Carlos Loza: Un militante de las Mega Causas

Por Honoris*

Carlos Loza es un portuario de ley que trabajó gran parte de su vida en la Administración General de Puertos en Buenos Aires y fue delegado de ATE durante muchos años.

Precisamente del puerto, junto a Oscar Repossi y Rodolfo Picheni, sus colegas ferroportuarios, salió una mañana de diciembre de 1976 para asistir a una reunión en la sede del Partido Comunista en el barrio de Barracas.

Allí estaban cuando irrumpió una patota y se los llevo secuestrados, junto a Héctor Guelfi, a la Escuela de Mecánica de la Armada (la macabra ESMA) donde comenzó su infierno…que fue el de tantos y tantas. Tenía 23 años.

Tras llevarlos esposados a un sótano, fueron golpeados con palos, picaneados y sufrieron simulacros de fusilamiento, a modo de bienvenida. Luego los llevaron a unos calabozos donde perdieron la noción del tiempo y hasta sus propios nombres, solo eran el 738 (Carlos), el 739 (Héctor) y el 740 (Rodolfo).

En esas catacumbas, conocieron –entre otros detenidos- a un joven militante de la Juventud Peronista y estudiante de arquitectura, llamado Hernán Abriata que había sido secuestrado de su casa.

El 6 de enero de 1977, los cuatro camaradas fueron liberados comprometiéndose entre sí a contar todo lo que vivieron. Sus vidas continuaron, como pudieron, pero no se olvidaron de Hernán, aquel joven que les insufló esperanzas de libertad en esos días de oscuridad (aun sabiéndose condenado).

Carlos Loza suele recordar que “En la madrugada del 6 de enero de 1977 nos liberaron y en febrero con Rodolfo Pichen fuimos a buscar la farmacia de la familia de Hernán, con los datos que él nos había dado, con la esperanza de que a él también lo hubieran liberado. Pero no fue así”.

Allí decidieron que, para no olvidarlo, sus hijos llevarían ese nombre. Por eso hoy existen Hernán Daniel Loza, Matías Hernán Repossi y Mariano Hernán Picheni como testigos de ese juramento.

Cuando terminó la dictadura y se reabrieron las causas que se habían cerrado, la familia y quienes compartieron cautiverio con él fueron a declarar ante el juez Luis Somosa: un juez “adicto a la dictadura” que les tomaba testimonio en una oficina adornada con banderines de las Fuerzas Armadas.

Luego vinieron los días oscuros de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final más los indultos, hasta que recién en 2003 se le dio un nuevo impulso a los juicios.

Militar las causas

Desde que recuperó su libertad, Carlos Loza no dejo de luchar por la memoria, la verdad y, sobre todo, la justicia. Y lo hizo militando obsesiva en las distintas causas ESMA como integrante de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos y de Justicia Ya.

Con militar la causa Carlos entiende no solo ponerle el cuerpo sino también “construir una historia de la interpretación de los hechos porque el tribunal no se pone todas las pilas para hacerlo”.

La construcción de la historia, junto a la familia Arriata, permitió descubrir la presencia del represor Mario “Churrasco” Sandoval tanto en la violenta irrupción en la casa de su padres como también en la propia casa de Hernán.

La investigación también descubrió que Sandoval se había radicado en Francia en 1985, con ciudadanía y todo, donde se recicló como experto en “Seguridad” del gabinete del presidente Nicolas Sarkozy y profesor en las universidades La Sorbonne Nouvelle y Marne-la-Vallé de La Sorbona.

Tras un proceso que llevó aproximadamente 8 años de lucha incansable (encabezada por la madre de Abriata, Bety Cantarini), con audiencias en París y Versailles, se consiguió la extradición del represor que hoy se encuentra detenido y siendo juzgado sin derecho a cárcel domiciliaria.

“El señor Loza hizo todo lo posible para que me extraditen” dijo en la audiencia el tal “Churrasco” a modo de amenaza pero sonó a reconocimiento involuntario a la tenacidad de un compañero como Loza que se tomó en serio aquello que canta el pueblo en su lucha contra la impunidad: “A donde vayan los iremos a buscar”.

Mensaje de amor

Durante un reconocimiento judicial en la ESMA en el año 2017, un equipo de investigación descubrió un breve mensaje escrito hacía más de cuarenta años en una de las paredes del centro clandestino.

El autor del mensaje era un joven de 25 años, engrillado y esposado, que no podía dejar de pensar en su joven esposa con la que se había casado hacía menos de un año y a la que había visto, por última vez, la noche del secuestro.

Era el mismo joven que había ayudado a Carlos Losa a soportar sus primeros días de encierro y tortura con palabras de aliento (“Evitando mi desquicio mental”). Por eso fue Carlos el que acompañó a la destinataria, Mónica Dittmar, a que reconociera la letra y recibiera el mensaje de su esposo Hernán Abriata: “Mónica te amo”.

*Nota publicada en El Trabajador del Estado de noviembre

Fuente: www.ate.org.ar