Por Fabián Menichetti*
La Deuda Externa y la Deuda Interna, la inflación, la falta de trabajo, sin dudas forman parte de la agenda a resolver en la Argentina. Sin embargo, el mayor problema está en la actitud de una gran parte de la sociedad.
Córdoba. Enero de 2017. Un día de semana a las 16. El sol castiga inclemente. No otorga tregua. Ha llovido. Son esas precipitaciones de verano, con gotas espesas, que luego de liberarse el cielo de las nubes, se percibe el vapor subiendo desde el pavimento. El ambiente es sofocante. Siempre, en enero, Córdoba es sofocante.
Se trata del ingreso o egreso sur, depende. Sí, es el mismo que se encuentra exactamente, por esas cosas que tiene esa ciudad, idéntico a como estaba hace medio siglo, pero con 10 veces más de tránsito vehicular. Obras, por lo menos, en ese sector, poco y nada. Todo continúa igual. El paisaje urbano es el mismo.
El paisaje humano tampoco ha cambiado demasiado, por lo menos el de los últimos años. Quienes limpian los parabrisas, bajo ese sol calcinante que los azota desde arriba y soportando el vapor no menos molesto que se desprende de un pavimento lleno de cicatrices, que los castiga desde abajo, ofrecen su servicio a los vehículos.
Es uno de los últimos semáforos. Algunos aceptan que el vidrio sea limpiado. Otros, reconfortados por el aire acondicionado que les proporciona el interior de sus rodados, ni siquiera se dignan en bajar la ventanilla. Es más, ni siquiera se dignan a observarlos, como si no existieran. Es como si fueran invisibles. Sí, invisibles.
Claro, no todas ni todos, en sus vehículos, adoptan la misma posición. “Ya me lo lavaron en el otro semáforo”, es la respuesta. “No hay drama maestro”, devuelve uno de los jóvenes. “Tomá”. Es un billete de 20 pesos. “Gracias maestro, que Dios lo bendiga”, responde. La ruta, por fin, para salir de ese horno sofocante, no está lejos.
Una y otra vez, la imagen retorna: el sol de ese enero, unos 40 grados a la sombra, el vapor de una lluvia reciente desprendiéndose del asfalto, como si fuera el de una pava, y ellos, allí, intentando ganarse unos pesos. No la tienen fácil.
En otro semáforo, otro grupo con la misma misión, había dejado otra impresión de que la cuestión no era sencilla, para nada. Ahí sí, el ocasional lavador de cristales, luego de recibir su pago, explica que acaba de perder su trabajo estable. “Pero ¿vio?, es lo que hay maestro. Zafamos así, qué se le va hacer…”, explica resignado.
El emprendurismo tan promocionado, al parecer no funciona, tal como lo promocionan. El concepto de la meritocracia, tan de moda entonces, se desmorona ante esa realidad. Qué alguien le explique a esos muchachos el concepto de meritocracia. Es fácil plantearlo desde otra posición, más holgada, por supuesto.
Última parada en un quiosco, antes de salir a la ruta. Un mujer atiende. En el receptor suena a todo volumen una de las radios cordobesas. Alguien analiza la situación del país, de lo bien que estaremos de continuar de esa manera. La mujer asiente con el analista radial, concordando con esa percepción de lo que vendrá.
La charla discurre, como ocurre siempre en ese tipo de negocios, sobre el tiempo. “Y esos pobres pibes, al rayo del sol, limpiando vidrios en el semáforo”, surge de quien llegó a comprar. “Que vayan a trabajar esos vagos”, responde la mujer, molesta. “Y qué carajo cree que están haciendo señora”, es la respuesta del potencial comprador, que deja de ser potencial y comprador, porque se va sin comprar nada.
Pasan los años y los muchachos siguen estando. Lo que ya no está es el quiosco en donde se encontraba la mujer. La primera conclusión es que fue uno de los tantos negocios que debieron cerrar por la crisis. Eso sí, seguramente esa persona, continuará escuchando la misma radio, coincidiendo con el mismo analista, y hasta tendrá la misma percepción de quienes estaban limpiando los parabrisas.
No es la única, por supuesto. Decenas, por no decir miles o millones, se constituyen en jueces y fiscales sociales de los demás. Si una criatura solicita comida, se preguntarán qué están haciendo su padre y su madre. O lo que es peor, casi como en el tema de León, le explicarán a sus hijas e hijos, desde el confort interior de sus rodados, que esas criaturas están así “porque sus padres no supieron conducirse en la vida”. Y lo harán, sin conocer un mínimo de la existencia de esas personas, qué pasó con ellas, si son, en conclusión, excluidas de un sistema perverso.
Tampoco faltará, en algunos casos, aquello de “esos negros de mierda”, por encontrarse en una peor situación que la que ellas y ellos tienen. Claro, lo dirán (lo dicen), sin considerar que en algún momento pueden integrar ese lote de personas, si pierden su relativo confort momentáneo. Tampoco dudarán en declamar que ellas y ellos ayudan, que son “solidarios”, porque en algún momento, algo que sobró les brindaron a otras personas, aunque eso sí, sin cambiar su pensamientos estigmatizantes y sin comprender la diferencia entre solidaridad y caridad.
Lo señalaba Eduardo Galeano: “La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo”.
El problema de la Argentina, sin dudas es la deuda externa y la deuda interna. El problema de la Argentina, sin dudas, es la falta de trabajo y de oportunidades, menguadas de manera lacerante en los últimos años, con algunos sectores que no tuvieron inconvenientes, pero con la mayoría que la pasó y la pasa realmente mal.
Son los problemas hoy del país, sin dudas, aunque el mayor problema o inconveniente, anida en una parte importante de la sociedad, con más recursos, pero también en quienes no tienen demasiados recursos, aunque su observación de quienes están un poco peor, no sea diferente a la de quienes están mucho mejor.
Sí, es real, las generalizaciones son injustas, tan real como lo otro. Demasiadas y demasiados no son así, pero demasiadas y demasiados sí son así.
El mayor problema del país, que deberá ser resuelto algún día, continúa siendo la sobreabundancia de hipocresía, la gran cantidad de jueces y fiscales sociales de las vidas ajenas. El mayor problema del país es la insoportable falta de empatía.
¿En qué andará aquella mujer del quiosco?
*Periodista. Editor Tercer Río Noticias. Director periodístico Mestiza Rock. Autor de los libros: Noviembre (1997) y Esquirlas de Noviembre (2011)
Fuente: 3rionoticias.com.ar