El atentado en Fábrica Militar Río Tercero: A 25 años de las denominadas “segundas explosiones”

Por Fabián Menichetti*
Sucedió cuando estallaron diferentes proyectiles que habían volado con las detonaciones del viernes 3 de noviembre y estaban acumulados en la parte posterior de la industria. Aquel hecho, cuando apenas habían pasado tres semanas del atentado, fue denominado como “las segundas explosiones”. La mismas multiplicaron el temor y la impotencia en la comunidad.

Sucedió un viernes 24 de noviembre, también un viernes, como el de hacía tres semanas, pero en horas de la tarde. El efecto de aquellas detonaciones, en cuanto a los daños materiales, fue menor a las que habían sacudido a la ciudad el 3 de noviembre, pero en lo emocional fue demasiado para una comunidad que aún no se recomponía de lo sucedido hacía apenas 21 días. Se las comenzó a denominar “segundas explosiones”.

Ocurrió poco después de las 16 del viernes 24 de noviembre de 1995. Era una jornada agobiante, como lo había sido la de hacía tres semanas, cuando en la mañana habían volado la Planta de Carga y los depósitos de Expedición y Suministros, repletos de proyectiles, con los años determinado por la Justicia como un atentado para borrar el faltante de elementos bélicos por el contrabando ilegal de armamentos a Croacia y Ecuador.

Luego de aquella mañana del viernes 3 se habían recolectado los proyectiles que se encontraban en inmediaciones de la Fábrica Militar y en el interior de la misma. Algunos eran destruidos con explosiones en el predio fabril. El reclamo de los vecinos, que no soportaban escuchar ningún estallido, hizo que la Justicia Federal determinara que se detuviera esa tarea. Finalmente, la brigada de explosivos de la Policía de Córdoba, la realizaría, haciéndolos estallar en cárcavas de canteras ubicadas al oeste, alejadas de la ciudad.

Por aquellos días, en un programa de la televisión local, el entonces director de la industria, Jorge Cornejo Torino, aseguraba que en el interior del predio no quedaba nada que representara un peligro para la comunidad. Lo que muy pocos conocían, era que gran parte de los proyectiles recolectados se acumulaban en la parte posterior de la industria, junto al río Ctalamochita, al norte, en el Polígono de Tiro del establecimiento.

Por el temor que los estallidos, producto de la destrucción de proyectiles, generaba en la comunidad, se informaba por la radio y distintos medios, en qué horarios se escucharían las detonaciones. De esa manera, se conocía que era lo previsto, alejado, en las canteras. Sin embargo en aquella tarde del viernes 24 las detonaciones no respetaban los horarios establecidos y se escuchaban cercanas. Algo, sin dudas, estaba mal.

Una columna de humo comenzaba a elevarse en el sector de la industria. Por la radio se informaba que era un incendio en la misma. Efectivamente, se trataba de los proyectiles que se encontraban apilados en el Polígono de Tiro. Según se indicaría luego, ese sector había quedado al resguardo y custodia de Gendarmería. Como sea, el incendio se hizo incontrolable y las explosiones más seguidas y más potentes. La gente se desesperaba.

Miles y miles, como hacía tres semanas, escapaban de la ciudad, pero en esa jornada conociendo qué era lo que podía suceder. Del temor se había pasado, además, a la indignación: habían señalado que nada quedaba, como está señalado, en el interior de la industria. No era así. Proyectiles de guerra de diferentes calibre estaban allí.

En medio de llantos, gritos y corridas, se producía una detonación similar a la de hacía 21 días. Un nuevo hongo de humo, como en la mañana del viernes 3, se elevaba sobre la fábrica. A esa altura nadie creía ya en las informaciones oficiales, si es que existían; las rutas de ingreso, las poblaciones vecinas y los campos cercanos, una vez más, se encontraban atestados de personas que se habían marchado con lo puesto de Río Tercero.

Como está señalado, si bien los efectos de aquellas explosiones, una muy potente y otras menores, de los proyectiles que quedaban en el lugar, no tuvieron el efecto destructivo como las del viernes 3 de noviembre en horas de la mañana, el impacto en la sociedad riotercerense fue devastador. En primer lugar, no se conocía que podía aún guardar en su interior la industria. Y, en segundo lugar, por ello, se descreía de las versiones oficiales.

La tapa de uno de los diarios nacionales (Clarín) del 25 de noviembre de 1995

En la noche de aquel viernes 24 de noviembre de 1995, llovería en la ciudad. El agua, garantizaba, por lo menos, que se apagarían algunos incendios de elementos en el interior de la fábrica y, además, enfriaría los proyectiles que aún podían estallar. Algunas familias retornaban . Otras decidían trasladarse y permanecer por algunos días en casas de familiares o amigos en otras comunidades. “Hasta cuando”, era una frase que se reiteraba.

Esa noche era relevado de su cargo quien revestía como director de la industria, Jorge Cornejo Torino. Llegaba para reemplazarlo, Edberto Gonzáles de la Vega, quien ocupaba un lugar jerárquico en la ex DGFM. El sábado 25, con una ciudad con menos habitantes de lo habitual, ya que había autoevacuados que no querían retornar, se producía una marcha en la comunidad, solicitando por seguridad, cuando aún ni se mencionaba el atentado.

En la misma participaban unas cinco mil personas. Del dolor y la impotencia se pasaba a la indignación de quienes exigían respuestas que demorarían o que nunca llegarían. Por la noche, el director interino, Gonzáles de la Vega, ante los medios de prensa explicaba el cuadro de situación en la industria. Consultado si podía asegurarle a quienes estaban afuera de Río Tercero que era seguro retornar, no lo aseveraba. En el interior de la fábrica aún estaban los escombros que habían dejado las detonaciones del viernes 3, con miles de proyectiles acumulados. Durante días y semanas, muchas familias no retornarían.

En las jornadas siguientes comenzaría la limpieza. Los proyectiles eran trasladados a un predio militar en José de la Quintana. Allí quedarían almacenados. Las explosiones “programadas” que realizaba la policía de Córdoba se dejaban de efectuar para destruir los proyectiles en las cárcavas. La sociedad ya no soportaba ningún estallido, por lejano que fuera. Antes de las fiestas de fin de año, se anunciaba que nada peligroso ya quedaba.

Algún atisbo de confianza en la información oficial, que pudiera haber existido entre el 3 y 24 de noviembre, se había perdido definitivamente. Ya nadie creía. Apenas se escuchaba, sí, a quienes habían colaborado para retirar los elementos del sector afectado, que no eran mandos de la industria, ni funcionarios del Gobierno, que presidía Carlos Menem.

Ante el panorama que se presentaba, había trascendido que se analizaba realizar una “implosión”. Se trataba, se indicaba, de una detonación controlada, sin afectar a los alrededores, para limpiar el sector, pero que se había descartado esa opción por el efecto que generaría en una comunidad brutalmente golpeada. Si eso sucedía, sería una locura.

Si aquella comentada “implosión” se hubiera producido, además, la definitiva desaparición de las pruebas (las que habían quedado) para que la Justicia pudiera seguir investigando, en etapas posteriores, no en aquel momento, y avanzado, determinando que había sido un hecho intencional, instrucción ratificada en un proceso oral y público en 2014.

Nada parecía ser casual en aquel contexto de un modelo que achicaba todo lo que fuera estatal, ni siquiera eso, que había, además, atentado contra la industria madre de la ciudad, que venía siendo desmantelada, sin inversiones, con el despido de cientos de trabajadoras y trabajadores. Un año después, inclusive, serían cesanteadas 424 personas de la planta.

En la ciudad se colocaban carteles advirtiendo que ante la presencia de un proyectil, no debía ser tocado y menos manipulado. Había que denunciarlo. No era extraño que aparecieran en algún sitio. De hecho, hasta el año anterior algunos continuaban surgiendo, enterrados o semi enterrados, ya oxidados por el paso del tiempo, inertes o con su carga activa. Luego serían destruidos por especialistas en explosivos en lugares alejados.

Lo sucedido el 24 de noviembre, suceso que fue conocido como “las segundas explosiones” de la Fábrica Militar, como está expresado, no tuvo los efectos en su devastación material, como sí sucedió en la mañana del viernes 3, pero emocionalmente el golpe fue demasiado. Enfatizó el temor;  la sensación de desprotección por parte del Estado; el descreimiento, y originó, lo que llegaría luego: una ciudad a la que le costaría superar lo que había padecido en ese noviembre de 1995. No fue sencillo. También aquello permanece en la memoria.

Si bien la Justicia no indicó que esas “segundas explosiones” habían sido producto de un hecho intencional, las mismas se originaron por el atentado a la industria ocurrido el 3 de noviembre. Fueron parte del mismo o una consecuencia del mismo. No fue menor lo sucedido en aquella tarde de un viernes 24 de noviembre, hace un cuarto de siglo.

No lo fue, para nada.

La imagen que acompaña esta nota, corresponde a una captura de pantalla de una filmación realizada por los colegas del entonces Canal 4 de Río Tercero, tomada varias cuadras al sur del lugar. El único hongo del estallido en masa de los proyectiles acumulados, no fue diferente a los del viernes 3.

*Locutor. Periodista. Editor Tercer Río Noticias. Director periodístico Mestiza Rock. Autor de los libros: “Noviembre” (1997) y “Esquirlas de Noviembre” (2011)

Fuente: www.3rionoticias.com.ar