para diseñarse a sí mismos un horizonte. Y ahí es donde se fogonearon otro tipo de salidas ligadas al Estado, en donde las fuerzas de seguridad obtuvieron un lugar preferencial. Cada año, egresan de la Bonaerense unos 2000 jóvenes que –en otro contexto de país- jamás se hubieran imaginado con el uniforme azul.

Aldo Sivero, un antiguo intendente de General Alvear, sintió –a mediados de los 90- que resolvía la crisis socioeconómica que el cierre de la fábrica Adidas, la caída de otra de alpargatas y una más del rubro textil provocaban en ese pueblo del centro bonaerense. “La cárcel -dijo entonces- es la única fábrica que no cierra” y logró, a partir de un plebiscito, la apertura de la unidad penal 30. Y luego, su sucesor en la gestión completó la idea: “es una fábrica en el sentido de que genera empleo permanente. Nosotros tuvimos la experiencia de Adidas y sabemos lo que significa el cierre. La cárcel no cierra”.

La realidad de los años subsiguientes, mostraría otro costado de esas fábricas que nunca cierran. Por ejemplo, cómo la fuga de los condenados por el triple crimen de General Rodríguez de esa cárcel dejó al desnudo un escenario de corrupción, drogas y crimen. Cómo muchos de los jóvenes que vieron en el servicio penitenciario una salida a sus vidas, quedaron entrampados también en una estructura perversa que les fue ganando la conciencia.

Cuando el aparato represivo del Estado interviene hacia adentro no resulta inocente su actuación. Aquello que padeció hasta la muerte el soldado Omar Carrasco casi tres décadas atrás permite vislumbrar esas prácticas. Aplicar la crueldad es una de las herramientas más sostenidas para intentar doblegar a sus integrantes. En una creatividad extendida en el resto de las fuerzas, con mayor o menor énfasis. Porque quien será capaz de soportar esos embates perversos desde las jefaturas o desde las camadas anteriores podrá ponerlas en práctica contra la sociedad todas aquellas veces que considere sea necesario. ¿Acaso unos cuantos de esos policías del alegre gatillo y el patrullero fácil no fueron antes pibes y pibas que simplemente deseaban lograr un puesto laboral y la institución terminó entrampándolos en la perversidad enquistada?

La muerte de Agustina Casco deberá ser desentrañada –o no- por quienes investiguen. Pero hay un trasfondo que persiste y que va más allá. La violencia que podría haber provocado el traumatismo que después derivó en la hemorragia interna que sufrió y el descuido y desinterés para atenderla cuando dio cuenta de su malestar es también parte de un sistema deshumanizado destinado a sostener la estructura de crueldad.

Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar